A este chico le va la marcha

R.E.C.
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A sus 18 años, lleva casi una década formándose como bailarín, probando todo tipo de estilos. En septiembre, si la situación lo permite, estrenará en Valladolid una danza teatro dedicada a Miguel Delibes

Gonzalo Santamaría, en una de las aulas donde recibe sus clases. - Foto: Miguel Ángel Valdivielso

Si la felicidad consistiera en la actividad, Gonzalo Santamaría sería la persona más feliz del mundo. Este enérgico burgalés de 18 años es el resultado de una amalgama de jovialidad y alegría, de energía e ímpetu y sobre todo de dedicación y empeño que lleva casi una década compaginando sus estudios académicos con la danza -tarea nada fácil- y que el próximo año le tocará compatibilizarlos con sus estudios de grado superior de TEAS (Técnico Superior en Enseñanza y Animación Sociodeportivas) en la Universidad Isabel I.

No contento con eso, entre sus pasatiempos favoritos se encuentran todo tipo de actividades deportivas y cuando sale de guateque no se corta ni un pelo en la pista de baile, convirtiéndose en el alma de la fiesta. Ya había algo en él que hacía presagiar a familiares y amigos que lo suyo era la danza, aunque en un primer momento se decantó por la gimnasia deportiva. 

Detrás de un gran hombre suele haber siempre una gran mujer, y en el caso de Gonzalo esa gran mujer es su madre que además fue su gran descubridora en esto del mundo del baile cuando con diez años le inscribió en la escuela de danza Hélade con la idea de probar y saber si aquel pequeño Billy Elliot que danzaba por los pasillos de casa cada vez que sonaba alguna nota musical valía. Y claro que valía. Gracias a ella Gonzalo es hoy el bailarín que es. «Un día mi madre decidió meterme a baile y me gustó bastante, tanto que llevo ya 8 años formándome».

Ha tocado todos los palos habidos y por haber dentro de la danza, desde la clásica -su favorita- a la contemporánea pasando por la española y la urbana, además de probar otros estilos como los latinos, el twerking, la danza vertical (una modalidad aérea que requiere de un arnés), el contact improvisación e incluso el pole dance (baile en barra). Con todo esto aún le apetece calzarse unos zapatos de claqué. «Me gustan todos los estilos y formatos. No me cierro a nada».

Es evidente que para Gonzalo no hay música imposible y que hasta el silencio se puede bailar. Algo que aprendió estando bajo las órdenes de bailarines de la talla de Lázaro Carreño, Marco Batti y Amaury Lebrun. «Bailar con ellos fue un privilegio. Lo bueno del baile es que cualquier persona que se dedique a ello te puede enseñar siempre algo, es una disciplina en la que la retroalimentación está a la orden del día y aprendemos mucho unos de otros. Todo el tiempo estás intercambiando y recopilando información».

Es un bailarín con aspiraciones pero con las ideas muy claras y con los pies en la tierra que no para ni en el periodo estival porque sabe que en España es difícil vivir únicamente de la danza, «a no ser que seas muy bueno», confiesa. Por el momento, su futuro más inmediato pasa por Valladolid donde estrenará en septiembre la danza-teatro Soy como un árbol, una obra que homenajeará a Miguel Delibes en el 100 aniversario de su nacimiento con un repaso a su vida y obra y donde Gonzalo encarnará la niñez y la juventud del escritor.

Mientras el cuerpo aguante y las circunstancias académicas se lo permitan, él seguirá formándose porque ganas y pasión no le faltan. «Un bailarín no deja nunca de formarse ni de dejar de aprender».