Bien trazada y con muchos atractivos

J.Á.G.
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En la Plaza Mayor, además del icónico templete, destaca la torre de la casa-palacio de los Soto Guzmán, que fue rehabilitada para acoger la sede del Ayuntamiento briviescano.

Bien trazada y con muchos atractivos - Foto: Luis López Araico

Briviesca, capital de la Bureba, tiene reconocido el título de ciudad desde 1894, pero sus raíces se esconden en una aldea que se situó en la laderas del monte de San Juan, donde han aparecido restos arqueológicos de primitivos poblamientos. Esa Virovesca prerromana, capital de los autrigones, desapareció pero, como el ave fénix emergió, por impulso de la reina Blanca de Portugal, con nuevos brios más abajo, a la misma vera del río Oca. Sus orígenes e historia están recogidos en numerosos libros, estudios e investigaciones, pero hoy se trata de hacer una visita a esa urbe para redescubrir sus encantos, ese abundante y atractivo patrimonio religioso pero también la sobresaliente arquitectura civil que ha perdurado en esas bellas casas-palacio que trufan las calles de la bien trazada, sobrenombre por el se conoce a esta localidad y es que su diseño urbanístico, casi calcado, es evidente en la ciudad granadina de Santa Fe y en otras del nuevo mundo. La repartición de las calles consistió en cuatro ejes atravesados perpendicularmente por otros cuatro y una plaza en el centro, algo insólito en una urbe medieval.

La Plaza Mayor en Briviesca adquiere, como en pocas ciudades, toda esa dimensión de espacio y punto de encuentro, también de acogida. Un bello e icónico templete de música, levantado sobre una rumorosa fuente, y su traza asoportalada mantiene ese aire señorial y castellano, que realza en una de la esquinas la casa palacio de los Soto Guzmán, sede del Consistorio briviescano. En su vestíbulo se conserva el reloj original que lució durante noventa años la torre y, en el suelo, bajo el metacrilato, hay vestigios de esa villa medieval. En el salón de plenos se conservan además interesantes pinturas.

Obligada, para no perder ripio, es la visita a la oficina de turismo, donde Isabel Gómez y Araceli López desarrollan, a pesar de la pandemia, una labor encomiable en el plano informativo. No hay visitas guiadas a la ciudad, pero los turistas pueden disponer de unas tabletas digitales con las que seguir el itinerario y explicaciones de los lugares de interés. El orden de los factores no altera el producto, pero puestos a patear la ciudad nada mejor que acudir a la iglesia de San Martín, en otro flanco de la Plaza Mayor. Su fachada plateresca al fondo indica el camino a un templo tardo gótico que tuvo muchos aportes posteriores, se evidencian en remates renacentistas y barrocos en su retablo mayor, aunque es el de la capilla de las Viejas, con impresionantes tablas hispano-flamencas, el que más fuste artístico tiene. A este emblemático oratorio venían a rezar en el medioevo las asiladas en el Hospitalillo, que para disfrutar de su asistencia debían ser "mujeres, pobres, viudas y viejas". El templo tiene otros muchos atractivos y seguir las explicaciones del párroco, Julián Galerón, es una catequética e interesante lección de arte que incluye ese magnífico Cristo Yacente de articulados brazos y otra imaginería procesional y acaban en el curioso e ilustrado púlpito plateresco, que incluye una maléfica sirena en contraposición a la bondadosa Anunciación, que iluminan los rayos de sol en cada equinoccio. Otro milagro de la luz.

Justo al lado del templo del santo que partió su capa con los pobres, ya en la calle Medina, otro ejemplo singular de esa blasonada arquitectura civil briviescana, la casa palacio del abad Rosales, que luce fachada barroca y que es sede de CaixaBank. En el vestíbulo de entrada hay un panel de madera con la letra del Himno de Briviesca, el que se canta con devoción en la Plaza Mayor el día de la Asunción. Poco más allá, al otro lado de la acera , se yergue la casa solariega de los Torre, hoy reconvertida en hostal-restaurante La Casona. Es uno de los conjuntos palaciegos más significados, por su torre y también por su rejería en la balconada y el escudo de la familia de adinerados indianos, uno de los más grandes y mejor conservados de la ciudad. En la calle Santa María Encimera, que sale junto al Ayuntamiento, hay otro ejemplo de esa arquitectura civil que evidencia la riqueza y prosperidad de algunas familias briviescanas como los Salamanca. El cubo de piedra es el único vestigio de la construcción original junto con el linajudo escudo. El edificio actual, propiedad municipal, es de principios del siglo XX y luce en lo más alto una linterna modernista. En las antiguas caballerizas se está levantando - y van por la segunda de tres fases- un flamante teatro, de diseño rompedor.

