Diciembre de 1954 - Diez ángeles en la cripta de la muerte

R.P.B.
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Medio centenar de niños empujan una puerta de la iglesia de San Nicolás de Miranda para entrar lo antes posible y ocupar un buen sitio para la velada de aquella tarde. La puerta se abrió de repente y los pequeños se precipitaron escalinata abajo...

La cripta de la iglesia de San Nicolás de Miranda se convirtió en una trampa mortal. - Foto: Truchuelo

EL LUGAR: Sucedió en una escalinata de la iglesia de San Nicolás, en el barrio de Allende de la localidad de Miranda de Ebro.

LAS VÍCTIMAS: Diez niñas que iban a participar en una velada organizada por la juventud de Acción Católica. Tenían edades comprendidas entre los seis y los doce años.

El Mirandés vencía por la mínima al Basconia con un tanto de Seni cuando poco antes del final del partido por los altavoces del Estadio Municipal de Anduva se escuchaba solicitar con urgencia la presencia en la iglesia de San Nicolás de cuantos médicos y personal sanitario estuvieran asistiendo al partido. Aquella inquietante llamada no impidió finalizar el encuentro con la victoria definitiva del equipo rojillo, que por aquel entonces militaba en Tercera División. Pero poco tiempo después los espectadores se fueron enterando de lo que había pasado, del porqué de aquella petición entre urgente y nerviosa que se había escuchado por los altavoces durante el último tramo del partido aquella tarde de domingo.

Todo había sucedido hacia las cuatro de la tarde. Cientos de niñas y niños se congregaban en el atrio de la iglesia de San Nicolás, en el barrio de Allende, a la espera de celebrar una velada organizada por la juventud de Acción Católica. Inquietos ante el evento, aguardaban la entrada al interior del templo. Dos puertas permitían el acceso, y ambas se encontraban cerradas. Una de ellas, la de la izquierda, era la habitual cancela utilizada para la celebración de la catequesis: tras ella, se abría una escalinata con especial disposición que conducía directamente a la cripta. La de la derecha, por la que estaba previsto que entraran los pequeños, también daba paso a una escalinata.

Presos por la emoción, medio centenar de niños comenzó a empujar la puerta de la izquierda, con la intención de acceder lo más pronto posible alinterior delaiglesia para ocupar un buen lugar. Lo intentaron en reiteradas ocasiones, pero ésta no se abría. Quizás por la insistencia y la fuerza que al cabo ejercía sobre ella las varias decenas de niños haciendo presión, acabó cediendo, reventando su cerradura. La puerta se abrió repentinamente y cerca de cincuenta pequeños se precipitaron escaleras abajo, hacia la cripta, entre los gritos de histeria y de pánico. La angustiosa escena duró varios minutos. El alcalde de la ciudad, Luis de Juana, que en ese momento paseaba por las inmediaciones del templo, fue de las primeras personas en acudir en socorro de los niños.

Pronto llegarían también al lugar efectivos de la Policía y La Guardia Civil, así como el personal sanitario, avisado de urgencia, parte del cual tuvo que ausentarse del Estadio Municipal de Anduva. La enorme amalgama que conformaban las criaturas entre lamentos y sollozos fue deshecha con relativa rapidez. Porque a medida que sacaban del fondo de la escalinata a los pequeños se iba haciendo el silencio en el interior.

El silencio de quienes ya no podían gritar. De quienes habían perdido la vida cuando los sanitarios llegaron a sus cuerpos, asfixiados por el peso de sus propios compañeros. Diez niñas, diez ángeles de edades comprendidas entre los seis y los doce años habían muerto en lo que la prensa de la época calificó como un «catastrófico suceso» que sumió a la ciudad deMiranda en un profundo dolor y en una consternación de la que no se recuperaría en mucho tiempo. Nada pudieron hacer los médicos con aquellas niñas: a María del Carmen Mesa, de once años, Yolanda San José, también de once, Milagros Rodríguez, de siete, Elia Da Rose, también de siete años, Rosa María Tolosana, de seis, María Aránzazu Bermejo, de doce, Felisa Miranda, de siete, María Begoña Ladredo, de nueve, Altamira Estíbaliz Revuelta, de siete y María Rufina Maruri, de ocho años de edad, aquella escalinata les había conducido a otra vida.

Sólo un niño, Jesús Ruiz, de ocho años, quedó malherido, recuperándose poco después. El alcalde declaró el día siguiente, lunes, jornada de luto oficial. Lejos de vivir un día más tranquilo tras el tremendo varapalo, éste se vio recrudecido por las terribles escenas que se vivieron en el sepelio. Los familiares de las niñas proferían gritos desgarrados de dolor mientras la lluvia pertinaz de aquel inhóspito y negro lunes caía sin piedad sobre el cortejo fúnebre, camino del cementerio.

*Este artículo fue publicado en la edición impresa el 7 de marzo de 2004