Marzo de 1911 - Muerte en el silencio de la noche

R.P.B.
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Dos matrimonios comparten en aparente armonía una cena en una casa de Covarrubias. Los animales se inquietan en el establo. Después el silencio. Un día más tarde la Guardia Civil encuentra los cuerpos sin vida de una de las parejas, bañados en sangre

Al caer la noche se precipitarán los acontecimientos y la muerte se hará presente en una casa de Covarrubias - Foto: EFE

LUGAR: Sucedió en Covarrubias, en la noche del 28 de marzo de 1911.

MÓVIL: Fue el robo. Los asesinos entraron en casa de sus víctimas con la excusa de una vieja amistad

LAS VÍCTIMAS: José Álamo y su mujer, Magadalena de Juana.

Ni tan siquiera la inquietud de los animales, provocada por el extraño sentido que tienen para olfatear el peligro y la muerte, consiguió despertar la alarma en Magdalena de Juana Miguel, que se afanaba por alimentarlos en la cuadra de su propiedad ayudada por una presunta amiga mientras charlaban animadamente, recordando quizás algún pasaje de la cena que habían compartido con sus respectivos maridos apenas un rato antes. Son alrededor de las once de la noche del 28 de marzo de 1911. En Covarrubias reina un extraño silencio. Afuera hace frío, y se presiente la llegada de una helada que depositará en el campo su acristalada semilla homicida.

Magdalena simplemente piensa que la inquietud de las bestias puede ser producto del frío, y en ningún momento sospecha la verdad: que está a punto de morir. La presencia de su acompañante es la que asusta a los animales: esa mujer es una serpiente venenosa que ha llegado arrastrándose hasta allí con la excusa de una vieja amistad y con la peor de las intenciones. Antes de terminar de alimentar a las reses algo parte la noche por la mitad. Es el sonido ahogado de un hacha hundiéndose en la carne fibrosa y destrozando los huesos del cuerpo de José Álamo Martín una, dos, tres y hasta cuatro veces. Aunque el primero de los golpes ha sido mortal: el compañero y amigo con el que José ha compartido su cena le ha asestado el mandoble definitivo, abriendo en canal su cuello, que ha vomitado un chorro de sangre que se precipita como una cascada hacia el suelo de la estancia.

Las mujeres han terminado de alimentar a los animales, y Magdalena cierra el portón del establo con sumo cuidado. «Una noche más», piensa. Antes de abordar la subida de las escalera le asalta como un mal presagio el extraño silencio que repentinamente reina arriba, donde hasta hacía un rato se oían los vozarrones de los hombres intercambiando sus impresiones sobre la próxima cosecha. Pero Magdalena nunca sabrá el motivo de ese silencio. Nada más acceder al interior de su hogar, el hombre que ha matado a su marido se abalanza sobre ella por detrás y, sin que la mujer pueda apenas reaccionar o emitir un gruñido inútil, es degollada sin piedad. Con la limpieza con que se corta el cuello a un pollo.

Instantes después, la pareja desaparece. Y regresa el silencio a la vieja casa de Covarrubias de la calle Quemada, y a la noche, bañada ya por la luz de brillantina de la escarcha.

 

PRIMERAS DETENCIONES

Casi 24 horas después -son las ocho de la tarde del día 29- una pareja de la Benemérita golpea con saña la aldaba del portón de la casa de Magdalena y José. Nuevamente el silencio. Por el pueblo andan extrañados: no les han visto salir ni entrar de la vivienda en todo el día. Finalmente los agentes fuerzan la puerta y acceden al interior. En el suelo yacen los cuerpos del matrimonio, bañados en sangre. Ha sido una escabechina, y los número de la Guardia Civil sienten un verdadero escalofrío: el horror no entiende de profesiones. El móvil parece el robo. El médico certifica la muerte de ambos, y comienzan las investigaciones, que pronto darán resultado: dos vecinos de Santibáñez del Val son detenidos.

Pero las pesquisas continúan. Entonces la Guardia Civil es informada de un hecho cuando menos inquietante. Una joven pareja compuesta por un varón de 27 años y una mujer de 23 se ausentó de la localidad de Santa María del Mercadillo exactamente en las fechas en las que sucedió el trágico acontecimiento. Las fuerzas del orden público atan cabos y detienen a la pareja. En el primer interrogatorio, presionado por los agentes, el joven se declara culpable de los dos asesinatos. Acto seguido, ambos son trasladados a la prisión de Lerma.

En Covarrubias y en Santibáñez del Val se pasa de la consternación a la alegría. Los detenidos en primera instancia son puestos en libertad tras la confesión del joven de Santa María del Mercadillo. Y son recibidos en ambas localidades con ruido de dulzainas y panderetas, con una fiesta que se prolonga hasta bien entrada la noche. Su murmullo viaja con el viento, y se cuela lentamente en la celda del joven asesino, que está sentado en el catre con las manos en la cabeza, temblando de arrepentimiento y de miedo. Temblando también de soledad y de frío: afuera está helando, y el infierno no ha hecho más que empezar.

* Este artículo se publicó en la edición impresa el 6 de junio de 2004