"Hay que creer en los hijos y disfrutar de sus avances"

G. ARCE
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No presiden, no representan, no quieren foco... Pero son parte esencial de esta ciudad. La crónica de Burgos se escribe en las vidas de quienes ayudaron a construirla. José Emilio García Sanz es uno de esos hombres y esta es (parte de) su historia

Emilio García puso fin antes de la Navidad a 41 años de enseñanza en el colegio La Salle dejando un grato recuerdo en varias generaciones de burgaleses. - Foto: Valdivielso

* Este artículo se publicó en la edición impresa de Diario de Burgos el pasado 11 de enero.

Don Emilio, ‘el’ Emilio o DonE ha sido maestro y referente de varias generaciones de niños burgaleses formados en las aulas del colegio La Salle. Aunque su apariencia de apuesto joven siempre engañe, suma ya 64 años y acaba de cuadrar sus cuentas laborales para jubilarse a las puertas de la Navidad. Para quien no tenga el gusto de conocerlo, Emilio simboliza de alguna manera la transición de la sotana y el babero blanco de los hermanos de las Escuelas Cristianas al pantalón vaquero y las deportivas; para los que aprendimos con él a finales de los 70, supuso el relevo generacional entre el entrañable hermano Blas, fundador del colegio de la avenida del Cid, y un profe sin el ‘usted’, enrollado como él solo, que se divertía con sus alumnos dentro y fuera de las aulas; bien tocando unas canciones con la guitarra, bien corriendo por las faldas del Castillo a primera hora de la mañana, bien echándose sobre sus espaldas el toro de fuego durante las fiestas del colegio, bien participando en un programa de radio para ayudar a hacer las tareas por las tardes, bien preparando una excursión a las cuevas de Atapuerca cuando el Antecessor aún dormía tranquilamente en su interior... A Emilio le define perfecto el término ‘todoterreno’.

DonE nació en Alcalá de Henares, siendo el último -y con una holgada diferencia de edad- de sus cuatro hermanos. Lo de venir al mundo en la histórica ciudad universitaria fue cosa del destino y obedece a la profesión de su padre, Eduardo, militar de carrera. Porque tanto su progenitor como su madre Irene (hoy centenaria) son naturales de la comarca del Arlanza.

Con apenas 8 meses llega a Burgos, a una vivienda de la calle San Juan. Su primer contacto con la enseñanza lo tuvo en el colegio Hispano-Argentino (hoy la Escuela de Hostelería de La Flora) donde aprendió las primeras letras que luego enseñaría el resto de su vida. Integró la primera promoción que inauguró el instituto Diego Porcelos, "cuando el polígono docente de Río Vena era un lodazal en el extrarradio al que íbamos en bus...".

Finalizada la etapa escolar, tuvo el dilema de si estudiar medicina o magisterio, aunque pudo más la segunda opción. Emilio, hombre de fuertes convicciones religiosas, ya mostraba buenas artes en la educación de los niños durante las tardes de catequesis y actividades culturales en la parroquia de La Anunciación, en el barrio de Los Vadillos.

En la Escuela de Magisterio (‘La Normal’) de la entonces denominada avenida General Vigón (hoy de Cantabria) tuvo de profesores al hermano Tomás, "que llevaba todas sus clases preparadas en un portafolios que se sabía de memoria y nunca consultaba", y a Fernando Alonso (de mote El Plastilino), quien le dejó bien grabado en la memoria un sabio consejo que ha aplicado toda su vida: "Las clases hay que sudarlas siempre, hay que hacer de todo ante los alumnos para motivarlos, ser muy dinámico y contagiarles tu dinamismo".

De la mano del hermano Tomás realiza sus primeras prácticas como maestro en La Salle durante el último año de estudios. Tras pasar la mili como alférez, en 1979 le llaman de nuevo del colegio para ofrecerle una plaza fija. "Entonces había más frailes que profesores y con muchos de ellos me llevaba una diferencia de edad de casi 20 años, aunque también coincidí con una nueva generación de hermanos que estaban llamados a renovar la forma de enseñar".

