Rosalía Santaolalla

Sin entrar en detalles

Rosalía Santaolalla


'Glovalización'

14/11/2022

Europa, de Lars Von Trier. Si no recuerdo mal, fue la primera película que vi en los Van Golem, que hace unos días han cumplido 30 años y me han obligado a echar la vista atrás otra vez a mi adolescencia: el cine club universitario, el cine club de Caja de Burgos, el Cordón y el Tívoli, el Goya y el Consulado, el Avenida, el Gran Teatro. Incluso cuando era más pequeña, aquellas pelis de serie B o C o Z en la Alhóndiga los domingos. Lo dicho, que un día estás devorando Reservoir Dogs sin pestañear, sintiéndote una moderna, y dos décadas y media después te vuelves a encontrar en la misma sala, casi en la misma butaca, dando la mano a una niña que dicen que es igualita que tú, mientras llora a moco tendido viendo Coco

Está bien comprobar que no ha desaparecido esa sensación única que continúa llevando a los espectadores a las salas de cine. Y ayuda que quien programa no se guíe solo por criterios de taquilla. Marvel, por supuesto, y también Carla Simón. O los Dardenne, que abrieron el ciclo de cine multicultural y de Derechos Humanos hace 25 años y lo volvieron a hacer la semana pasada. A vueltas con lo de acabar con la globalización, una idea a la que Eudald Carbonell lleva años dando vueltas y sobre la que escribe en su último libro, me venía a la cabeza la absoluta diversidad de culturas que han desfilado por las pantallas de los Van Golem en estos 30 años. 

Lo que pasa con la globalización es que se come, nunca mejor dicho, lo que nos parece más provinciano, menos guay, aunque sea lo que mejor nos define. Y eso incluye hasta la comida. Lo decía el otro día Maria Nicolau, la autora de Cocina o Barbarie, a la que escuché en el podcast La Picaeta advertir de que hay platos que van a desaparecer si seguimos sin cocinarlos en casa. Porque, claro, decía, una no se imagina en cualquier ciudad del mundo pidiendo por 'glovo' unas alubias y sus sacramentos, una escudella o unas patatas a la importancia. Hay muchas formas de luchar contra la uniformidad y la cultura es una de las que tenemos más a mano, sean canciones, películas o unos callos con garbanzos.