Martín García Barbadillo

Plaza Mayor

Martín García Barbadillo


Sud Expresso

28/11/2022

Viajar es algo más que desplazarse entre lugares, puede ser también una experiencia en sí misma, y no necesariamente una traumática de aeropuertos. Muchos en esta provincia recordarán viajes nocturnos a París y Lisboa en el Sud Expresso o el Francisco de Goya, esos trenes hotel de nombre evocador que enlazaban con los países vecinos pasando por aquí. El asunto tenía un punto mágico: uno se subía a sus vagones en la estación de Burgos al final de la tarde, sobre las nueve o así, o eso creo recordar, y buscaba su compartimento o camarote de literas. Se respiraba un poco ese aire a lo Orient Express de revisores de uniformes serios, camareros con pajarita en el restaurante y gentío variado y cosmopolita cuando el mundo lo era mucho menos que hoy. Después de dejar el equipaje, uno se daba una vuelta entre vagones, llegaba a la cafetería, se tomaba algo y se retiraba, que es la forma de decir irse a la cama (o al asiento) en un ambiente así. Al amanecer, se despertaba entre el traqueteo y, con el día por estrenar, se plantaba en la estación de Santa Apolonia de Lisboa o en la de París-Austerlitz, en pleno centro de ambas ciudades, a comérselas. Y, además, no tengo yo recuerdo de que fuese carísimo ni mucho menos.

El caso es que estos trenes nocturnos, estilosos y también prácticos, se suprimieron en marzo de 2020 como consecuencia del confinamiento covid y su servicio no se ha reanudado. Y, por lo que parece, no hay visos de que suceda en un futuro próximo según manifestó el Gobierno de España ante una pregunta en el Senado. Tal y como publicó este periódico, el ejecutivo se escuda en razones de 'viabilidad y sostenibilidad' para dejarnos en el andén de nuevo. ¿Sostenibilidad? ¿a qué se refieren? Si ahora uno quiere ir a París ha de desplazarse en autobús, por ejemplo a Madrid, tomar un avión al aeropuerto de la capital francesa y después un autobús al centro. Lo que es infinitamente menos sostenible, menos cool y además un rollo infinito que no necesariamente emplea menos tiempo que los trenes nocturnos. Y aunque así fuera, no puede competir con el placer de despertar, bajarse del vagón, atravesar Santa Apolonia, salir y desayunar un café en vaso alto con un pastel de Belén en un bar de un calle adoquinada, como si se fuera a encontrar con Pessoa. Algo así, tiene que ser necesariamente viable.

Salud y alegría.