Entre minas, cuevas y dehesas

J.Á.G.
-

A Puras de Villafranca, a 46 kilómetros de Burgos, se llega por la carretera N-120 de Burgos a Logroño. Pasado el puerto de la Pedraja y la localidad de Villafranca Montes de Oca y antes de llegar a Belorado hay que tomar el desvío a la derecha.

Entre minas, cuevas y dehesas - Foto: Jesús J. Matí­as

Puras de Villafranca, una pequeña pedanía de Belorado y cuya población no va más allá de media docena de residentes habituales y una treintena censados, se ha convertido, sin duda, en uno de los municipios más atractivos de la comarca beliforana y de la provincia de Burgos para el turismo activo y de aventura. Tiene como resortes el complejo minero, la cueva de Fuentemolinos y esa pequeña vía ferrata. También tiene espacio y, no poco, para ese otro ocio, más pausado y tranquilo, que permite además de callejear por el pueblo internarse en su singular dehesa, en la que además de su agreste orografía, se combinan los pastos ganaderos trufados de centenarias hayas, cascadas, regatos… junto a miradores desde los que contemplar bellos y lejanos paisajes.

Puras de Villafranca es hoy núcleo rural golpeado por la despoblación, pero no fue siempre así. Las minas dieron prosperidad y vida durante casi una centuria a un pueblo eminentemente ganadero, pero la fiebre del manganeso, como la del oro en California, acabó allá por los años sesenta. Aunque la existencia de este negro y oxidado mineral, utilizado desde la época romana para endurecer el acero, era conocida y gozaba de acreditada fama por su pureza, su explotación parece que no comenzó hasta la segunda mitad del siglo XIX en la mina Anita. Como centro de extracción y de almacenamiento el complejo siguió operando con más o menos actividad hasta 1965. Las galerías y e instalaciones -se han documentados casi una veintena de bocaminas- se sumieron en el silencio y el abandono hasta la primera década de los años 2000 en los que desde el Ayuntamiento beliforano y la junta vecinal se impulsó el proyecto de reapertura de dos de las minas -Pura y El Comienzo- y de algunas instalaciones, que culminó en 2018 con su apertura a las visitas guiadas.

Aventura minera. La puesta en valor turístico y cultural del complejo, que hoy tiene protección como BIC, ha abierto una puerta a la dinamización socioeconómica y son muchos los visitantes, por libre o en grupo, los que cada año viajan a Puras buscando esa aventura que permite visitar unas galerías naturales y además vivir una experiencia minera singular, un viaje subterráneo a un tiempo en el que era muy duro y peligroso arrancar de entre las fisuras de esta roca el mineral y más difícil sacarlo de las entrañas de la tierra, explica Sergio Blanco, gerente de Beloaventura, empresa que gestiona su explotación turística y que llevó a cabo el proyecto de reapertura de las dos minas y también la puesta a punto de las instalaciones, equipamientos e infraestructuras desde las oficinas, lavaderos de mineral, almacenes, turbina eléctrica, cargaderos… Se ha huido de reproducciones y se ha apostado por la autenticidad y la mínima intervención, eso sí todo muy seguro.

El viejo lavadero del mineral es ahora centro de recepción, escuela y museo etnominero y también laboratorio, una auténtica caja de sorpresas, donde Blanco y otros guías hacen con su quimicefa particular una espectacular exhibición en el que el manganeso es el artista invitado. La gira de superficie incluye el lavadero, en este caso de ropa, también recuperado y el molino, donde se instaló una arcaica pero funcional central hidroeléctrica. Almacenes, cargadero, oficinas…

Con la lección bien aprendida, comienza la aventura y la oportunidad de adentrarse unos cientos de metros en las galerías de las dos minas actualmente visitables, Comienzo y Pura, separadas por un puente sobre un estrecho río, que se junta con el arroyo Fuente Grande y siguen por el valle hasta desembocar en el Tirón. Vagonetas de transporte de mineral, vestigios y utensilios de la febril actividad minera, galería apuntaladas con madera y emparrillados para asomarse a las profundidades, marcas de barrenos y perforaciones, derrumbes en tramos intransitables y cerrados a la visita, pozos, escaleras… e alguna veta de manganeso. En este hábitat minero, de oscuridad y silencio, uno cree oír aún el golpear de picos y el rodar de vagonetas… Es pura ambientación, como ese humo que simula un derrabe, pero ayuda a dar realismo y meterse en la piel de un minero, que bien pudiera ser Lucio Abajo, uno de los últimos vecinos que trabajaron en la mina y 'cicerone' ocasional en visitas organizadas al ala minera de Puras. Dos horas largas dan para mucho en este viaje subterráneo y es hora de salir a la superficie y cambiar la oscuridad por la luz y el aire puro.

