Ni rastro del asesino invisible

R. PÉREZ BARREDO
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Del hombre que acabó con la vida de los policías Raúl Santamaría y Jesús Postigo, -a quien la ciudad de Burgos ha dedicado esta semana una calle- nada ha vuelto a saberse desde su última fuga, acaecida en 1984

Imagen de la salida del hospital de uno de los agentes tiroteados por la banda criminal. - Foto: FEDE

Dejó un reguero de muerte y dolor antes de esfurmarse para siempre, como Houdini, como un fantasma, como si fuera invisible. Rafael Bueno Latorre, criminal que en las décadas de los 70 y 80 se convirtió en un quebradero de cabeza para las fuerzas del orden público, era un atracador violento y sin escrúpulos; y un fuguista de primera. Antes de esfumarse para siempre en 1984, este malhechor nacido en Sevilla pero criado en los  arrabales marginales de Barcelona, donde desde bien temprano dejó su facinerosa huella, dejó dos cadáveres en Burgos: los policías nacionales Raúl Santamaría y Jesús Postigo; a este último, la ciudad le acaba de dedicar un pasaje junto a la Comisaría, que era una deuda pendiente que ha quedado así saldada.

Bueno Latorre había cincelado su fama de implacable atracador de bancos en su Cataluña de adopción. Quinqui de libro del tardofranquismo, había conocido tan bien los reformatorios y correccionales de la época que se escapó de todos, exhibiendo temprano un talento innato para la fuga. Hasta que cambió la cheira por la pistola, y lo siguiente, con 18 años cumplidos, fue un añito a la sombra en la Modelo. Pero cada vez que sentía el airecillo de la libertad acariciar su rostro, volvía a las andadas, y sus palos fueron creciendo un número y en violencia: hasta metralletas y granadas llegó a emplear con su banda. Así fue cómo conoció la prisión de Carabanchel, primero, y la de Burgos después, donde en 1983 cumplía una condena de 29 años por varios golpes y un homicidio frustrado.Como ya se había escapado de Carabanchel en 1978, era uno de los reclusos más vigilados.

Ese fue el motivo por el cual, cuando en un ardid casi suicida (se clavó unas tijeras en el vientre, motivo por el que tuvo que ser evacuado de la cárcel al Hospital Provincial, donde fue intervenido de urgencia), al peligroso delicuente se le puso una vigilancia férrea: hasta tres agentes de la Policía no se movían de la puerta de su habitación.Noche y día. No le importó lo más mínimo: sabía que sus secuaces harían cuanto fuera por sacarle del hospital. En la mediodía del día 12 de octubre de ese 1983, dos tipos algo malencarados, pero vestidos con bata blanca, llamaron a la puerta de la habitación del reo, que se hallaba en ese momento escoltado por dos policías.Eran dos integrantes de la banda que, una vez dentro y sin mediar palabra alguna, dispararon a bocajarro a los agentes. Uno era el burgalés Raúl Santamaría, de 33 años de edad; el otro, el leonés Jesús Postigo, de 44. Ambos cayeron fulminados, muertos en el acto. Alertado por los tiros, Sabino Quintana, un tercer agente que se encontraba en esa planta del hospital burgalés, acudió rápidamente, llegando a cruzar varios disparos con los integrantes de la banda de Bueno Latorre, a quien ya habían liberado de sus esposas. El policía resultó herido, por lo que no pudo detener la huida de los criminales, que escaparon en un Renault-18 que les esperaba con el motor en marcha. Los execrables asesinatos conmocionaron a la sociedad burgalesa, que no se había respuesto de la tragedia cuando pudo celebrar la detención de toda la banda en Barcelona tras una eficaz acción policial.

La última fuga. Con la Brigada Antiatracos de Barcelona a la cabeza, la Policía había estrechado el cerco a Bueno Latorre y los suyos, que cayeron en una emboscada.Días antes, habían sido encontrados a las afueras de Barcelona, malenterrados, los cadáveres de dos rateros con los que la banda de Latorre tenía cuentas pendientes. Ese rastro de muerte fue una pista. Y cayó. El malhechor dio con sus huesos en la cárcel de Alcalá-Meco, recién estrenada y, según las autoridades de la época, un Alcatraz madrileño infranqueable para quienes intentaran fugarse. Nada más lejos de la realidad. En una increíble pirueta, Rafael Bueno Latorre volvió a escaparse. 

Si había visto o no la película de Woody Allen Toma el dinero y corre no se sabrá nunca, pero lo realidad es que el delincuente protagonizó la que hasta la fecha es su última fuga en compañía de otros dos reclusos dando forma de pistola a varias pastillas de jabón a las que entintaron para dotarlas de mayor veracidad. De esta manera, lograron encañonar a los funcionarios de turno, a los que cambiaron las ropas para salir de la prisión y reconquistar su libertad. Desde entonces (era el año 1984), el Grupo de Localización de Fugitivos, pese a su enorme eficacia, no ha sabido nada de él. Su nombre estuvo durante años entre los 10 criminales más buscados por el Ministerio de Interior, con el título de 'Enemigo Público Número 1'. A finales de los 2000, el Juzgado de Instrucción número 5 de la Audiencia Nacional, cuyo titular era entonces Baltasar Garzón, llegó a tramitar órdenes internacionales a los países donde se sospechaba que, de estar vivo, podría refugiarse el prófugo. 

Algunas investigaciones llegaron a apuntar que este criminal experto en escapismo era uno uno de los capos de la droga en Europa, y que su paradero podía ser Francia o Bélgica. Aunque en el año 2015 el Ministerio de Interior comunicó a los familiares de los policías que habían dejado de buscar al prófugo, no fue así: el Grupo de Localización de Fugitivos mantuvo activa la búsqueda, a pesar de ser conscientes del tiempo transcurrido, que hace que las posibilidades de dar con él sean menores, por lo que los recursos tampoco pueden ser los mayores. Aunque el Grupo de Localización de Fugitivos de la Comisaría General de Policía trabaja de maravilla, con numerosas detenciones de los más buscados, nada volvió a saberse de Bueno Latorre.Nada se sabe de él todavía. Y ya nadie le busca: si sigue vivo, ahora ya es más invisible que nunca.