Diálogo de sordos para contentar a los suyos

Leticia Ortiz (SPC)
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Sánchez y Casado se ven las caras en Moncloa en una reunión estéril para la estabilidad de España, pero provechosa para potenciar sus perfiles como presidente y líder de la oposición

El socialista (i) y el popular mantuvieron ayer una reunión de hora y media. - Foto: Eduardo Parra

Aseguran en los pasillos del Congreso de los Diputados que, más allá de las grandes broncas en los Plenos, trufadas de descalificaciones políticas enmarcadas en el clima de crispación que vive la cosa pública en los últimos meses, la sintonía entre Pedro Sánchez y Pablo Casado  era «buena». Más allá incluso de la habitual cordialidad entre líderes políticos. De hecho, al menos hasta antes de la investidura que alumbró el primer Gobierno de coalición de la joven democracia española, los habituales de la Cámara Baja sostenían que el socialista tenía mucho más feeling con el popular que con el que luego se convertiría en su socio en La Moncloa, Pablo Iglesias. «Le desprecia tanto como a Albert Rivera», apuntaban sobre la nula conexión del secretario general del PSOE con el dirigente morado. 

Las cosas han cambiado, claro, porque la sucesión de hechos históricos que ha vivido la política nacional ha cambiado por completo el mapa. Pero no sorprende que Casado insistiera ayer en el tono cordial de la reunión que acababa de mantener con Sánchez en el palacio presidencial, a pesar de que resultó infructuosa. Al menos, para la estabilidad del país y de un Gobierno de coalición sujetado únicamente por las pinzas de independentistas, abertzales, nacionalistas y regionalistas. Endebles apoyos para pronosticar una legislatura larga. Una cita «cordial» en la que durante hora y media abordaron grandes temas de Estado (educación, Cataluña, pensiones, economía...) sin llegar a un punto de entendimiento que ni estaba ni se le esperaba, como dijo Sabino Fernández del Campo aquella larga noche del 23-F.

Y es que ninguno de los dos líderes parece dispuesto a moverse de sus actuales planteamientos, a sabiendas de que un paso en falso de acercamiento al otro puede tener consecuencias fatales en lo político. Un guiño, o una cesión, del presidente del Gobierno al PP sería considerado casi como «alta traición» por Podemos, compañero de viaje del PSOE en el poder. Tampoco sentaría bien en el independentismo, que se sabe portador de la llave de la mayoría parlamentaria y ha aprovechado su posición numérica en el Pleno para, entre otras cosas, abrir una mesa de diálogo «sin líneas rojas» y obligar al Gobierno a plantear una modificación del Código Penal para degradar los delitos de sedición y rebelión, abriendo la puerta a la libertad anticipada de Oriol Junqueras.

Tampoco puede Casado tender la mano al PSOE sin pedir contrapartidas para convertirse en muleta del Ejecutivo de coalición. Más allá del posible sentido de Estado de ese gesto, que posibilitaría, por ejemplo, la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado sin la necesidad de contar obligatoriamente con los separatistas, el cambio de parecer del PP debilitaría su condición de partido líder de la oposición. Un peligro electoral ante el auge de VOX. Ceder la voz de la hostilidad contra el Gobierno a los de Santiago Abascal dejaría a los populares en una tierra de nadie -el centro derecha- de imaginables consecuencias en las urnas. De ahí la retahíla de condiciones que Casado le puso ayer a Sánchez para brindar su apoyo en los temas fundamentales para el país.

Los dos líderes cumplieron, por tanto, su papel en la reunión «cordial». Principalmente de cara a los suyos. No cerraron ningún acuerdo, pero tampoco se marcharon dando un portazo, puesto que las manos tendidas volaron de Génova a Ferraz y viceversa para que alguien, cuando las necesite, las recoja. Aún es pronto, con una legislatura arrancando, un Ejecutivo desdiciéndose casi cada día y una oposición que busca salir en la foto delante de los otros.