Enero de 1911 - Las Veguillas huele a veneno

R.B.
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El puente entre el paseo de La Quinta y el paso a nivel de Cortes fue el escenario en el que se desarrolló un incidente que acabó con la vida de una persona. Engañado por un conocido, acudió al lugar para beber un licor tras lo que se sintió enfermo

Imagen de las inmediaciones de Las Veguillas, lugar donde ocurrió este extraño suceso que conmocionó a la sociedad burgalesa de la época. - Foto: Patricia

El HECHO: Alejandro López Barrio fallece después de ingerir estricnina.

EL ACUSADO: Antes de morir, Alejando aseguró que le había matado «un tal Valderrama».

EL MÓVIL: Al parecer, el robo, ya que la víctima portaba casi 13.000 pesetas.

Dos agónicos golpes en la puerta sobresaltaron a Teodora Miguel, la sirvienta del ventorro de Las Veguillas, pasadas las siete y media de la tarde de aquel miércoles 11 de enero. Rauda, abrió la puerta esperando encontrar al otro lado a su jefe, «que se encontraba en Burgos haciendo algunos recados» (sic). Para su sorpresa, dos hombres aparecieron en el quicio: uno de ellos huyó hacia el parque de la Quinta justo al abrir la puerta mientras el otro gritaba a los cuatro vientos que le había matado «el granuja de Valderrama».

Repuesta del susto, y con la ayuda de la dueña del ventorro, Paulina Santos, y de su marido, Hilario Castrillo, que llegaba entonces, acomodó como pudo al hombre agonizante en un carro para trasladarlo hasta la Casa de Socorro, no sin antes guardar en su pecho una nota que había escrito el moribundo en la que señalaba quién le había dejado en tal estado. Una vez en el vehículo pidió que le movieran las piernas, pues se le quedaban rígidas, un síntoma evidente de que su estado empeoraba por momentos.

Con el hilo de voz que le dejaron sus menguadas fuerzas, el moribundo fue detallando a los que le asistían la causa que le había llevado a tal estado. A ellos les explicó que el tal Valderrama le había dado a beber un veneno con la añagaza de que se trataba de licor Benedictinne. Al parecer, fue la promesa de acabar con esa botella de espirituoso la que había llevado a la pareja hasta ese lugar entre el parque de la Quinta y el paso a nivel de Cortes. Una vez allí, sin embargo y siempre según su versión, le había proporcionado la dosis de ponzoña con la intención de quitarle una cierta cantidad de dinero que portaba.

El enfermo llegó sin conocimiento y con unas briznas de vida que, sin embargo, perdió a los pocos minutos, apenas los necesarios «para recibir la extrema unción». Una vez que los médicos confirmaron el fallecimiento del susodicho, acudieron al lugar varias personas que lo identificaron como Enrique López Barrio, de 40 años de edad, natural y vecino de Madrid, pero muy conocido en el entorno de la capital burgalesa, casado y con siete hijos.

En la cartera conservaba intactas 12.965 pesetas con 75 céntimos, una cantidad muy respetable para la época y que podían justificar un hecho violento como este. También aparecieron entre las ropas la célula personal, así como un reloj con cadena y otros efectos personales.

Las primeras investigaciones, lideradas desde el inicio por el inspector Castro, se dirigieron al lugar donde supuestamente habían ocurrido los hechos. Una breve inspección por las inmediaciones de Las Veguillas permitieron encontrar una botella de medio litro con un líquido amarillo dentro, el mismo que, al parecer, había ingerido la víctima.

Con esta prueba en una mano y la declaración del fallecido en la otra, los guardias detuvieron a las 21.30 horas al tal Valderrama. No les fue difícil encontrarle, ya que era un asiduo del local que tenía la Sociedad de Cazadores y allí mismo le apresaron.

El detenido fue conducido de inmediato a la Inspección, donde le tomaron la primera declaración. En ella, el sospechoso negó tajantemente cualquier participación en los hechos de los que se le acusaban «protestando con energía de que se le suponga autor de tan repugnable crimen». La vehemencia con la que expuso su coartada no fue óbice para que ingresara en prisión minutos antes de las tres de la madrugada.

Los comentarios comenzaron a pulular por una ciudad poco acostumbrada a este tipo de acontecimientos. Los rumores diferían en muchos aspectos, pero coincidían en uno: la muerte había sido provocada por un veneno de gran energía, una tesis que fue corroborada por los facultativos que atendieron a don Enrique López Barrio en sus últimos momentos.

La autopsia no permitió conocer las causas del fallecimiento ya que los medios con los que contaba la técnica forense en Burgos eran limitados. Por ello, las vísceras fueron trasladadas a Madrid, para que las analizara el laboratorio policial de la capital de España.

El 25 de marzo, los responsables del laboratorio emitieron su dictamen: en los restos del finado habían encontrado estricnina (un veneno muy activo), en cantidades pequeñas «como las que se quedan en un frasco que hubiera contenido ese producto» pero suficientes como para provocarle la muerte.

*Este artículo fue publicado en la edición impresa el 26 de septiembre de 2004