Cruda y bella paramera loriega

J.Á.G.
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El Museo del Petróleo es un auténtico centro de interpretación sobre los hidrocarburos, pero también de la memoria histórica de una tierra que vibró con la aparición del oro negro en la comarca loriega

Cruda y bella paramera loriega - Foto: Alberto Rodrigo

Las parameras loriegas llevan años sumidas en el silencio. Ya no se oye ya el ronco traqueteo ni se aprecia el cabeceo de la decena de caballitos, los vetustos balancines de pistón que seguían extrayendo hasta el pasado año ese oro negro que en 1964 brotó por primera vez de lo más profundo de la recia y fría meseta de Ayoluengo, Sargentes y Vadeajos. Tampoco se observa desde las alturas el ajetreo de los operarios trajinando sobre ellos ni el ir y venir de coches, camiones y máquinas. Tampoco hay actividad en la planta. Solo los motores de los tractores, labrando los rayanos predios de cereal, rompen ahora la quietud. Estas elevadas bombas, con sus metálicos depósitos de gas adosados, son el último bastión de la memoria colectiva de esa Oklahoma burgalesa que no pudo ser, de un sueño que se rompió bruscamente y que corre el riesgo de convertirse en pesadilla. Estas y otras estructuras podrían desaparecer si las administraciones estatal y autonómica no autorizan su permanencia y se impulsa la protección de todo este patrimonio industrial y emocional para convertirlo en un atractivo recurso turístico que dinamice la comarca. Vecinos y autoridades confían en que la catalogación de este espacio como punto de interés del geoparque de Las Loras, protegido por la Unesco, sirva para evitar su desaparición y sea declarado, finalmente, Bien de Interés Cultural (BIC) para evitar su desmantelamiento.

Estamos ante el único complejo petroquímico sobre tierra, que además es visitable, en el territorio nacional. Si además le sumamos el Museo del Petróleo, en Sargentes de la Lora, la propuesta es más que atractiva para disfrutar en la escapada de un maravilloso entorno natural y, a la vez, recorrer este singular campo de petróleo, que se cerró oficialmente en 2017, después de que el Gobierno rechazara prorrogar la concesión como había pedido la empresa. LGO Energía, la última ajudicataria, seguía extrayendo 120 barriles al día, suficientes para asegurar la rentabilidad de los yacimientos, pero la ampliación del permiso se topó con el muro infranqueable de una transición ecológica muy contestada y que, en este caso, ha supuesto un duro golpe para el desarrollo socioeconómico de esta comarca y más teniendo en cuenta que el campo habría sido explotado únicamente en un 17% de su capacidad. Más allá del debate energético, toro lo que rodeó al petróleo loriego es patrimonio industrial y tiene un evidente interés turístico que es necesario promocionar.

Antes de internarse en por estas crudas parameras y entrar en materia, nada mejor que visitar el Museo del Petróleo, en Sargentes de la Lora, que es uno de los resortes, junto a la ruta de los caballitos y el geoparque, sobre los que el consistorio loriego quiere pivotar en el futuro la promoción turística si finalmente no encuentra más obstáculos administrativos. El complejo museístico es un auténtico centro de interpretación geológico y de la historia del crudo y de toda esa época dorada de oro negro loriego. No tiene pérdida porque un auténtico balancín en su misma entrada es faro y seña de identidad. Por cierto, una pequeña reproducción a escala del artilugio, que se mueve y cabecea como los originales, se puede admirar en la exposición interior. Félix Arroyo, reputado herrero de Basconcillos del Tozo, se esmeró, desde luego en su trabajo mecánico y de forja.

Tanto el poliédrico diseño arquitectónico del edificio como esos grandes ventanales que asoman al páramo y la disposición y los contenidos de las distintas áreas expositivas están engranados para convertirlo en un auténtico centro de interpretación dirigido a difundir esa memoria histórica de los yacimientos además de toda una trama didáctica relacionada con el petróleo, que incluye muestras de rocas y crudos, mapas y esquemas geológicos. Todo ello permite además recorrer la historia del territorio nada menos que 250 millones de años, cuando estos páramos eran lechos marinos. Escolares y visitantes tienen en este museo un auténtica aula de aprendizaje. A través de enormes e instructivos paneles, pantallas interactivas -incluso hay una máquina en la que el visitante puede calcular su propia huella de carbono-, fotografías históricas, maquetas y, sobre todo, de las explicaciones de Idoia Prieto, guía del museo, los turistas casi acaban siendo ingenieros o geólogos. Los procesos de formación y extracción de hidrocarburos, la mecánica de las exploraciones y sondeos, el procesamiento del crudo y otras muchas cuestiones técnicas, también las que tienen que ver con los varipopintos usos domésticos del petróleo, dejan de ser áridas para convertirse en conceptos de fácil comprensión.

