Un álbum de cromos y un loco escalador

A.C. / Medina de Pomar
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Juanjo San Sebastián, parte del equipo de 'Al filo de lo imposible' de 1983 a 2004, ha vivido experiencias inimaginables. El día 28 contará en Medina lo aprendido en su viaje por el mundo

Juanjo San Sebastián en Peña Rueba (Aragón) desafiando a sus músculos y la gravedad. - Foto: DB

Juanjo San Sebastián (Bilbao 1955) es presentado en todos los foros como uno de los ochomilistas españoles más importantes de los años 80 y 90. Autor de cuatro libros, ha recorrido medio mundo conquistando las altitudes más inalcanzables, pero rebosa humildad, cercanía y sabiduría. «No me considero uno de los mejores, sino un alpinista que ha tenido la suerte de ir a muchos más sitios que otros gracias al programa Al filo de lo imposible», aclara. De su equipo formó parte entre 1983 y 2004.

Su vida ha sido una gran aventura, pero «lo más importante no han sido las montañas, sino lo  aprendido escalándolas» y las grandes experiencias acumuladas. Qué le condujo al alpinismo es algo a lo que San Sebastián también presta mucha importancia. Las Merindades estuvieron presentes en aquel punto de partida. Los campamentos que organizaba su parroquia le trajeron a Villaluenga de Losa, Río de Losa, Oteo de Losa o Pedrosa de Valdeporres. Tenía entre 7 y 14 años cuando aprendió «el valor del esfuerzo, la voluntad, el control ante la adversidad». Aquellas enseñanzas «me han servido en las grandes alturas y en las grandes bajuras en la vida», agradece. Varias décadas después, regresó a la comarca de la mano de un amigo para aprender a volar en ultraligero y poder grabar desde la altura en el desierto. Entonces encontró su pequeño paraíso en la localidad de Villaventín, donde ahora pasa casi tanto tiempo como en Vizcaya.

Ahora, escala en Las Merindades, pero sus siete dedos amputados en las dos manos y «uno en el pie», añade, delatan su periplo vital, el de quien comenzó a escalar en «una época en que escalábamos solo unos pocos y de los pocos que lo hacíamos solo unos pocos estábamos muy locos». Un álbum de cromos que narraba la primera experiencia en los Andes en 1961 le fascinó y le arrastró a la alta montaña. «Abrieron una vía de 6.700 metros al pico más alto de Perú. En la bajada uno murió. La historia recogía la felicidad de la cumbre y la tragedia de la pérdida y la solidaridad del equipo por intentar sacarle vivo de la grieta primero y luego el cuerpo, ya muerto», relata.

Y comenzó a entrenarse en Atxarte, el parque natural de Urkiola y comenzó a viajar. En lo Alpes, se daban cita casi todos los escaladores europeos. En 1979 vivió una de sus grandes expediciones a los Andes. «Fue una revolución», rememora. Descubrió «un mundo completamente distinto» y la dificultad de subir por encima de 6.000 metros, donde ya falla el oxígeno, el tiempo puede cambiar de un momento a otro y, en definitiva, «todo es imprevisible». Yentre escalada y escalada conoció a «otro loco», el creador de Al filo de lo imposible, Sebastián Álvaro.

Después llegaría el ataque al Everest, la gran cima del mundo. Fue en 1987 y el permiso se había solicitado seis años antes. Entonces había que caminar 15 días para llegar al campo base, en el que ahora te llevan en avión, pasar una semana comprando en Katmandú... No hicieron cumbre, pero lo intentaron «sin oxígeno, sin sherpas y sin cuerdas». San Sebastián insiste:«Es más importante el cómo se ha hecho que el qué se ha hecho».

Siete dedos. Sus dedos se congelaron en el K2, cuando tenía 39 años, pero no fue lo más importante. Allí perdió la vida Atxo Apellaniz, su compañero. Fue la cuarta y última vez que subió a aquella montaña. «Era la más deseada entre todos los ochomiles, la más difícil». «No teníamos las previsiones meteorológicas de hoy en día. Pensamos que era niebla, pero era una tormenta muy gorda que nos complicó mucho la bajada», rememora. La nieve sepultó una mochila con cuerdas que había dejado antes de la cumbre y necesitaban recuperar, una avalancha arrastró 400 metros a San Sebastián. «Fue una odisea».

Apellaniz tardó 3 días en llegar a la tienda, ayudado por sus compañeros, pero murió de agotamiento. Juanjo resistió dos días sin comer, beber ni dormir. Aunque para extremas considera las condiciones de Mallory e Irvine, que en 1924 desaparecieron ascendiendo el Everest «con gabardina y camisa de franela y sin oxígeno». A partir de aquella pérdida se le quitaron las ganas de montañas tan altas.

Pero a veces no es tanto la altitud como la dificultad. En la cima de El Capitán, en el parque Yosemite del estado de California, vivió uno de sus «mejores recuerdos». Pasó cinco días para escalar su vertiginosa pared vertical de más de 900 metros. Durmiendo «atado» en la pared logró la cima al atardecer y su grupo decidió quedarse a dormir allí, en vez de bajar. «Recuerdo aquel atardecer como una de las cosas más bonitas que me han pasado en la vida». «Los paisajes dependen de lo que te esté pasando cuando llegas, del esfuerzo, de tu capacidad de vencer el miedo, de tu capacidad contra la adversidad... el paisaje se transforma». San Sebastián enseña con su discurso y en Medina explicará ese viaje «por  puntos de vista diferentes, visiones del mundo diferentes, visiones diferentes ante las mismas cosas, que te da la perspectiva de las experiencias que has vivido». Será en el Ciclo de Montaña y Espeleología del Ateneo Café Universal el día 28.