Vingegaard cambió para ganar

L. M. Pascual (EFE)
-

El danés alza los brazos en el podio final del Tour de Francia. - Foto: GONZALO FUENTES

¿Cómo un ciclista tímido, introvertido, nervioso y vulnerable ha podido convertirse en el ganador del Tour de Francia? La reconversión de Jonas Vingegaard, en apenas dos años, cuenta la historia de un muchacho que tuvo que vencerse a sí mismo antes de derrotar a los demás.

Como el personaje bíblico, Vingegaard salió un día transformado de su propia ballena, venció los miedos que atenazaban su progresión, la de un chico que los entrenadores situaban como uno de los más prometedores de su generación, pero que estuvo a punto de acabar en nada por su incapacidad para sobreponerse a la presión.

El salto lo dio en la ronda gala que comenzó en Dinamarca, su tierra natal, como si su paisano Hans Christian Andersen hubiera escrito el cuento con un inicio poco prometedor y un final feliz.

A sus 25 años, el escuálido con cara de niño, el desgarbado ciclista de pelo rubio y piel casi transparente, de mueca asustadiza que parece conservar el miedo que durante años le marcó, se erigió en el ganador del Tour más rápido de la historia.

Y contra quienes busquen ponerle peros a su triunfo, lo hizo frente a Tadej Pogacar, designado por unanimidad como el mejor talento de la época, sucesor de los más grandes, empezando por Eddy Merckx.

Pero, ¿cómo pudo arrebatárselo este danés que hace un par de años ni siquiera formaba parte de su equipo en la ronda gala, cuyo palmarés se escribe en el dorso de una pequeña servilleta?

La respuesta está en la metamorfosis sufrida en apenas dos años por Vingegaard, que un día salió de la ballena como aquel personaje bíblico con quien comparte nombre transformado.

Quienes conocen al nórdico cuentan que tenía las mejores características físicas de su generación. Era un obseso del ciclismo, que obligaba a sus padres a veranear en Francia para poder ascender las montañas que no encontraba en su país, porque en el reino de los rodadores, Vingegaard soñaba con ser un escalador.

Pero a la hora de la verdad, su pasión le bloqueaba. El joven portento se perdía en noches de insomnio y náuseas que echaban por tierra su trabajo. Era el mejor, pero nunca ganaba.

En 2016 ingresó, sin contrato, en un modesto conjunto danés, una ocupación que compaginó con su oficio en un almacén de pescado, donde embalaba pedidos y organiza las subastas.

La bicicleta era su pasión y su medio de transporte. «No es fácil trabajar ocho horas y luego entrenar otras seis», aseguró el reciente ganador del Tour rememorando aquellos años.

En 2017 se fracturó una pierna en la Vuelta a los Fiordos, pero superó el percance y siguió apuntando tan alto que el vértigo le mareaba. Favorito en los Mundiales sub'23 de 2018, acabó en el puesto 81. Y eso se repitió una y otra vez. Al año siguiente ingresó en el proyecto Jumbo.

Vingegaard parecía desquiciado, pero cambiaron las tornas. Con apenas 20 años conoció a Trine Hansen, 12 mayor que él, y en el amor encontró la confianza.

Rodeado de ganadores en el Jumbo, el danés comenzó a mejorar. En 2021, cuando Tom Dumoulin se cayó del equipo para el Tour, nadie pensó que la inclusión de Jonas en su lugar fuera el pistoletazo para su gesta.

Desconocido, el joven danés se vio propulsado a la primera línea cuando Roglic abandonó lesionado y los directores neerlandeses se rebanaron los sesos para evitar que, de nuevo, la responsabilidad no le subyugara.

Pero el deportista había cambiado. Ya no vomitaba antes de cada carrera, ni pasaba horas en vela. Rodeado de estrellas de talla mundial, apadrinado por el propio Roglic, que le acogió como a un hermano, el nórdico encontró remedio a sus angustias.

La tabla de salvación es su esposa, con quien habla a diario, quien le infunde la confianza en sus fuerzas y le permite expresar toda la fuerza de su talento.

Ella está al otro lado del teléfono tras cada etapa. Lo estaba en aquel primer Tour cuando plantó cara a Pogacar y lo ha estado en esta edición que ha consagrado a una persona renovada.