Todos los ríos del alma

R. PÉREZ BARREDO / Cascajares
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María José Castaño recobra el pulso por la pintura tras un «viaje necesario» al corazón de Galicia, donde ha cambiado 'su' Arlanza por el Sil para retratar el río más luminoso y bello: el de su interior

María José Castaño, artista. - Foto: Patricia

No es la caudalosa luz que entra por los ventanales -como entraba el aire del mundo en el poema de Neruda- la que ilumina los cuadros dispuestos en el taller como si el azar hubiese decidido hacer algo perfecto: son los óleos los que refulgen, los que encienden la estancia con la fuerza de sus colores, con esos azules y esos verdes arrebatados, tan llenos de plenitud y de vida. María José Castaño recorre con dulzura y entusiasmo en la mirada esos cuadros que acaban de llenar su alma -y en los que se ha dejado el alma-; lo hace con brillo en los ojos, con esos destellos que aún conservan la fuerza de la creación, esa avalancha incontenible que, desatada, ofrece lo mejor de esta artista torrencial y talentosa, la pintora para quien no hay imposibles, para la que cualquier desafío no es sino un latido más de la existencia.

Acaba de regresar de tierras gallegas, donde ha estado refugiada en un monasterio porque necesitaba recogerse hacia adentro para que la lava de ese volcán que bulle en su interior, y cuyo magma ardiente se hallaba adormecido, saliera a la superficie, erupcionara con la fuerza imparable de la naturaleza. Lo ha conseguido: la treintena de obras que la artista burgalesa ha creado a orillas del río Sil son una explosión de belleza, de una belleza salvaje, una oda al paisaje. Ha cambiado su Arlanza por la Ribeira Sacra en la que dominan el Sil y el Miño, pero da igual qué río sea el que fluye en la paleta de Castaño, acaso porque es el que discurre en su interior es el que da sentido a su obra y a su vida.Siempre fue así: el río como metáfora del viaje que es la vida y como eje en torno al que sucede la existencia.

«Ha sido una experiencia maravillosa. He pintado a todas horas. Ha sido un viaje necesario», confiesa la artista. Se ha vuelto a reconocer María José Castaño, ha recobrado el pulso de la pintura, la emoción de crear en un entorno natural, imbricándose con el paisaje, siendo un elemento más de este, integrándose en esa  naturaleza agreste, de casi dolorosa belleza. Alojada en un espacio de paz, ha vuelto a crecer: por dentro, volviéndose a sentir, como palpándose el alma, tomando conciencia de sí misma, de su manera de estar en el mundo, de su manera de estar en la pintura, que no admite fingimientos: cuando Castaño salta, lo hace sin red, a tumba abierta, sin vértigo, con inconsciencia y pureza. Reconoce la artista que la experiencia ha sido renovadora: se ha explorado, se ha medido, se ha estirado hasta el infinito a partir de esa liberación necesaria, de ese contacto con la naturaleza en un espacio de paz.

El luminoso taller de María José Castaño, un paraíso pictórico.El luminoso taller de María José Castaño, un paraíso pictórico. - Foto: Patricia

«Quiero unir ríos, los soñados y los vividos, y los que me quedan por recorrer. El río es la metáfora de la vida. Pero ahora, de forma consciente, quiero ir a él y expresarlo en la mayor magnitud». Los óleos creados por María José Castaño, en diferentes formatos, son un estallido de luz y de color, con el Sil como protagonista principal, ese Sil que serpea, que crea meandros impresionantes, que parece abrazar a la naturaleza que lo rodea de la misma forma que la artista se abraza a sí misma y con ello a su pintura y a cuanto quiere expresar con ella. «Me he dado cuenta, en estos días que he pasado en la Ribeira Sacra, que necesitaba ese contacto con la naturaleza. Y el cañón del Sil me ha acogido. He vuelto muy contenta».

Habla con un desbordante entusiasmo mientras se mueve por su taller como si estuviera dibujando la coreografía de una danza ancestral (un taller que es un museo, un lugar mágico, un espacio de infinita belleza); muestra la paleta que ha utilizado estos días, y esa mezcolanza de colores parece un cuadro en sí misma. Es pura pasión María José Castaño, que nunca se pone límites. Desde el Monasterio del Divino Salvador, que ha sido su remanso de paz, salía todos los días a pintar, a fundirse con esa naturaleza rabiosamente verde del corazón de Galicia, llegando incluso a navegar el río porque necesitaba empaparse, aprehenderlo todo, fundirse con esa naturaleza salvaje y montaraz.

No ha sido un viaje de iniciación, pero sí catártico. «Siempre es un reto crear en un lugar desconocido. Y no sólo crear, sino integrarte en el lugar, ser uno más entre la gente. Es maravilloso, es una aventura que te enriquece mucho por dentro», explica la pintora, en cuya cabeza bullen y bullen los proyectos. Los cuadros que ha traído de Galicia podrán verse algún día, pero sobre todo han sido una suerte de catapulta para la artista: se ha reencontrado con el íntimo placer de la creación, con esa pulsión que tiene un origen remoto y que da sentido y completa su vida. Así que no se entiende a María José Castaño, que es un cascabel, un alma inquieta, sin su paleta, sin sus pinceles, sin los paisajes (incluyendo los interiores) que la alimentan. Es la pintora un volcán en activo que se parece a la palabra sueño, que se parece a la palabra siempre.