Amor de perro

A.C. / Medina de Pomar
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En Creciendo Merindades, la terapia con canes ha mejorado «muchísimo» el aprendizaje de chavales con necesidades educativas especiales. Los perros solo buscan cariño

Paula, Héctor y Aritz juegan delante de Uria, la más entrenada. - Foto: A.C.

Asier Gallo comenzó a aparecer por la asociación con Jaia (fiesta en euskera) y pronto observó el magnetismo que producía entre sus chicos. Su mascota pronto pasó a ser muy querida entre los niños y jóvenes con necesidades educativas especiales de la asociación Creciendo en Merindades y el educador, profesor con la especialidad en educación especial, decidió formarse como técnico en intervención asistida con animales en 2020. Tras ello, la familia canina de Creciendo en Merindades fue sumando integrantes y los resultados con los chavales son más que positivos, a juicio de su equipo técnico.

Solo con ver las caras de Paula, Aritz y Héctor durante una terapia con los tres canes de Asier y la asociación ya se intuyen los efectos que logran. Asier Gallo y María Terán, pedagoga y logopeda de la asociación, sueltan una retahíla de bondades en la educación de los niños gracias a los perros. Con los animales se trabajan numerosas cuestiones, sencillas para cualquiera, pero, a veces difíciles para ellos. Les ayudan a mejorar su memoria, porque han de recordar qué hay que hacer con el perro, las pautas de la responsabilidad, a trabajar las formas, el tono de voz, el respeto del turno, a controlar los impulsos o la intensidad a la hora de actuar e incluso a mitigar miedos y fobias. «Un aprendizaje motivado es doble aprendizaje y, en este caso, la motivación con los niños está garantizada», asegura María Terán.

Jaia, una pastor vasco que ahora tiene solo dos años y medio, fue la precursora. Asier explica que los perros de terapia que usualmente más se utilizan son de las razas Golden Retriever y Labrador, pero él observó la pericia de su perra, pastor vasco de la raza Illetsua (de lanas), y decidió seguir apostando por estos animales. Después llegó otra pastor vasco, Uria (luz de Dios), de la raza Gorbeiakoa (del norte) y pelo liso, y finalmente Gus, otro lanudo como Jaia de solo 5 meses y que es el más indisciplinado, de momento. La reina es Uria, que ha sido entrenada desde pequeña con Asier y cumple su papel a la perfección. Gus también lo hará en unos meses. Ambos han pasado la prueba de temperamento que se les realiza a las ocho semanas de nacer.

Lo primero que este joven y comprometido educador hizo con los animales que está adiestrando fue habituarles desde bien pequeños a ruidos fuertes, gritos, algún tironcillo de pelo, y todo aquello que podrían encontrarse trabajando con los niños para evitar que les tuvieran miedo. El objetivo era que no se asustaran y logrado está, porque los animales no se separan de los chavales pase lo que pase.

«Solo persiguen el afecto y el cariño de los niños», explica Asier Gallo, y gracias a ello sus fieles ayudantes obedecen todo lo que se les pide, desde saltar a través de un aro, llevar una cesta en la boca, moverse entre los chicos llevando un chaleco con pictogramas convertidos en una especie de mesa con cuatro patas, o dejarse peinar sin pestañear.

Así empiezan las clases, primero el saludo y después toca cepillar al perro. En la terapia que compartieron con DB le tocó a Héctor, un niño de 14 años que cuando a Aritz, también de 14 años, le tocó lanzar los aros para introducirlos en un cono, le animaba sin cesar e incluso extendía su brazo para ayudar a su amigo en silla de ruedas y con dificultades motoras por su distrofia. Alrededor de ambos, Paula, de 16 años, no cesaba de sonreír, muchas veces a carcajadas, mostrando una felicidad inmensa.

Tras el cepillado llegan las caricias y al poco el trabajo. Cuando Asier o uno de los niños se pone la riñonera y al perro le visten con el peto, el animal sabe que toca ponerse patas a la obra y obedecer aún más, si cabe. Pero los perros de Creciendo en Merindades son uno más de la familia y no solo son un importante instrumento de trabajo en la terapia individual o grupal que realizan con 17 niños y jóvenes de 2 a 22 años,  sino que también resultar ser grandes compañeros de los usuarios de la asociación.

Están siempre en la sede de la calle Mayor de Medina o en el piso situado sobre la sede donde los más mayores aprenden habilidades para la vida adulta. Si se les requiere actúan. De lo contrario están echados en el suelo tranquilamente. A las salidas por Medina o a las excursiones viajan como uno más, al igual que si hay qye ir a comprar comida o tomar una consumición en un bar. Allí van con los  más mayores en su preparación para la vida de adultos. Asier observa que el niño que lleva un perro de la correa va más erguido, orgulloso, seguro... y, en general, todos aprenden más. De momento, la familia canina ya no va a crecer más, sino que se va a consolidar con la formación de Gus. Pero en Creciendo Merindades, con casi medio centenar de familias unidas, siguen preparando proyectos.

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