Ni tan loca ni tan cuerdos

ALMUDENA SANZ
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Carlos Contreras Elvira ahonda en 'La vida entera' en la historia de la activista gallega Conchita Martín, que pasó 35 años acampada frente a la Casa Blanca aparentemente para recuperar la custodia de su hija, pero con mucho más detrás

El trabajo de investigación para la obra llevó a Carlos Contreras Elvira a la plaza de Lafayette, a la tienda de campaña donde Conchita vivió 35 años, hasta su muerte en 2016.

Concepción Martín, Connie o Conchita, nació en Vigo en 1936. Años después llegó a Estados Unidos. Trabajaba en el Consulado de Nueva York cuando se casó con un italiano que se movía en los círculos de la mafia de Brooklyn. La pareja no podía tener hijos. Pero ambos deseaban ser padres y optaron por la adopción. El sistema solo les entregaba niños con problemas, ninguno sano, y con los contactos del marido consiguieron una bebé de Argentina. Más tarde, Conchita descubrió que era una de las niñas robadas de la dictadura. Quiso devolverla y su esposo la metió en un psiquiátrico. Resultó fácil que la acusaran de loca. Las descargas eléctricas que recibió contribuyeron. Consiguió salir del hospital, regresó a España, contó su historia. Nadie la hizo caso. Sí logró un certificado médico de que no estaba desequilibrada. Volvió a Norteamérica empeñada en que se conociera la verdad. Su lamento tampoco tuvo eco. Desesperada, acampó frente a la Casa Blanca. Su lucha por la custodia derivó en la defensa de los derechos de la infancia y, tras conocer a William Thomas, otro activista, a favor del desarme nuclear. Ningún presidente se interesó por sus razones, pero sí un pelotón de voluntarios que la ayudaron a mantener su acampada durante 35 años. 

La trepidante historia de Conchita es objeto de La vida entera (Ediciones Invasoras), la última publicación de Carlos Contreras Elvira, una pieza de teatro que ahora salta al papel tras su estreno hace dos años en el María Guerrero de Madrid con la dirección de Lucía Miranda y la interpretación de Fran Cantos, Ana Cerdeiriña, Jorge Mayor y Antonia Paso. 

El escritor burgalés vuelve a encender los focos sobre esos personajes que transitan por la sombra de la sociedad. Lo hizo con Rukeli, el boxeador alemán de origen gitano víctima de los nazis; con Kaiser, el futbolista brasileño que no jugaba pero que las estrellas querían a su lado porque era el gran organizador de fiestas; y con Thamsanqa Jantjie, el intérprete de lengua de signos del funeral de Mandela que tradujo los discursos de los dirigentes sin ton ni son, protagonista de Manual de estilo para currículums inventados. A Conchita llegó a través de la traductora al alemán de uno de sus libros. Sabedora de su querencia por estos perfiles, se ‘la presentó’. Contreras Elvira se enamoró. Y cuanto más indagaba, más le gustaba. 

«Era muy llamativo. El hecho de que una española estuviera tantos años frente a la Casa Blanca ya era lo suficientemente interesante. Te acercas al personaje y ves que es una pacifista, pero investigas un poco y te topas con la historia por la custodia de su hija. Y cuando profundizas se juntan temas explosivos como la mafia italiana, los niños robados de Argentina, la violencia machista...», anota el autor, que ha caído rendido a sus pies igual que antes lo hicieron otros creadores como el cineasta Michael Moore. 

Al tiempo que deshilacha la historia de Connie, La vida entera sigue los pasos de su hija, que aún vive y que prefiere mantenerse al margen de toda esta historia (el autor intentó contactar con ella), a la que nunca más volverá a ver y que crece ajena a todo. Sus biografías discurren en paralelo, pero nunca se chocan. Desaparece con su padre cuando su madre intenta devolverla a su verdadera familia, aunque con los años, gracias al activismo de la gallega, las Abuelas de la Plaza de Mayo la localizan. Se hará las pruebas de ADN, descubrirá que a miles de kilómetros han celebrado sus cumpleaños pese a su ausencia..., pero nunca abandonará a su padre adoptivo. 

«El libro expone cómo la madre dedica la vida entera a que su hija sepa que fue una niña robada y lucha por que recupere su identidad y cómo la niña ya adulta habla de la dificultad de recuperar la vida entera cuando te la han quitado», resume Contreras Elvira y observa que se trata de una obra sencilla, con escenas cortas, sin acotaciones, concentrando toda la acción en los diálogos, en la palabra. 

Poco a poco se perfila todo un personaje con pinceladas biográficas que superan la ficción y hacen equilibrios sobre una delgada línea entre la locura y la cordura. Su imagen con su sempiterno casco, que decía llevar porque le leían los pensamientos desde el Pentágono, tornó en icono, tanto para los turistas como para los activistas. Acudían a la plaza de Lafayette a sacarse un selfi o a ondear la bandera junto a la única acampada legal del parque, por ser anterior a la legislación que las prohibía, que, gracias a su carácter pacifista y a la ayuda de la gente, Connie mantuvo en pie hasta su muerte en 2016.