Juan XXIII se despide de su fotógrafo

C.MARTÍNEZ
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El estudio Foto Rico cierra sus puertas después de cincuenta años capturando los recuerdos del barrio y sobreviviendo a las transiciones de una profesión cambiante

Andrés y Olga posan delante de una copia de su fotografía de la Catedral, que «está en los cinco continentes». - Foto: Luis López Araico

Desde hace cincuenta años, si alguien quiere hacerse una fotografía de calidad en el barrio de Gamonal, es muy probable que los vecinos le dirijan «donde Rico». Andrés, que llegó a la zona siendo un niño, trabajaba en una óptica cuando le entró el gusanillo de las cámaras. Por eso decidió irse a Valladolid, donde realizó unos cursos y aprendió el oficio al lado de un profesional que conoció «a través de un viajante de Negra Industrial, la fábrica de referencia de fotografía en la época». Con la lección estudiada, volvió a Burgos y comenzó a compaginar su labor diaria en la óptica con las noches en vela de revelado. En un noveno piso de la zona de Fátima, en la casa de sus padres, Andrés Rico preparó una habitación donde poco a poco fue retratando en blanco y negro a los vecinos.

El boca a boca fue su mejor publicidad desde el principio, y llegó un momento en que no era viable el subir y bajar de las escaleras de su edificio para hacer fotografías. Por eso compró un local a pocos metros de su hogar, en el número 2 de la Barriada Juan XIII, colgó el cartel «Foto Rico», retiró las rejas que protegían los bajos de la zona y las cambió por imágenes que cubrieron las ventanas. También encontró a Olga, su compañera de trabajo, de fatigas y de vida. «Con solo una pierna no se puede andar, entonces hemos puesto una cada uno» comenta con complicidad Andrés. 

El arranque del negocio tuvo lugar en lo que ellos recuerdan como la belle époque de la fotografía. Por el local pasaban los que buscaban fotos de estudio, de carnet o lo que ellos llaman BBC: bodas, bautizos y comuniones. Eran los años setenta, y por aquel entonces el profesional todavía tenía la  distinción de «señor fotógrafo»: podía cubrir hasta cuatro bodas por día y hacer tandas de comuniones de cientos de niños con varias cámaras a cuestas, porque no daba tiempo a cambiar el carrete. Después tocaba ir casa por casa repartiendo los álbumes, y era tal el agradecimiento de los vecinos que en ocasiones le daban más propina de lo que valían las propias fotos o le invitaban a cenar. «El otro día estuve visitando un piso y encontré una fotografía que había hecho yo. Ese es mi mayor orgullo y llena el corazón, es lo más bonito de la profesión».   

En cincuenta años de labor cabe mucha historia. Hubo un periodo de tiempo en que el negocio se trasladó a un local más grande, sin dejar nunca el barrio, para poder montar un laboratorio con estudio. Andrés recuerda capturar una imagen del centro de la ciudad que hizo desde la parte de arriba de un Museo de la Evolución todavía en obras. Ahora esa fotografía está en los cinco continentes. «Venía de vacaciones gente que era de Nueva York, de Hispanoamérica, de Francia... Veían la foto en el escaparate y me preguntaban cómo llevársela a su país porque querían tener Burgos en su casa, y yo les decía que se llevaban la ciudad entera». 

También fue presidente de la Asociación de Fotógrafos, y cuenta con honra que en su mandato consiguió que los profesionales locales (y no los de Madrid) cubriesen todas las juras de banderas realizadas en Castrillo del Val durante la mili. Otras anécdotas entran dentro de las páginas rosas, como los recién casados que volvían de la luna de miel por separado a por dos álbumes, los clientes fieles que llegaban al local pidiendo fotos de la boda de sus nietos para cerrar toda una saga familiar, la Expo visitada a través de carretes o las lágrimas de los que admiraban los retratos de sus antepasados tras un cuidadoso retoque de los negativos originales. Y año tras año el objetivo de las cámaras recogía las vidas de la gente del barrio.

Todas las transiciones. La constante que ha acompañado a Olga y Andrés durante toda su carrera ha sido el cambio. «Si te cuento las transiciones que hemos vivido, esto es morirse» bromea el fotógrafo. Metamorfosis política, social, tecnológica; la llegada de la democracia, del color, de las cámaras digitales y los teléfonos móviles. La informática empezó a tirar de la fotografía, y cuando acababa de aterrizar al estudio la máquina más nueva, resultaba que ya se había vuelto vieja. «Si no te ponías al día tenías que echar la persiana», recuerda Andrés. Él, que no había sido un amante de la escuela, no podía imaginar que tendría que estudiar tanto para adaptarse a la era digital. 

Llegó el momento de cerrar el gran laboratorio y volver al local de origen, porque la llegada del móvil supuso la muerte del revelado. La asociación desapareció, y eso que habían llegado a ser más de treinta profesionales en la ciudad. «Gamonal se queda sin fotógrafos», dice echando la vista atrás. Asegura que han influido muchos factores en el declive, no solo las tecnologías. Un ejemplo de ello es la nueva normativa que permite realizar las fotos del carnet de conducir en el centro médico. El documento de identidad casi corre la misma suerte, pero «de momento se han retractado» porque hay muchas familias cuyo negocio se dedica exclusivamente a eso. 

Con la entrada de agosto Foto Rico cierra sus puertas, al menos por el momento. A los dueños les encantaría que el local siguiera ocupado por cámaras, y esperan la llegada de algún joven con ánimo de renovación y pasión por la fotografía que les haga el relevo. «La gente se está dando cuenta de que si quiere algo bueno necesita un profesional» comenta Andrés, mientras que Olga desea a todo el mundo «que trabaje en lo que le gusta, que es menos trabajo». Sus primeras y últimas declaraciones al periódico son agradecimientos a los vecinos que han confiado en su trabajo todos estos años. Mientras tanto quedará el «¿a dónde voy a ir ahora?» de un barrio que ha tenido en este estudio el retrato de sus mejores recuerdos.