Misión: Salvar el torreón

ALMUDENA SANZ
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Miguel Pinto, alumno de la Universidad de Burgos, propone la creación de una isla de la biodiversidad para poner en valor la fortificación de Villagonzalo Arenas, que él remonta hasta el siglo XIII

Miguel Pinto Sanz, delante de la construcción sobre la que ha lanzado un SOS. - Foto: Alberto Rodrigo

Mellado, parasitado por hierbajos, expoliado, abandonado y olvidado. Hace mucho tiempo que el torreón de Villagonzalo Arenas perdió todas las batallas. En medio de un polígono industrial y un barrio residencial, su presencia, aunque rotunda, pasa desapercibida. Ni trabajadores ni vecinos se detienen ante esa fortificación, cuya única caricia por parte del Ayuntamiento ha sido su vallado para impedir que la caída de cascotes dañara a algún curioso. La fortuna ha querido que Miguel Pinto Sanz, alumno del Grado de Historia y Patrimonio de la Universidad de Burgos (UBU), se haya empeñado en su puesta en valor.

Propone echar mano de la llamada ecología de la reconciliación, que aboga por hacer compatible la existencia de especies silvestres en áreas modificadas por las actividades humanas, y hacer de este lugar una isla de la biodiversidad. ¿Cómo? Tras su consolidación, «sin el bien no hay nada y ahora se está cayendo», se empezaría con una separación de unos metros con una especie autóctona, como el majuelo, un arbusto que crece poco, no supera los dos metros y no robaría vistas de la construcción, para luego cercarlo con una talanquera. A partir de ahí se pondrían hoteles para insectos; un tapiado controlado, con huecos que posibiliten el anidamiento de pequeñas aves; se recuperaría el nido de cigüeña, sobre una plataforma, que una foto desvela que hubo en los 80...

«Este podría ser un planteamiento, no conlleva grandes inversiones y su mantenimiento es fácil. Basta con vigilar que el arbusto no crezca para que no se coma la torre y contextualizar todo con un panel y un código QR que amplíe la información», detalla Pinto al tiempo que aprecia que esta intervención daría pie a la implicación de la comunidad que vive al lado para hacer un seguimiento. «Si consigues que sus miembros vayan por lo menos una vez al año ya es un éxito porque los haces partícipes de ese patrimonio, que a veces se considera un lastre, algo que hay que conservar porque toca, porque es antiguo y atestigua el pasado», agrega convencido de que redundaría en beneficio de toda la ciudad, porque la colocaría en el mapa como ejemplo de este tipo de iniciativas, la primera en la provincia de Burgos, y establecería una simbiosis entre patrimonio natural e histórico-cultural, que ahora fomenta la Unesco. 

«Estamos hablando de un BIC, con una de las mayores categorías de protección y sobre el que no se está haciendo nada. Hay que buscar su consolidación para que el barrio no pierda su identidad, porque no deja de ser parte de la historia de la ciudad, del alfoz y del propio Villagonzalo Arenas», concluye sin obviar que era un auténtico desconocido para él hasta que su profesor David Peterson los pidió un trabajo que pusiera en valor un bien en peligro, con la posibilidad, como fue el caso, de ser publicado por Hispania Nostra, la asociación sin ánimo de lucro defensora de este legado. 

Puesto en su siglo. La investigación de este alumno, que el próximo curso, si la pandemia no se lo impide de nuevo, estudiará en la Universidad Internacional de Akita (Japón), permitió además la corrección de la datación del torreón, fechado en el siglo XV en la bibliografía sobre los castillos en la provincia de Burgos, al que apenas dedican un par de párrafos. 

Pinto remonta al siglo XIII la construcción de este bien tras dar con documentación que lo sitúa en 1233 como parte de una compra realizada por Pedro Sarracín, deán de la Catedral y posterior fundador del Hospital de San Lucas, institución que aparecerá como propietaria en un litigio en el siglo XV contra la esposa del Conde de Montealegre, Juana Manrique. Su hija, María Manuel, lo hereda en 1473. 

A esas evidencias documentales, localizadas en bases de datos de esas fuentes primarias, se suman las formales. Advierte el empleo del encofrado de cal y canto, de moda en Castilla durante los siglos XII y XIII, y la utilización de ladrillo como elemento decorativo, que, aventura, podría obedecer a la introducción de técnicas mozárabes y mudéjares. 

La fortificación, que ya el diccionario de Madoz (siglo XIX) describe como una ruina, llama la atención por situarse en un llano. Una ubicación que el autor explica por el avance de los reinos cristianos hacia el sur en la conquista de Al Ándalus, que diluye la función de control del territorio y protección de estas estructuras para «pasar a ser instrumentos de ostentación del poder social y de control de las actividades económicas». Una pompa de la que no queda rastro en el torreón de Villagonzalo Arenas.