Agosto de 1913 - El túnel de la muerte

R.P.B.
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Cinco campesinos de una misma familia se cobijan de una tormenta en un túnel de ferrocarril cercano a la finca en la que segaban, en el término de Barrios de Colina. La presencia de un tren en una vía aledaña les impidió escuchar otro detrás de ellos

El túnel se convirtió en una trampa mortal para la familia Martín Pérez - Foto: Jesús J. Matías

EL LUGAR: Sucedió en uno de los túneles del ferrocarril que pasaba cerca de la finca en la que trabajan, cuando corrieron a guarecerse de la lluvia, en Barrios de Colina.

LOS FALLECIDOS: Nicomedes Martín López, de 41 años de edad, su hijo, Víctor Martín, de sólo 10 años de edad, una cuñada del primero, Juliana.

Un sol despiadado arrasaba el campo sin un amago de brisa. El bochorno arraigó desde bien temprano aquel tercer día de agosto con la consistencia de un calor de fragua. Una familia al completo segaba desde el amanecer el trigo, y ni siquiera la hora del Ángelus interrumpió su faena. El termómetro rondaría los cuarenta grados centígrados. Todo el entorno de Barios de Colina era un silencio de hoces y trillos, y el grano -el pan de la vida- iba dejando atrás el sueño de las espigas para convertirse en la futura subsistencia de aquellos concienzudos campesinos.

Allí, Nicomedes Martín López, de 41 años de edad, su mujer Nicolasa Pérez Colina, de 54, el hijo de ambos, Víctor Martín, de sólo 10 años de edad, y una hermana de la primera de 33 años, llamada Juliana, se afanaban en la dura tarea de la siega, posiblemente ajenos a la convulsión de un país aquejado siempre por los mismos males, y en el que su rey, Alfonso XIII, todavía se recuperaba del atentado sufrido contra su persona en Madrid por un anarquista apenas dos meses antes.

Pronto vieron llegar una masa ingente de negros nubarrones que, como un mal presagio, empezó a hacer su aparición a media tarde. Los relámpagos dieron paso a los truenos y éstos a unas grandes gotas de lluvia. En vista de que la tormenta era un hecho, los campesinos corrieron a guarecerse en uno de los túneles de la línea del ferrocarril que pasaba cerca de la finca. Nicolasa, en previsión de que la tormenta podría desaparecer con la misma rapidez con que había llegado para permitirles regresar al trabajo, cogió la cesta con las viandas: quería que merendaran para recobrar las fuerzas.

 

LA TORMENTA

La lluvia pronto se volvió torrencial. Desde el túnel, los campesinos contemplaban la furia del agua inundando el campo. Por un momento creyeron que podría ser granizo, y que la piedra dejaría su huella negra en el trigo. Pero no fue así. Se hallaban dando cuenta de la merienda cuando escucharon el silbido de un tren que se acercaba por la vía de un segundo túnel, ubicado a escasos metros del que se encontraban a resguardo. Era el tren de mercancías número 1.046. Discurría a cierta velocidad. Los campesinos se quedaron hipnotizados observando cómo se deslizaba por las vías y cómo el túnel iba engullendo todos los vagones. El ruido era atronador. Posiblemente por eso no escucharon que por detrás suyo se aproximaba otro tren, el ferrocarril rápido número nueve.

Todo sucedió muy deprisa. El maquinista apenas tuvo margen suficiente para reaccionar, ya que la entrada en el túnel le había reducido la visibilidad. Cuando el ferrocarril se acercaba a la salida se sobresaltó al ver a cinco personas en las vías. Frenó, y el chirriar de las ruedas en los raíles se juntó con los gritos de sorpresa y horror de los campesinos. El impacto fue brutal. Con el estruendo de los dos convoys rompiendo la tarde y con la lluvia incesante cayendo de manera despiadada sobre el trigo y la cebada, sobre el campo castellano ya casi agostado, salieron varios cuerpos despedidos con una fuerza descomunal. Nicomedes, su hijo y la cuñada y tía de ambos, respectivamente, fallecieron en el acto, quedando sus cuerpos terriblemente mutilados, desperdigados por las inmediaciones de las vías. Nicolasa, malherida en un brazo, y una segunda hija de 15 años, que se había unido al grupo, y que resultó ilesa, fueron las encargadas de reclamar el auxilio de los convecinos.

 

UNA ESCENA DANTESCA

Estos acudieron rápido al lugar de los hechos acompañados por varios números de la Benemérita del cuartel de Rubena y no pudieron evitar estremecerse ante la dantesca escena de los cuerpos desmembrados de las tres personas. Nada se pudo hacer por ellos. Los restos de los tres desgraciados fueron llevados a Barrios, donde el forense confirmó que su muerte había sido instantánea. Nicolasa tuvo que ser atendida, ya que sufría heridas graves como consecuencia del terrible atropello. Nunca terminaría de recuperarse totalmente de sus heridas físicas.Y jamás se recuperaría de sus heridas interiores, las del alma, quedando para siempre sumida en la mayor de las tristezas. El ferrocarril que los había arrollado reemprendió su marcha después de que el juez levantara los cadáveres. El túnel ya para siempre marcado por el estigma de la muerte quedó después en silencio, oscuro como boca de lobo.

* Este artículo se publicó en la edición impresa el 9 de mayo de 2004