Mecenas y obreros de su iglesia

S.F.L.
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Urbano, Angelín y Julita, hermanos y únicos vecinos de San Pedro de la Hoz, restauran y limpian algunas piezas decorativas que antaño lucía el templo de la localidad. Los trabajos de rehabilitación han acabado y con ello pretenden recuperar la misa

Mecenas y obreros de su iglesia - Foto: S.F.L.

Más de tres décadas han transcurrido desde que una gran piedra procedente de la bóveda central de la iglesia de la Asunción de Nuestra Señora «arremetió contra el suelo y, gracias a Dios, no contra la cabeza de algún feligrés», narra Julita. A partir de entonces, las puertas cerraron a cal y canto y nunca más se volvió a utilizar el espacio... aunque el destino, o más bien el deseo de los tres hermanos Martínez por escuchar de nuevo los sermones del cura, han llegado a buen puerto. Atrás quedan las celebraciones religiosas oficiadas en el jardín de la vivienda de Angelín. La rehabilitación del inmueble es ya una realidad palpable tanto en el exterior como dentro. 

El paso del tiempo y las inclemencias meteorológicas provocaron la degradación del muro piñón que conforma la cubierta y el encuentro con la torre del campanario, que amenazaba gran riesgo de colapso. Tal desplazamiento provocó deformaciones en las bóvedas y en los arcos, con desprendimientos en los nervios, así como en el techo. Asimismo, el desplome hace tiempo del muro que conforma un engranaje en la cubierta ocasionó la aparición de grietas. A su vez, los parámetros verticales de la torre presentaban la mayor problemática, que al igual que el resto, se ha solventado hace días. 

La pedanía ha invertido 66.000 euros con el fin de que la iglesia recobre vida y se vuelvan a festejar las celebraciones como antaño, a pesar de que ello implique un «gran esfuerzo económico para un pueblo tan pequeño y sin apenas recursos», expone el presidente de la entidad local menor, Ramón Santamaría. No obstante, la localidad cuenta con tres protectores a la sombra que se encargan de acondicionar todos los detalles que en conjunto hacen del templo un lugar sumamente especial para ellos, ya que en él se casaron sus hijos y bautizaron a su nieta Nerea hace ya 33 años. Urbano, Angelín y Julita invierten buena parte de su tiempo en limpiar candelabros, cruces, vinajeras o bandejas que reposaban en la oscuridad esperando a ser rescatados del olvido. 

«Esto cuesta horrores, estaban tan negros que no se apreciaba el material con el que habían fabricado las piezas. De las de plata no ha quedado ninguna, así que nos conformamos con exponer las de bronce», explica la hermana mientras el mayor frota con un cepillo pequeño una de las piezas. Los únicos habitantes del pueblo se reparten las tareas y, mientras Julita y Urbano se decantan más por las labores de 'saneamiento', el mediano se encierra en su taller en el que trabaja la madera con suma delicadeza. Entre cuatro paredes a rebosar de herramientas y al «calorcillo de la estufa de leña», el artesano ha recuperado una andas que curiosamente se libró de formar parte de la dieta de las polillas. Tras horas y horas de faena, la estructura para portar imágenes luce sus colores originales y espera que San Pedro vuelva a ser transportado en las fiestas patronales. 

Unos baúles de madera también piden a gritos socorro y probablemente pasen por las manos del burebano, pero los libros escritos en latín y las Biblias que 'decoran' un antiquísimo mueble en la sacristía no correrán la misma suerte. Sus hojas podridas a consecuencia de la humedad tienen difícil solución y «preferimos no tocarlas porque se estropean», declara Urbano mientras mira detenidamente las portadas de los tomos.  

El techo de la torre del campanario presume de una renovada cara de madera que aguarda las dos campanas de grandes dimensiones de bronce  que esconden un misterio. Los crípticos mensajes labrados con tipografía y alfabetos diferentes cuyo significado nadie, hasta el momento, ha descifrado, aguardan a que alguien lo consiga. Mientras tanto, los tres hermanos Martínez protegerán y custodiarán su bien más preciado.