Su primer papel no fue nada sencillo, pues tenía que tomar el relevo del hermano Blas, convertido ya en una institución educativa no solo en el propio colegio sino en la ciudad de Burgos. "Me asignaron una clase de primero de EGB y otra de sexto. El hermano Blas me vio serio y preocupado el primer día por la responsabilidad que se me venía encima y me dio un consejo: ‘Tú empieza por los más pequeños y podrás dar clase a todos los demás porque vas a aprender mucho de ellos; si empiezas por los mayores te va a costar mucho más... Fue mano de santo".

Don Emilio dio rienda suelta a su inmensa capacidad de creatividad e imaginación con los niños de 6 años, la misma fórmula que fue aplicando poco a poco con los mayores de 12 años y que también le sirvió con sus padres y madres, que asistían encantados a las charlas con aquel nuevo profesor de sonrisa y discurso embriagador. "Escuela y familia tienen que ir siempre unidas. No puede haber educación sin la unión de las dos. Nunca dejé de elogiar a los chicos ante sus padres, aunque fueran unos cafres...", sentencia.

"El hermano Blas era un maestro muy pulcro con la forma de hacer las letras en el cuaderno y con la lectura [que premiaba con las míticas bolitas de anís extraídas del fondo del bolsillo de su sotana]; luego llegaba mi clase y no me dolían prendas en sacar la guitarra y cantar una canción". En aquel entonces había 41 alumnos por aula, una multitud frente a los 25 actuales.

"Recuerdo mi primer día con muchos nervios y con mucha ilusión. Nunca olvidaré la mirada expectante de los niños en la primera clase -algo que no se ha perdido y que voy a echar mucho de menos-, ni la sensación de que entraba en un mundo en el que podía hacer y crear muchas cosas nuevas. Encajé con la mentalidad de innovar que guía a los Hermanos de las Escuelas Cristianas, en su afán por trabajar en mejorar y renovar su oferta educativa para favorecer siempre a los niños. Tuve las puertas abiertas y siempre se me ha permitido enriquecerme en cualquier programa que hemos emprendido".

23-F. 41 años de enseñanza y cientos de niños dan para miles de anécdotas, aunque muchas han quedado en el olvido y son los propios antiguos alumnos los que las rescatan del recuerdo.

"Para preparar a las nuevas generaciones siempre tuvimos presente que teníamos que abrir el colegio a la sociedad". En ese afán, a ‘el’ Emilio le tocaron momentos felices y otros muy delicados, como el golpe de Estado del 23-F. "Para mí no solo fue la noche de los transistores, sino que me cogí la radio de casa y la puse en clase sobre la mesa para oír -muy preocupado- si todo aquello paraba. Los alumnos [ajenos al trajín del país] pensaron que les esperaba un concierto de los Rolling Stones y se quedaron más con la anécdota de la radio encendida que con la trascendencia del día".

También recuerda las clases decoradas para honrar a Félix Rodríguez de la Fuente, cuyo fallecimiento en accidente supuso una auténtica conmoción para una generación de los niños de la EGB.

"Muchos antiguos alumnos me recuerdan con el toro de fuego a mis espaldas recorriendo el patio del colegio durante las fiestas, los festivales navideños que organizábamos en el salón de actos, el parchís gigante en el patio o los viajes al Parque de Atracciones a Madrid para los ganadores de la liga de fútbol que minuciosamente preparaba y organizaba don Eladio... Era un trabajo muy callado de todos los profesores y hermanos a lo largo de todo el curso".

En la cadena Cope protagonizó durante dos años el programa Haciendo las tareas, conducido conjuntamente con el locutor Paco Lesmes todas las tardes de los días de escuela. "En la radio comencé haciendo de Rey Mago, leyendo las cartas que enviaban los niños".

Panamá. En 1988, en pleno auge de las ONG, nace Proyde (Promoción y Desarrollo), impulsada por los hermanos de La Salle para apoyar proyectos solidarios en áreas del mundo necesitadas. Emilio y Macu, su mujer, se embarcan por casualidad en un proyecto en Panamá, en la zona rural del lago Gatún. Primero fue un verano, luego otro y, finalmente, tres años de proyecto solidario, desde el 92 al 96.

