Rincones de piedra, agua, fe y vida

J.Á. GOZALO
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Piedras sagradas, historia y leyendas se funden en estas tierras rodeadas por un bello entorno natural en Tartalés de Cilla

Un puente salva el rumoroso arroyo de Las Torcas. En sus márgenes, excavado en roca, se desarrolla el conjunto eremítico de las cuevas de los Portugueses. - Foto: Alberto Rodrigo

El desfiladero de la Horadada y los montes de la sierra de la Tesla han guardado en sus alturas algunos tesoros, ahí está la fortaleza de Tedeja, pero también en el subsuelo guarda yacimientos arqueológicos en los que se ha encontrado no pocos restos y referencias de su pasado más remoto de Trespaderne y de algunas de sus pedanías, como es el caso de Tartalés de Cilla. Esta pequeña localidad, junto a la cercana Cillaperlata y otros pueblos en el sur de Merindades, nucleó en este accidentado territorio un interesante movimiento eremítico del que hoy quedan referencias en el recóndito complejo de las cuevas de los Portugueses, que se desarrolla a ambos lados del montaraz arroyo de las Torcas, y en las ruinas de la ermita rupestre de San Pedro, más allá del caserío y a la que se llega por la carretera de Tartalés de los Montes.

Al abrigo de peña Mayor, entre los cantiles de un pequeño desfiladero que se abre en la margen izquierda de la N-629 se desarrolla un sorprendente conjunto rupestre, de pequeñas grutas abiertas en roca arenisca junto al arroyo de Las Torcas. Aunque el estado de mantenimiento es manifiestamente mejorable, el enclave cuenta con peldaños, vallas de protección y paneles informativos . El Ayuntamiento de Trespaderne, que colaboró con el CEDER y la Junta, en su puesta en valor en el año 2000, tiene previsto, de momento está previsto colocar, al igual que en el castillo de Tedeja, nueva y moderna cartelería que sustituya a la antigua, ajada e ilegible y también vandalizada.

Unas escaleras dan acceso a este asentamiento eremítico protomonástico, formado por 14 oquedades de diferente tamaño y desarrollo -al parecer, en origen, independientes-, que podrían datarse entre los siglos VII y VIII. Se cree, aunque no hay muchos datos para atestiguarlo, que este conjunto de cuevas sirvió de lugar de oración y vivienda a los monjes que se retiraban para rezar y hacer penitencia. Esta atípica laura cenobítica, según apuntan algunos investigadores, estaría relacionada, a pesar de la distancia, con la iglesia de San Pedro o la ermita de San Fermín, inicialmente levantada en el desfiladero de la Horadada. En siglos posteriores parece que estas cuevas se usaron como núcleo habitacional por ganaderos seminómadas entre los siglos VIII y IX. Las dos tesis son las más probables, aunque algunos estudios descartan de raíz el inicial uso religioso y mantienen que desde su origen las cuevas estuvieron ocupadas por gente ganadera que practicaba la trashumancia.

El agua desciende brava desde la montaña.El agua desciende brava desde la montaña. - Foto: Alberto Rodrigo

El caso es que ahora este poblado rupestre se le conoce popularmente como cuevas de los Portugueses. El nombre se lo dieron los propios vecinos porque estuvieron habitadas por una colonia de trabajadores lusos -también hubo nacionales de otros países- que se asentaron aquí a principios del siglo pasado para trabajar en la construcción del canal que transporta agua a la central hidroelétrica de Trespaderne desde el embalse de Cerceda. La instalación temporal en este lugar de los obreros y sus familias provocó que las cuevas acabaran reconvertidas en viviendas funcionales para lo que los moradores construyeron algunos muros de argamasa y también abrieron ventanas, puertas y chimeneas, también horadadas en piedra, para la salida del humo de las cocinas.

Se puede caminar por el interior de estas oquedades y disfrutar no solo de su belleza sino también del 'fresco' o el calor -según la estación del año- y dar un paseo por este escondido e idílico rincón por el que discurre rumoroso el arroyo de las Torcas que discurre desde la montaña. En este tramo, excavado por el cauce en la base de piedra toba y caliza a lo largo de unos 150 metros, forma un pequeño salto. Sus aguas, abundantes todo el año, se utilizaron para autoabastecimiento de la población, pero también para una fragua y dotarse de luz con una arcaica minicentral hidroeléctica. En los márgenes del curso siguen creciendo avellanos, alisos, boj y otras especies arbóreas y arbustivas, ahora casi libres de maleza. Cuentan que después de décadas de abandono e incuria se necesitó de un arduo trabajo de desbroce para despejar este pequeño cañón que se había convertido en una enmarañada selva. Aún así, sigue necesitando de trabajos de mantenimiento general y reposición de algunos elementos, incluido el viejo puente de madera, que permite pasar de un lado a otro del arroyo de las Torcas para seguir deambulando y visitando el complejo de cuevas. En muchas de ellas aún conservan las marcas de los picos con los que se tallaron la maleable toba de las primeras capas de la roca hasta llegar a las calizas más duras, donde se frenó el duro trabajo de zapa.