De regreso al caserío nada mejor que darse un garbeo por el pueblo y su entorno. El rumoroso río Fuentemolinos o Puras, se le conoce por los dos nombres, pone también color entre el caserío y los riscos y grietas. Más allá, en ese subir y bajar calles y caminos siempre hay ocasión de tomar un refrigerio o acercarse, si gusta del arte religioso, a la iglesia de San Martín, con portada de arco de medio punto, de la que dicen algunos estudiosos que puede ser románica, con columnas, capiteles y arquivoltas. Acceder al interior es difícil fuera de los domingos y fiestas de guardar, pero siempre hay alguien que tiene la llave. Treinta vecinos están censados -en su mayoría jubilados-, pero así, de año natural, solo once residentes.

Para los más aventureros se abren también en Puras de Villafranca otras dos opciones singulares y una de ellas, la más sugerente y desafiante pasa por la cueva de Fuentemolinos, a menos de dos kilómetros del pueblo y cuyas visitas gestiona también, por cierto, Beloaventura. Este viaje a las profundidades, donde nace además el río, no puede hacerse sin un completo equipamiento y el apoyo de especialistas en espeleoturismo porque estamos, ahí es nada, ante una de las cinco cavidades del mundo más importante por la concentración de conglomerado cálcico, grandes cantos rodados fuertemente cementados que le dan singularidad y espectacularidad a esos casi cuatro kilómetros, topografiados por Niphargus, que es toda lección de geología subterránea y permite un emocionante viaje al centro de la tierra.

Viaje al centro de la tierra. Uno se siente un poco Julio Verne ya desde el inicio. A media ladera del monte de La Cuesta, después de salvar -asidos a una cuerda- un desnivel de 30 metros y completar los últimos ocho asegurados por un cable de vida, se accede a la cueva por una angosta entrada, una auténtica gatera. Reptando otros ochos metros se llega al Tubo de los Concejales, cincuenta metros de estrecho corredor conducen a que llaman nivel activo. Avanzar a lo largo de esta enorme y profunda brecha calcárea -cuya litogénesis data de hace 35 millones de años- no es fácil e incluso hay que vadear el regato subterráneo, pero ahí está el misterio y el precio por admirar y disfrutar con la visión, en distintos niveles, de estalactitas, estalagmitas, coladas, excéntricas, banderolas y otras singulares formaciones, como los gours, unos pequeños estanques naturales donde sobreviven en la oscuridad organismos microscópicos. La ancha galería del río es ruta obligada para acceder a la que llaman la zona de derrubios, un caos de bloques, y la Galería del Bosque, doscientos metros no menos espectaculares. Para acceder ya al segundo nivel hay que trepar y a veces reptar. Todo, eso sí muy seguro, antes de regresar al inicio por esos mismos punding de descomunales cantos rodados, arenales y angostos pasos por las grietas de la cueva.

El espectáculo más atractivo y genuino de este viaje al centro de Fuentemolinos está en esas caprichosas formaciones geológicas fósiles que se puede admirar en los diferentes pisos de la cueva, forman curiosas y amenazantes figuras. En algunas no es difícil adivinar palmeras, las agujas de la catedral de Burgos, cuerpos de mujer o atributos masculinos… pero también algunos de los más monstruosos personajes de Piratas del Caribe, pensadores como el de Rodin… Los guías, entre bromas y explicaciones, hacen muy amenas cuatro horas de excursión. No se difícil toparse con algunos murciélagos, que junto a algunos microorganismos acuáticos y líquenes son los únicos seres vivos que habitan estas oquedades.

En un intento de hacer más atractiva e intrépida la visita, hay una segunda posibilidad de visita, esa ya de seis horas, que suma a la anterior, en el que se recorre el primer nivel y parte del segundo, este último entero y un tercero que mayor esfuerzo y preparación física, pero, según apunta Sergio Blanco, merece la pena recorrer esos seis kilómetros de ida y vuelta. Los amantes del espeleoturismo y las personas "con hambre de aventura" por que es ahí, en las alturas, donde las balconadas permiten admirar las formaciones litogénicas más bellas, entre ellas una chimenea fósil de 20 metros o un lago fósil, un macrogour. Los espeleólogos profesionales, pueden visitarlas al margen de circuitos turísticos, pero es obligatorio que lleven siempre un guía conservador.

Es posible visitar también la cueva de los Valladares, nada que ver con Fuentemolinos. A penas si tiene 120 metros abiertos a las visitas turísticas y a las de escolares de campamentos. Puestos ya a desafiar un poco a la naturaleza, para los aficionados a la escalada y el barranquismo hay una opción adicional y exterior, se trata de recorrer entre montaña una vía ferrata, asidos a un seguro cable. Un área y escarpada ruta que permite disfrutar de unos magníficos paisajes y vistas.

*Este reportaje se publicó en el suplemento Maneras de Vivir el día 25 de abril de 2020.