Todo empieza como una forma de ganar un poco de dinero, una alternativa de ocio con amigos. Los salones de apuestas invitan a una consumición o su precio es tan ridículo que  parece mejor opción que un bar. Un día la suerte llega a la partida de la ruleta, y todo apunta a que la fortuna durará para siempre. Y uno empieza a jugar a nivel individual; la recompensa es inmediata y por eso arriesga el dinero que tiene, después el que pide y luego el que comienza a robar. Allí no hay luces, ni relojes o ventanas, solamente la posibilidad de echar una moneda y una persona enferma cada vez más agotada y agobiada de sí misma.  

«El perfil del adicto y los operadores de apuestas han cambiado mucho desde la ley de regularización del juego online en 2012». David Burgos, psicólogo de la Asociación de Rehabilitación del Juego Patológico (ABAJ), percibe alarmado cómo se va extendiendo la ludopatía entre los jóvenes, que  empiezan a jugar desde los 14 y 15 años. De hecho, entre el 60 y el 70% de las personas que piden tratamiento no han alcanzado la treintena. La mayoría de ellos son varones que tienen inculcado un espíritu de competitividad, en varias ocasiones procedente del entretenimiento con videojuegos.
Al problema de los salones y casinos que inundan la ciudad se suma el mundo de los operadores por internet, que son mucho más rápidos y no obligan a desplazarse, por eso se popularizaron durante los meses de restricciones de la pandemia. Los jóvenes, que han adquirido ciertos conocimientos de informática, probabilidad y deportes y  se consideran «inversores suficientemente inteligentes», son el nicho que han encontrado las empresas del juego para generar otras dependencias. Así ha ido emergiendo una nueva modalidad de ludopatía: la de la especulación en bolsa y las criptomonedas.

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