"Nunca pido nada a nadie. Ese es mi orgullo y mi soberbia"

R. PÉREZ BARREDO
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No presiden, no representan, no quieren foco... Pero son parte esencial de esta ciudad. La crónica de Burgos se escribe en las vidas de quienes ayudaron a construirla. Segundo Escolar es uno de esos hombres y esta es (parte de) su historia

Escolar, en su casa de Belorado. - Foto: Patricia

Tiene aspecto de rabino errante con esa melena y esa barba blanquísimas este artista totémico, temperamental y tonante. Mueve las manos como si en ningún momento dejara de trabajar con cualquiera de los materiales a los que ha dedicado su vida. Dibujante, pintor, escultor, ceramista, muralista, orfebre... Ha sido y es todo este salmantino de Burgos que vive como un anacoreta en su casa eremitorio de Belorado, que es en sí misma un museo: en cada estancia -y hay muchas- se arrumban obras y objetos por doquier; cuadros, esculturas, dibujos, bocetos, libros que dotan al hogar de Segundo Escolar de un lustre de hermosa decadencia. Se diría que es la casa de un hombre del Renacimiento. Y no es una afirmación recurrente: sus antepasados, desde el siglo XVI, fueron artistas. Así que lo tiene en los genes y en la sangre. Aunque nunca lo tuviera fácil.

Hijo de un artista represaliado, en cuanto dio sus primeros gritos al llegar al mundo fue llevado al penal para que lo conociera el padre. Creció con ese estigma. El de estar marcado. Bajo sospecha siempre. Nació en el viejo barrio de Santiago, riberas del Tormes. "Era el barrio judío. Fue una niñez caótica por la situación familiar. Mi padre estaba en la cárcel por ser contestatario. Fuimos una familia humillada. Mi padre fue un idealista de trinchera. Pasamos estrecheces, como tanta gente en aquellos años. Pero no fue una infancia infeliz porque tuve una madre maravillosa que aguantó de todo. Las mujeres, las de entonces y las de hoy, son todo poderío. Son más que heroínas. Y te podrás imaginar: gentuza alrededor, toda la del mundo. Mi madre fue tremenda, sacó adelante a sus hijos, pudo con todo".

La pasión lo es todo en el arte y en la vida"

Afirma Escolar que él tiene su rebeldía propia pero que no heredó ideología ("mi padre, por su vehemencia, fue un sacrificado estúpidamente por una causa perdida") pero sí pasión por el arte. Lo mamó el taller: mientras los chavales de su edad andaban por ahí con juegos, él estaba echando una mano al abuelo y al padre. Y aprendiendo. Y contagiándose del veneno de la creación. "Mis primeros golpes fueron contra yunques y martillos. Con siete años ya ayudaba a mi padre a hacer repujado. Ahí nació mi pasión, aunque entonces lo odié porque no estaba jugando con mis amigos. Me encabronaba. Yo quería ser como los demás". De aquella época son sus primeros dibujos, en los que demostró un talento innato. Hay una maternidad firmada a los siete años realmente fascinante: quien la dibujó tenía ya algo especial, diferente. Todo un hallazgo que sorprendió a propios y a extraños. Un futuro Picasso, dijo alguien de él. "No eran dibujos clásicos, qué va. Eran algo más profundos".

Antes de dedicarse por entero al mundo del arte y a vivir (o intentarlo) de él, se formó como pudo: en la Escuela de Artes y Oficios de Salamanca y, aunque no pudo ingresar en la Academia de Bellas de Artes de Madrid, hizo lo que pudo asistiendo a clases por libre y vendiendo sus dibujos en el Rastro para ganarse unas perras. Así que se considera autodidacta. En todos los sentidos. "Yo no pude estudiar una carrera porque tenía una X. Estaba marcado. Hubiese estudiado Arquitectura". A los nueve años su familia se trasladó a Bilbao. Estudió interno en los Paulinos de Zalla hasta que forzó su expulsión. Fue importante el País Vasco para Segundo Escolar, porque allí se relacionó con otros artistas y creció como uno de ellos más que por esa relación por su innata curiosidad, por su pasión por todos los oficios, porque su mirada y su mente siempre estaban absorbiéndolo todo. E hizo de todo: diseño, publicidad, grafismo. "¡He pintado puertas de coches a punta pala! ¡Y paredes tirando de rodillo!", exclama. Aunque padeció también el desprecio del nacionalismo, fue él, castellano viejo, quien con catorce años representó a su tierra de acogida en un concurso internacional celebrado en Francia. Ahí queda eso. "Todas esas cosas marcan", afirma Escolar. Y también forjan un carácter.

Para mí el trabajo es una droga"

Fue en los 70 cuando Segundo Escolar se consagró como artista. De esa época datan sus primeras exposiciones. Y los encargos y trabajos, que comenzaron a multiplicarse: el artista era rápido, era bueno, eficaz. Por más que tuvieran prioridad los artistas nacionalistas "y fantasmas, que había mucho fantasma. Jamás consentí que nadie me llamara maqueto". Conoció a su mujer, Belén, natural de Belorado. Y desde el 82 fijó su residencia en el valle del Tirón. Habla del dibujo como la esencial del artista, de todo artista. No hay escultor sin dibujante. "Y el que diga lo contrario es un imbécil. Es como hacer una ingeniería superior sin el bachiller". No se considera más escultor que pintor, ni viceversa. "Soy un artista plástico. Y con el dibujo, aunque suene presuntuoso o soberbio, puedo aceptar el desafío que quiera".