En la plaza de Santa María Encimera destaca la excolegiata de Santa María, que exhibe una imponente fachada neoclásica, en la que llama la atención la imagen gótica de la Virgen de Allende, vestigio del primigenio templo altomedieval de esa Briviesca que se asentaban al otro lado del Oca. Estuvo dos décadas cerrada y su lenta recuperación permitió rescatar parte de ese antiguo esplendor que la colocó entre las cinco más antiguas de la diócesis. La catedralicia iglesia colegial -hoy sede parroquial- así, de primeras, se muestra algo fría, pero a medida que se recorre se aprecia su belleza arquitectónica y su riqueza artística, especialmente esos refulgentes retablos dedicados a la Asunción de Nuestra Señora, Virgen del Rosario, San Pedro y Santa Teresa. También destaca, entre las capillas, la de Santa Casilda, conocida por la de las Once Mil Vírgenes, que presenta un retablo romanista de excepcional valor, cuya autoría se atribuye al mirandés López Gamiz.

Por detrás del altar se accede a la capilla del Sagrario, que acoge algunas de las manifestaciones barrocas más interesantes de Briviesca, especialmente unos frescos que necesitan una urgente restauración y consolidación para evitar que se pierdan definitivamente. Atesora otras obras, algunas a la vista, y otras guardadas en sacristías y almacenes, que bien pudieran agruparse -se ha hablado de ello- en un futuro museo sacro. La visita no acaba ahí, sigue bajo tierra en una tétrica cripta, pero este espacio fúnebre se ha convertido en un osario, con numerosos cráneos y huesos rescatados de las tumbas en excavaciones pretéritas. No se sabe de su identidad, aunque se adivina que muchos de ellos corresponden a sacerdotes, e incluso arcedianos que pidieron ser enterrados en la colegiata. En las visitas 'teatralizadas' que antes de la pandemia se hacían, la luz de las velas ponía ese toque adicional de misterio a estas catacumbas.

En la manzana que conforman las calles Juan de Ayolas. Duque de Frías, Justo Cantón y la avenida Príncipes de Asturias, se levanta rodeado por un alto tapial el conjunto monumental de Santa Clara, que incluye iglesia, convento, casa solariega y hospital. Mencía de Velasco, una de las seis hijas de los Condestables, lo mandó construir extramuros de la ciudad para su enterramiento, pero al final fue inhumada en el monasterio de las clarisas de Medina de Pomar. Solo es visitable la iglesia, por que el cenobio está vacío desde 2005. El templo, más allá de su riqueza arquitectónica y su cúpula elíptica, es singular, sobre todo, por el magnífico retablo romanista-manierista en madera de nogal sin policromar, porque parece que se quedaron sin presupuesto para acabarlo. Todo el conjunto está engarzado como un guante al ábside. Solo una pieza que estaba algo desencajada, la del lavatorio de pies, se ha conseguido extraer para enviarla a la exposición de las Edades en Toro. En esta maravilla, considerado por algunos eruditos "el escorial de los retablos", trabajaron Diego Guillén y López Gamiz y también se evidencia la gubia y la creatividad de Juan de Ancheta. Entre todos consiguieron una sublime, minuciosa y detallista exaltación de la vida de la Virgen en tres paños con cinco pisos, coronados por un preciosista Calvario. En la imaginería se nota, sin duda, la inspiración en la obra de Miguel Ángel en el monumento funerario de Médicis. Los grupos escultóricos más destacados son los centrales, sobre todo el Árbol de Jetsé, un trabajo de auténtica filigrana sobre nogal que muestra también a la Virgen sedente rodeada de ángeles y la Asunción. Por encima, Cristo coronando a la Virgen. Lo mires por donde lo mires sus tallas son excepcionales y su contemplación, desde luego, extasía. Adosado al conjunto se erige el histórico hospital de Nuestra Señora del Rosario -el de las Viejas, como popularmente se le conocía- que funcionó hasta el siglo XIX. Fue adquirido por el Ayuntamiento. Hoy el conjunto, rebautizado como Hospitalillo, acoge servicios sociocomunitarios además del Juzgado. Su patio herreriano es además un perfecto marco para eventos y actividades culturales.

*Este reportaje se publicó en el suplemento Maneras de Vivir el 7 de noviembre de 2020.