San Pedro espera. A poco más de cien metros de la entrada a las cuevas de los Portugueses, por una estrecha y serpenteante carretera, se llega al caserío de Tartalés de Cilla. Siguiendo el camino que conduce a Tartalés de los Montes, a un kilómetro del núcleo, a media ladera de la montaña -en la cara occidental de la Sierra de la Tesla- se encuentra el eremitorio o la iglesia rupestre de San Pedro, que de las dos formas se la conoce. La ruta se desvía a unos 400 metros a la derecha para adentrarse por un montaraz sendero entre frondosos árboles. Roberto Fernández, presidente de la asociación Tedeja, se sabe el camino de memoria y también conoce la historia de este singular templo prerománico, que tiene traza visigodas -ábsides contrapuestos y el arco triunfal en forma de herradura, aunque otros elementos se añadieron posteriormente.

Algunas de las cuevas de los Portugueses están comunicadas entre sí por pasadizos y puertas.Algunas de las cuevas de los Portugueses están comunicadas entre sí por pasadizos y puertas. - Foto: Alberto Rodrigo

Visitar este espacio de culto excavado en roca arenisca es ya de por sí una experiencia, pero además desde este abrigo se contempla una espectacular vista del cañón de la Horadada y de la enorme masa forestal circundante. En el mismo corte de las rocas se abre el acceso al espacio de culto. El acceso a la iglesia estaba en su costado sur, parcialmente destruido, por lo que no quedan restos de la puerta original. La planta del eremitorio es rectangular y algo irregular, con ábside y, en el otro extremo, un singular contrábside semicircular todo ello excavado en la roca con tosquedad y maestría a partes iguales, que se evidencia también en los rebajes y molduras de la pétrea cubierta con la intención de hacerla lo más parecida posible a esas bóvedas de medio punto de ermitas e iglesias construidas con sillares de esa misma roca arenisca que abunda en la zona. Entre otros elementos, merecen destacarse los huecos de las antiguas hornacinas y en especial aquel preparado para depositar el altar o ara, de la que no hay vestigios y que, según cuentan, fue trasladada o sustraída hace mucho tiempo. Por cierto, fuera de las oquedades, en la zona occidental se han descubierto un nicho con dos tumbas excavadas en la misma roca que presenta difuminadas formas antropomorfas.

Algunos detalles constructivos, el esfuerzo necesario, así como el exiguo número de enterramientos y otras cuestiones planteadas en sesudos estudios mantienen que se trata, sin duda, de un templo excavado en roca, pero se inclinan más por la tesis de que fuera el centro de culto colectivo de algún poblado, similar a los muchos que existen no solo en el entorno de Oña sino también en la comarca de Merindades y de otros ubicados mucho más lejos, en el corazón del Condado de Treviño. La cronología de la ermita rupestre de San Pedro, de acuerdo con esos mismos estudios, sería altomedieval y la sitúan entre los siglos VII y VIII. Su pervivencia como espacio de culto llegaría cuando menos hasta el siglo XI.

Donde la historia acaba nace la leyenda y por estos lares hay muchas. Una de las más extendidas es que en esta cueva vivieron dos antiguos reyes moros, convertidos en eremitas cuando el territorio fue reconquistado por los cristianos y que pidieron ser enterrados precisamente en estas oquedades, creencia que se sustenta en los escritos del padre Ibero, un peculiar sacerdote y arqueólogo autodidacta que vivió en Oña en los años 20 y que, al parecer, encontró restos de huesos en este punto.

El eremitorio de San Pedro está oculto entre los extensos bosques.El eremitorio de San Pedro está oculto entre los extensos bosques. - Foto: Alberto Rodrigo

Piedras sagradas, historia y leyenda se funden en estos dos eremitorios rodeados por un bello entorno natural. Todo invita a pasear tras las huellas de Bardulia y el pasado de esa Castilla milenaria que tuvo asiento principal en el desfiladero de la Horadada y la sierra de la Tesla. Solo hay que ponerse en camino para disfrutar de estos y otros muchos atractivos en Tartalés de Cilla y otros muchos pueblos de esta norteña comarca.