No queremos granjas y mucho menos macrogranjas en el mundo rural (tampoco ni en el urbano, ni el interurbano, ni en la costa). No queremos vacas, ovejas, cerdos o caballos estabulados cerca: huelen, defecan y lo llenan todo de moscas.

No queremos mataderos masivos de carne roja, ni alimentos industriales procesados o modificados genéticamente. No queremos campos cargados de abono (artificial o no) e insecticidas, sin pájaros, ni insectos, ni agricultores.

No queremos la caza, ni los cazadores, ni tampoco el lobo. No queremos ni parques eólicos ni solares (macros o micros) y, menos mal que ya no se proyectan grandes pantanos (tampoco queremos, por otro lado, las riadas en nuestro jardín, ni los ríos tupidos de maleza que alivian sus aguas por donde la madre naturaleza -y no el PGOU- lo permite).

No queremos las centrales nucleares, ni los gases licuados de petróleo, ni los carburantes. No queremos industrias peligrosas, ni vertederos urbanos. No queremos que los trazados del AVE y de las autovías pasen por aquí.

No queremos grandes tendidos eléctricos por el monte, ni antenas wifi que afeen los cerros. (No queremos no tener internet, ni televisión por cable, ni Youtube en el más remoto y bucólico de los rincones).

No queremos que las autocaravanas ni los coches invadan mi bello pueblo y nos quiten el aparcamiento que ya invadíamos antes. No queremos que el repartidor de Amazon se retrase (aunque esté en la pedanía más perdida del mundo). No queremos que los tranquilos pueblos desaparezcan, pero tampoco quiero que mi pueblo cambie para que no desaparezca como a mí me gusta, aunque no lo quiero durante la semana, solo fines de semana y veranos.

No queremos fútbol en Arabia. No queremos terrazas. No queremos jóvenes disfrutando de la noche. No queremos elecciones. No queremos políticos. No queremos Valladolid, ni tampoco Madrid ni Barcelona. No queremos...