Tenía referentes, claro. "Quería parecerme a todos los artistas que admiraba y a ninguno". Quería ser él mismo: Segundo Escolar. Lo logró, claro. Ya instalado en Belorado no paró de trabajar. La hemeroteca de este periódico está llena de páginas y páginas en las que, durante más de dos décadas, aparece Segundo Escolar como si tuviese el don de la omnipresencia: trabajos aquí, allá, acullá, en Burgos pero también en el País Vasco, en Madrid, en Barcelona, en Francia o en América. Esculturas, pinturas, ilustración de libros... De todo. "A mí nunca me ha faltado trabajo. Hacía lo que fuese porque había que vivir. Lo que pasa es que yo tenía o aportaba un plus". Durante años trabajó entre quince y veinte horas al día. "Como un bestia, como un bestia". Se defino Segundo Escolar como un "artista clásico. Mi obra tiene raíz clásica. Todo nace del dibujo. Es la base. De ahí, se puede hacer todo. Del deshecho no. El dibujo es la base para construir".

Un antes y un después. Habla siempre con vehemencia Segundo Escolar; otra herencia familiar. "Siempre hemos sido abogados de causas perdidas y de putas pobres. He vivido desencantos, porque te cruzas en la vida con gente de todo tipo. Pero eso es la vida. Yo he sido muy feliz con mi vida y con mi trabajo hasta el día en el que murió mi hija Lydia. Aquello me cambió. Desde entonces, toda mi obra también está firmada con su nombre. Es de ella también". No deja de trabajar ni un solo día, aunque haya tenido un par de sustos de salud (dos infartos cerebrales traidores). Dedica las tardes y las noches a emplearse en su taller. En ocasiones hasta la madrugada. En completo silencio. Ahora se encuentra realizando pinturas relacionadas con Silos. "Profesionalmente me encuentro orgulloso de todo lo que he hecho. Incluso de los errores que he podido cometer, porque también eso ayuda".

Asegura que nunca ha pedido nada a nadie. Que todo lo que es y ha conseguido ha sido por su esfuerzo y por su trabajo, por su obstinación y por su talento. "Ese es mi orgullo o mi soberbia. Yo nunca he pedido. Y es que nadie da nada. Al contrario: se corre el riesgo de que te chuleen. Soy un hombre hecho a mí mismo por eso, porque nunca he pedido nada a nadie. He sido peleón y luchador porque nunca lo he tenido fácil". Afirma que eso no ha impedido llevarse bien con todo el mundo, con otros artistas, con políticos, empresarios e incluso religiosos. "A mí mientras no me quieran impartir doctrina, cualquier cosa. Me he hecho respetar siempre, sí. No sé si por mi carácter. Pero, sobre todo, me he hecho respetar por no haber pedido nunca nada. Eso me lo enseñaron desde niño: si puedes dar, da. Pero no pidas".

Es un artista reconocido Segundo Escolar, pero no es algo que le preocupe lo más mínimo. "Soy yo el que me tengo que reconocer; soy yo el que tiene que reconocer mi obra. Porque yo la hago para mí. Hoy en día podía estar mirando a la Babia, pero sigo trabajando. Para mí el trabajo es una droga, es mi droga. Y eso que ya no estoy ni al cincuenta por ciento de mi capacidad. Pero lo asumo. He vivido mis años. Y sigo aquí. Tengo la suerte de lo que hago, de lo que sigo haciendo, es ya para mí. Y yo soy exigente conmigo mismo. Hay veces que hago algo y me cabreo, me encabrono, me pongo de mal humor hasta que lo consigo dominar".

Me siento orgulloso de lo todo lo que he hecho, incluso de los errores"

No le gusta la sociedad en la que vive actualmente (quizás, por eso, apenas sale de su territorio). "El mundo está canallesco. Y la vida en general. Apenas salgo para alguna cuestión rutinaria. No me apetece salir. Tampoco me paso las horas reflexionando sobre esto o lo otro. No. Me centro en lo que estoy haciendo. Y cuando estoy trabajando no pienso en otra cosa. Me concentro nada más que en eso, en el trabajo. Antes de que falleciera Lydia escuchaba música clásica. Desde entonces, prefiero el silencio. Mi música es el silencio".

No se le pasa tampoco por la cabeza la idea de la muerte. "¿Para qué voy a pensar en la muerte? La gente tiene que entender, de una dichosa vez, que en el momento en el que está en el vientre de su madre ya está muriendo porque ya está viviendo. Unos lo harán antes y otros después. Yo soy un hombre, y si los dioses existen es porque somos hombres".

Dice Escolar que el arte "es una profesión más. Yo la siento con pasión, eso sí. Porque incluso cuando uno descansa está pensando en ello. La pasión lo es todo, en el arte y en la vida. Y hay que entregarse en cuerpo y alma a la pasión. Siendo exigente con uno mismo. Que puedas mirarte en el espejo y decirte: este soy yo. Ya está. Ese es el mayor reconocimiento. No pienso en el ego, en la vida, en la muerte... Por ahí surge mucha filosofía barata. O igual soy demasiado vulgar por no necesitar esa filosofía. Pero lo siento así, quizás sea muy primario. Pero qué quieres que te diga, me encanta ser primario. Y la vida no es un arte: es arte puro, un juego rotundo, es luchar y pelear todos los días, veinticuatro horas. Y cuando mires atrás decir: pues he hecho un surco. Y no está mal el surco. Ahí ha quedado. Nada de quejarse, de llorar, de ser cobarde. Esto va en la forma de ser de cada uno. Yo nací con esa impronta. Esto soy. Así soy", concluye a modo de declaración vital.