La N-120 resucita

F.T.
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Dos clásicos hosteleros, El Pájaro, en Villafranca Montes de Oca, y El Chocolatero, en Castildelgado, cerraron hace dos años por la pandemia y la falta de relevo generacional. Ahora hijos de los últimos gestores levantan con éxito la persiana

Los hermanos Oca, Silvia y Guillermo, hijos del último gerente de El Pájaro, decidieron seguir con la tradición familiar tras un año sabático. - Foto: Luis López Araico

Abrir un negocio siempre es una aventura, más aún si se hace en un pueblo, pero volver a levantar la persiana dos años después de cerrar las puertas es una auténtica odisea que solo está al alcance de emprendedores muy identificados con el negocio "porque lo hemos mamado", manifiestan Silvia, Guillermo y Laura, tres jóvenes que han decidido resucitar El Pájaro (Villafranca Montes de Oca) y El Chocolatero (Castildelgado), dos clásicos de la hostelería de la carretera N-120.

Hace dos años, empujados por las restricciones de la pandemia y por la falta de relevo generacional, los propietarios de estos establecimientos, regentados durante décadas por las mismas familias que los pusieron en marcha, se vieron obligados a bajar la persiana y colgar el cartel de 'se vende'. Y lo hicieron porque entonces ningún de sus hijos quiso tomar las riendas de estos conocidos locales.

Han pasado poco más de dos años y la situación ha cambiado de forma radical. Se han despejado los negros nubarrones que se cernían sobre estos dos establecimiento de carretera y del Camino de Santiago... y sus puertas vuelven a estar abiertas, desde el pasado día 15 en el caso de El Pájaro y desde junio en el del Chocolatero, para satisfacción de sus clientes de toda la vida, es decir camioneros, viajantes, vecinos de la zona y peregrinos.

Después de 27 meses cerrado y trabajar en otros lugares, Laura Merino ha decidido reabrir todo el complejo de El Chocolatero.Después de 27 meses cerrado y trabajar en otros lugares, Laura Merino ha decidido reabrir todo el complejo de El Chocolatero. - Foto: Luis López Araico

En el caso de El Pájaro, tras una importante reforma y con un pequeño cambio en el modelo de negocio, Silvia y Guillermo, hijos de Ricardo Oca, el último de los cuatro hermanos que estuvo al frente de este negocio familiar, han decidido volver a la barra, la que ha visto toda su vida con algún retoque para dar un aspecto más moderno, y despachar el clásico de la casa: bocadillo de jamón con pan de torta. Todo un reclamo y reconstituyente para los cientos de peregrinos que, además de entrar para reponer fuerzas, sellan su credencial.

Hace dos años Silvia y Guillermo, ligados desde pequeños a este negocio familiar, no se plantearon tomar el relevo, aunque a su padre le hubiera gustado que siguieran al frente de lo que comenzó como una taberna en 1946, regentada por sus abuelos Francisco y Felicitas. Han tenido que pasar unos meses, "casi dos años sabáticos" matizan, para que estos jóvenes, que siempre han vivido en Villafranca, decidiera volver a abrir El Pájaro, no sin antes acometer una profunda reforma del establecimiento, "que se ha prolongado más de lo previsto, al final han sido siete meses de obras, por la falta de algunos materiales", aseveran estos dos hermanos orgullosos del resultado final y del toque moderno que ahora tiene este clásico de la hostelería.

"Decidimos continuar con el bar para dar bocadillos, raciones y cazuelitas y dejar, de momento, el restaurante y el hostal cerrados. Además también preparamos comida para llevar", asegura Silvia, quien pone el acento en que siguen elaborando el embutido que tanta fama ha dado durante décadas a este local. "El embutido es nuestra seña de identidad, nuestro emblema, y aquí seguimos curando los jamones, lomos y chorizos como siempre, con nuestro toque especial. Lo único que no ha cambiado de El Pájaro es el embutido", asevera.

Además de los dos hermanos, en el establecimiento trabajan otras dos personas, un cocinero y un camarero, "que son de la zona y de momento somos suficientes porque vamos a esperar a asentar esta parte del negocio antes de iniciar otras aventuras", apuntan Silvia y Guillermo. En el horizonte más próximo, tal vez para el año que viene, tienen la intención de instalar una terraza cubierta en el amplio aparcamiento del local, "porque ahora la gente con esto de la covid lo que quiere es consumir en la calle y vamos a intentar que lo hagan con más comodidad", afirman.

"Queremos seguir viviendo en el pueblo y no nos hemos planteado marcharnos porque aquí están nuestras vidas", declaran estos hermanos que no paran de preparar bocadillos de jamón y atender a los peregrinos que a media mañana se agolpan en la barra con la credencial en la mano para sellarla. "Hemos empezado a tope, nos hemos vuelto a reencontrar con los clientes-amigos de siempre a los que ha gustado mucho el cambio", señala Silvia, que tampoco duda al afirmar que su padre "está muy contento por volver a ver el bar abierto y que sigue la tradición".

Paso al frente. Unos kilómetros más allá de Villafranca, en concreto a veinte en dirección hacia La Rioja, en localidad de Castildelgado, los camiones se agolpan de nuevo en aparcamiento de El Chocolatero, otro clásico de la hostelería de la N-120 que también cerró hace más de dos años, en marzo de 2020, por las restricciones de la pandemia y la falta de relevo generacional. Desde mediados de junio, este local vuelve a ser parada obligada para los que buscan "un buen plato de comida casera", apunta Laura Merino, hija del último de los hermanos que gestionaron este negocio y que ahora ha tomado las riendas del mismo.

Laura, que antes del cierre ya trabaja en el negocio, junto a su padre y a dos tíos, que se jubilaron en esos meses de incertidumbre, es el relevo generacional de El Chocolatero y ha decidido reabrir todo el negocio: bar, restaurante y hotel, "además de Chocolate Merino, que lleva nuestro apellido y que me lo he quedado porque aquí es donde más se vende".

Cuando cerró y se puso a la venta, este negocio llegó a dar empleo a 17 personas, más los de casa, es decir su padre y dos tíos, además de sus mujeres, matiza Laura, quien ahora ya cuenta con una plantilla de 9 empleados, "la mitad, pero el problema es que no hay trabajadores de hostelería, en especial camareros, y espero que pueda contratar a más personas cuando se acabe la temporada de verano", afirma esta emprendedora que ha decidido tirar del carro "porque nadie de la familia ha querido seguir".

"Después de 27 meses cerrados hemos visto que la mejor opción era continuar", asegura Laura, que ha estado trabajando en otros sitios y, al final, ha vuelto "porque daba pena ver cerrado este negocio familiar, que se abrió de cero en 1976, con mi abuelo". Volver a ver entrar a los clientes de toda la vida por la puerta, muchos de ellos camioneros, "ha sido una gran satisfacción porque no hemos hecho ninguna campaña publicitaria, han sido ellos los que se han encargado de difundir que estamos de nuevo abiertos", manifiesta con satisfacción Laura, que agradece este "apoyo psicológico que hemos recibido de unos clientes que son fieles y han vuelto a nuestra casa nada más abrir las puertas. Trabajamos igual que antes de cerrar hace dos años".

La cocina tradicional y el buen trato, además del chocolate y el embutido, son las señas de identidad estos dos negocios familiares de carretera que han surcado con éxito las turbulentas aguas en las que hace dos años se vieron inmersos y ahora navegan por aguas más tranquilas con un horizonte despejado y sin temor a que dentro de unos años la autovía A-12 (Burgos-Logroño) entre en funcionamiento.