La Revilla frente al espejo

P.C.P.
-

Israel González de la Arena retrata a los vecinos del pueblo en el que acampaba desde chiquitito y que siente como propio para un trabajo de fin de máster, Raíces, que se convertirá en exposición y perdurará como memoria gráfica

Israel explica a Miguel Ángel cómo tiene que posar. 2 · Sandra se fotografía con una gabardina, para que la imagen sea lo más atemporal posible. - Foto: F2 Estudio Rebeca Ruiz

Le toca el turno a Miguel Ángel, el nieto de la Eulalia y el José Luis(por sus abuelos les conoceréis, regla número 1 del pueblo, cualquier pueblo). Se asoma a una sala en la que la cabina de las votaciones aguarda en un rincón la próxima cita electoral, con la cortinilla a medio descorrer. Él también viene para retratarse, no políticamente, pero sí de un modo trascedente, pues el resultado quedará grabado, como el recuento de las papeletas, en la historia de La Revilla. 

Israel González de la Arena ha orquestado este peculiar referéndum, en el que rige el principio básico de la democracia pura.Una persona, un voto. Todos los vecinos pueden, si quieren, fotografiarse para este proyecto, bautizado Raíces. Todos los rostros son bienvenidos. Todas las imágenes deseadas. «Todas tienen la misma importancia, el mismo valor», detalla este burgalés de 30 años, que ha visto como su trabajo de fin de máster se ha convertido en el acontecimiento social del verano en esta pequeña localidad, a 4 kilómetros de Salas de los Infantes, y conocida por sus sidrerías.

 Israel hace bueno un popular dicho. Nacido enBurgos y con ascendencia en Sotopalacios, se siente de donde pace. Sus padres empezaron a acampar en La Revilla cuando tenía 5 o 6 años, en una zona que les dejaba el ayuntamiento, después buscaron un merendero, lo rehabilitaron como casa y se creó un vínculo indestructible. «Mi primer recuerdo está relacionado con la campa.Después, nos costó muy poco tiempo encontrar un grupo de amiguetes y estar deseando ir allí en cuanto llegaban las vacaciones». Y hasta hoy, en el que los amigos se han convertido en un eslabón más del proyecto artístico de este fotógrafo profesional. 

Todos ellos son hijos, sobrinos, nietos, primos de uno, dos o tres vecinos de La Revilla, donde están empadronadas 100 personas según los datos del INE. Y todos han generado una corriente favorable al proyecto Raíces, bautizado así en honor al chopo de la plaza con el que se siente identificado el pueblo. González ha querido establecer «un símil entre ese árbol y la gente que mantiene vivo el pueblo, que lo sostiene en los meses difíciles del año», detalla.

Los retratos los ha realizado en dos tandas, aunque sin duda los primeros fueron los más especiales. Tres generaciones de mujeres que viven en el pueblo. De 91, 51 y 16 años. Solo a ellas las ha fotografiado juntas, a modo de recuerdo, porque el trabajo se circunscribe a retratos individuales.

«Este proyecto tiene una parte documental y otra retratística. Un trabajo no tan periodístico, focalizar en las personas del pueblo. Contar una historia a través de un retrato», al que ha querido imprimir «un carácter más pictórico», al estilo de los lienzos de Velázquez, Rembrandt o Caravaggio, en los que una luz que entra por la ventana de una alcoba. 

El protagonista aparece de perfil. Plano medio, expresión neutra, estética atemporal. Una uniformidad que solo se rompe por expreso deseo del fotografiado. «Hay personas que trajeron objetos, como para darle un plus, un simbolismo a la imagen», como ocurre con Nati, que sostiene entre sus manos una zoqueta (con la que se protegían de los cortes de la hoz al segar).

Miguel Ángel, el de la Eulalia, y Sandra, que tampoco en La Revilla es Sandra, sino la novia del Pirri, han llegado al estudio que su amigo Israel ha montado en la parte superior del Ayuntamiento con atuendo veraniego y mascarilla. Para estos casos, ha improvisado un pequeño set de vestuario con prendas que garantizan esa atemporalidad de los retratos. La gabardina que le planta a Miguel Ángel -«si lo sé cojo algo del armario de mis abuelos»-, los detalles -«pulsera y reloj fuera»- y el plano medio evitan que asomen las bermudas vaqueras y las zapatillas de deporte.Con los mayores el atuendo no es problema.Cuesta más convencerles, sobre todo a los hombres. «Son los más reacios a participar», reconoce González, que a nadie obliga, al menos no él. «Vino el marido de una señora que fotografié: ‘me ha dicho que mi mujer que tengo que venir aquí a hacerme unas fotos’». Y no se hable más.

«Siéntate aquí.El cuerpo recto. Gira la cabeza todo lo que puedas, hasta el hombro.Puede parece forzado, pero no, luego queda bien. Yo te voy guiando. Baja la barbilla, gira más la cabeza. Como que estás muy cansado, que te pesan los hombros, la cara, todo. Levanta la barbilla». El proceso no dura más de 10 minutos. «Hay gente con la que interactúas más, te cuentan su historia, otros retratos son muy cortitos. Le preguntas a qué se ha dedicado, por qué está en el pueblo… Es poner cara a la persona. Nombre, la edad que tiene y lo que ha hecho en la vida», expone.

«Hay historias curiosas. Al final está todo relacionado con el mundo rural. Como la de una mujer de 87 años y su marido, que eran hospicianos, vivía con ellos gente que pasaba por allí; o la mujer mayor de las tres generaciones, que tenía un bar y repartía vino por la zona, ella se encargaba de guisar la caza porque tenía fama de muy buena cocinera. Son historias que dan un valor al pueblo, es una pena que caigan en el olvido», desgrana Israel González.

Raíces empezó como trabajo de fin de curso. La pandemia lo convirtió en proyecto de fin de máster y el devenir natural lo lleva a una exposición que se organizará durante la semana cultural de La Revilla, del 22 al 29 de agosto. Para ello González ha llamado a varias puertas, como las delAyuntamiento y la asociación cultural de la localidad.Su idea pasa por colocar los retratos impresos en lugares estratégicos, como la iglesia y el lavadero, y poder editar incluso un mapa de la ruta. También colaboran algunos protagonistas, que sufragan el coste de impresión para luego llevarse la obra a casa. Aunque a su autor le encantaría «que se quedara por el pueblo» como memoria colectiva de su pasado y presente.

No descarta convertirlo en documental, «si hubiera gente interesada» en colaborar, porque él solo se ve incapaz de asumir todo el trabajo y se ha limitado a grabar un pequeño making of para dejar constancia gráfica de cómo se gestó Raíces. Donde, por cierto, falta su autorretrato.