En las salas, expositores y las vitirinas se conservan y puede admirar elementos singulares y originales como el 'tricono' -broca de perforación- de ese histórico Ayoluengo-1 y que horadó la bolsa petrolífera de la que brotó el primer y esperado chorro de crudo. Gracias también a una donación de la familia de Fernando Manjón, casi un litro de este primigenio y espeso petróleo se exhibe en la exposición en una botella de tinto Castillo de las Arenas, el único envase que al parecer tenía a mano Fernando para repartir entre familiares y vecinos esa garrafa que blande en la histórica foto atribuida a Fede y ahora perteneciente al archivo de Diario de Burgos. Estas y otras muchas historias y anécdotas las cuentan los paneles y también Idoia Prieto en la visita en la que, además de esa colección de históricas fotografías, recuperadas de hemerotecas, archivos y álbumes familiares, se muestra una selección de portadas y páginas de distintos periódicos, que fueron notarios de este hecho histórico. Asimismo, el museo dispone de un interesante archivo digitalizado de prensa que se puede consultar en una pantalla. Pero, si duda, lo que más emociona -y gusta- a los visitantes es volver a visionar en pantalla grande ese reportaje del NO-DO, que retrotrae al visitante a un blanco y negro vintage y al verbo engolado de locutores de la postguerra.

Después de esta experiencia emocional y científica que supone la visita en el interior del Museo del Petróleo, sin salir del recinto, en el exterior una amplia colección de herramientas utilizadas en la búsqueda de hidrocarburos, pero sobre todo una excelente muestra de rocas. En este pétreo jardín se muestran 21 ejemplares de piedras y minerales procedentes de distintos puntos del país. Calizas y areniscas del mismísimo diapiro de Poza comparten espacio con granito de Madrid, pizarra gallega y wolframio de Salamanca, entre otras. Algunas calizas presentan restos fósiles de rudistas, extintos moluscos bivalvos heterodontos que están asociados al periodo jurásico y que están también relacionados con los yacimientos petrolíferos porque facilitaban la acumulación de combustible petroquímicos.

Tras la didáctica y pedagógica visita al espacio museográfico de Sargentes, nada mejor que recorrer con el profesor y periodista Miguel Moreno, muy implicado en el estudio y la investigación, el sendero del petróleo hasta Ayoluengo, que está a apenas tres kilómetros, para ver los curiosos balancines que se levantan esparcidos por la paramera. Entre ellos, se encuentra el pozo 37, uno de los más visitados, en este caso por su magnífico emplazamiento y cercanía a Sargentes. Se trata de un mirador desde el que se tiene una magnífica panorámica del campo, de los montes cercanos así como del pueblo. También desde este y otros emplazamientos de los restantes artilugios extractores son visibles, desde hace algunas décadas, un sinfín de aerogeneradores, contrapunto verde a esa fuente de combustible fósil que representan los balancines. Dos energías distintas que se dan la mano en un páramo pelado en el que sigue habiendo tierra fértil.

En esta ruta es parada obligada el icónico pozo Ayoluengo-1 en el que hasta 2017 solo una oxidada señal indicaba el lugar exacto del sondeo del que salieron los primeros galones de oro negro. Eran las 11,45 horas de ese histórico 6 de junio de 1964 cuando la alegría por el feliz hallazgo inundó la paramera. Ahora, un monumento en el que se combinan el perfil del pozo y de los personajes que aparecen en la histórica instantánea rinden homenaje a este hito histórico. Más allá, nuevos pozos, estupendas vistas y senderos que a lo largo de una decena de kilómetros discurren por terrenos de Sargentes, Ayoluengo y Valdeajos y pasan al lado de la estación de tratamiento de combustible, que como los balancines sigue parada. Una pena.

*Este reportaje se publicó en el suplemento Maneras de Vivir el 12 de diciembre de 2020.