"Tras superar el calor, la humedad y el paisaje, nos quedamos con las personas y nos dimos cuenta de que podíamos echar una mano. Creamos círculos de cultura, trabajamos con madres maestras encargadas de educar a los niños de sus comunidades. Incluso impulsamos intercambios comerciales entre las propias comunidades para evitar que emigraran y desapareciesen".

Fueron años "inolvidables y duros", propicios para una sana ruptura de esquemas personales y una nueva manera de ver el mundo que Emilio mantiene muy presentes. "Es tal la magnitud de lo que te encuentras, que ya no te sientes un superman. Eres consciente de que no puedes arreglarlo todo y que lo importante es observar cómo viven estas comunidades para ver sus necesidades reales".

Problemas de salud precipitaron la vuelta a España y el regreso al colegio de la avenida del Cid. "De vuelta me encontré fuera de lugar. Firmé un cheque en blanco con La Salle, pero a la vuelta no había sitio para mí. Me dieron unas horas atendiendo el comedor escolar casi recién estrenado. Me costó mucho encajar al principio el ver cómo mucha comida sobrante del día se tenía que tirar por razones higiénicas. Tampoco entendía cómo la celebración del Día del Hambre podía ser una fiesta... Había muchos contrastes que poco a poco se fueron corrigiendo".

Emilio mantiene contactos estrechos con Panamá, incluso algunos de aquellos alumnos que tuvo allá han venido a España a desarrollar una carrera universitaria.

educación. Don Emilio, no podía ser de otra manera, es un firme defensor del papel de la escuela en la sociedad. "Siempre digo a los padres que crean en sus hijos y que disfruten de cada avance que consiguen".

Sus primeros alumnos, hoy cincuentones, solo veían el mundo en la Primera Cadena y en el canal UHF (cuando se sintonizaba). "Luego vino la generación de los botones automáticos y ahora es la de la inmediatez pura y dura. Un niño que viene al colegio con 3 años tiene una carga de publicidad, de dibujos y de imágenes brutal y es más difícil de educar. Los niños cambian y la ciencia cambia con ellos, las nuevas tecnologías son un mundo". "El maestro aprende para enseñar y enseña para aprender, esto no ha cambiado ni cambiará".

El futuro de la escuela religiosa está, a su entender, garantizado. "En La Salle todos trabajamos con los mismos valores, hermanos y seglares. No entendería una educación que extinguiese la religión, porque es una forma de vida y una forma de entender y situarte dentro de la vida. El niño ha cambiado y necesita que la educación innove e investigue como he dicho, pero los valores siguen".

Le duele, eso sí, que en Burgos se hayan quedado "muy pocos" de los alumnos que tuvo. Muchos han prosperado y triunfado profesionalmente, pero lejos de su tierra.

Maestros. Recién estrenada su jubilación, Emilio estima que la figura del maestro es reconocida sobre todo en la familia, aunque no en el conjunto de la sociedad. "Una persona que hoy vende sus vergüenzas en público cobra en una hora de televisión el sueldo de tres maestros durante todo un año. ¿Cómo puede ser esto así?".

Sus últimas semanas de trabajo se han centrado en la educación de los niños frente a un fenómeno nuevo y trágico: la pandemia. "He visto a compañeras ayudando a cada niño a ponerse bien la mascarilla y a guardar las distancias de seguridad, día tras día de este curso. Esos niños serán lo que sean en el futuro, pero gracias a esa maestra y esos pequeños gestos, llegarán a donde ellos quieran. ¡Qué labor más bonita tenemos entre manos!".

Don Emilio, ‘el’ Emilio o DonE mira con nostalgia su vida en La Salle, aunque sabe que aún le queda mucho por hacer. Están las rutas de senderismo y bicicleta por la provincia y también los ancianos de la residencia Los Jazmines (donde ha estado ingresada su madre) y a la que espera volver pronto con la guitarra, para cantarles coplas, pasodobles y rancheras y devolverles la alegría perdida... Gracias.