Estos tiempos decembrinos, cuando el año está tocando casi a su fin, parecen ocasión propicia para hacer balance y memoria de algunos contenciosos urbanísticos que andan enquistados, incluso para sacar de los cajones informes exculpatorios que eximen de culpas. Es el caso de la plaza Santiago. Dos décadas después los vecinos y propietarios de los aparcamientos subterráneos de este malhadado espacio urbano siguen clamando al cielo para que no llueva y al Excelentísimo para que deje de chapucear y resuelva de una vez por todas los problemas de las pertinaces filtraciones.

Ahora, en una nueva entrega de este folletín, se concluye que las goteras de la plaza Santiago no son culpa de nadie. El concejal de Fomento, Daniel Garabito, niega la mayor y echa la culpa al empedrado. Esgrime un oportuno informe encargado a Ausinco, un grupo de investigación de la Universidad de Burgos, en el que se colige que las últimas obras de repavimentación se ejecutaron correctamente y que el polémico cambio de pavimento tampoco motivó las nuevas filtraciones. Toda la culpa parece de los paños y forjados, de los cambios de temperatura, de la contracción y dilatación de los elementos… Vamos, del empedrado. 

En el Excelentísimo siempre ha sido más fácil acudir al fallo multiorgánico y a los elementos, agarrarse a clavos ardiendo para justificar desaguisados en la obra pública. El problema es que con tanta exculpación ajena, descontrol y derivación de responsabilidades se acaban resintiéndose las arcas municipales. No es la primera vez ni, por desgracia, será la última. 

Qué más da que el Ayuntamiento de Burgos después de apoquinar 1,7 millones por las últimas obras de la dichosa plaza tenga ahora que añadir 100.000 euros de vellón para nuevas reparaciones. Es lo que tiene cambiar solados en marcha y recepcionar a la carrera y sin control obras con bicho.