«Sueño con ser el mejor»

R. PÉREZ BARREDO
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Tercera generación de una estirpe de toreros, ya ha debutado con picadores. Tiene 18 años, los pies en la arena, ambición, capacidad de sacrificio y anhelos de gloria. Jarocho y olé

Jarocho, con su padre, Roberto, y su abuelo, Eduardo, también toreros. - Foto: Alberto Rodrigo

Tiene en la mirada esa fijeza y esa hondura de quien sabe que habita un reino dominado por la emoción, la belleza y la tragedia. Hay una determinación indescriptible en sus ojos profundos, llenos de misterio. Se expresa con una madurez impropia de sus dieciocho años, como si su sangre discurriera enjaezada de una sabiduría y una responsabilidad seculares. Jarocho es el último y más reciente representante de una saga de toreros amamantada en Huerta de Rey. Y sueña con ser figura del toreo. Hace un par de semanas hizo su debut con picadores en la plaza de toros de Ciudad Rodrigo. Fue el triunfador de la novillada, cortando dos orejas. Creció rodeado de trajes de luces y de trastos, y los últimos cuatro años los ha pasado formándose en la escuela taurina de Salamanca, entregado por entero a la pasión que lleva dentro y a la que desea dar rienda suelta sobre la arena.

«Siempre he vivido la profesión desde muy cerca, siempre en contacto con los trajes de torear, viendo muchos festejos. Me gustaba, disfrutaba como aficionado, pero nunca pensé en dedicarme a ello hasta los catorce años, en que me di cuenta de que lo que me gustaba era torear. Y a día de hoy he podido dar algún pasito ya en la profesión, cumplir varios sueños que cuando era niño no imaginaba: debutar con público, debutar sin picadores y, el último, hacerlo con picadores. Son fechas que están ya muy marcadas en mí». No duda, ni necesita pensarse las respuestas Jarocho (que se llama Roberto como su padre, pero pide que le nombren por el apodo), como si tuviera interiorizado cuanto es, y cuanto aspira ser. No hay en la expresión de su rostro atisbo alguno del adolescente que es: toda su figura emana gravedad, una discreta y casi tímida solemnidad. Y convencimiento.

«Si Dios quiere, seguiré dando pasitos hasta la alternativa, que es algo en lo que aún no pienso. Aún me queda una etapa larga y bonita como novillero con picadores. Ahora mismo veo la alternativa como algo muy lejano. Lo que me preocupa es sacar el torero que llevo dentro y que la gente conozca el concepto de toreo que tengo». Asegura que todos los toreros, actuales y pasados, le gustan; que todos le aportan y que de todos aprende. «Es difícil explicar con palabras lo que uno lleva dentro y quisiera expresar toreando. Pero me gusta un toreo puro, clásico, vertical, que tenga mucha pasión y mucha naturalidad. Trabajo día a día para sacarlo. Cada día aprendo y saco de mí cosas nuevas que no sabía que, verdaderamente, llevaba dentro. Voy descubriendo cosas nuevas. Creo que cada torero se levanta por la mañana para buscar cosas nuevas, para seguir indagando dentro de su concepto, por ir creando un torero, un personaje».

Jarocho, con el capote, que es el trasto con el que, asegura, mejor saber expresar el arte que lleva dentro. Jarocho, con el capote, que es el trasto con el que, asegura, mejor saber expresar el arte que lleva dentro. - Foto: Alberto Rodrigo

Sólo entrevera en la conversación, como si fuera un referente o un modelo a imitar, el nombre de Manolete. Del genio cordobés, esqueleto inmutable del toreo, como cantó el poeta Pepe Alameda, admira Jarocho «su forma de interpretar el toreo, la verticalidad, la seriedad que transmite, lo cerca que se pasaba a los animales; toreaba con el compás cerrado, como a mí me gusta. Lo clásico es lo que me gusta; al fin y al cabo, lo clásico es lo que no pasa de moda. Sí es verdad que hay aspectos en los que el toreo va evolucionando a la vez que lo hace el toro, que va pidiendo otra serie de cosas, pero es lo que voy buscando: clasicismo, pureza, verticalidad. A día de hoy he dado pequeñas pinceladas, pero aún no he podido expresar todo lo que llevo dentro. Que es algo muy difícil: hay toreros que se retiran sin haberlo conseguido, con la sensación de no haber tenido una tarde tras la que decir: hoy he toreado como he soñado siempre, como lo siento. Por eso entreno todos los días, para salir de una plaza de toros diciendo: he toreado como lo siento, me he roto toreando y la gente se ha emocionado con mi toreo».

Reflexiona Jarocho sobre cuanto lleva implícito consagrarse al sueño de ser torero: «La madurez, en el mundo del toro, llega a una edad más temprana. Es una profesión vocacional. Estoy viviendo un cúmulo de sensaciones, mucho sentimientos -bonitos, difíciles, duros-. Pero esa madurez también es un valor. Sé que la adolescencia es una etapa bonita en la vida de las personas. Yo la estoy viviendo de otra manera diferente, que me está llenando mucho, la verdad. Pienso que no todos los adolescentes de hoy serían capaces de renunciar a ciertas cosas. Pero estoy haciendo lo que me gusta. Estoy disfrutando. Para nada me está costando dejar al lado otras cosas», apostilla.

Con el miedo, algo tan natural como consustancial, dice Jarocho que hay que llevarse bien. «Convives a diario con el miedo. Pero hay varios tipos de miedo. Está el miedo al toro: al fin y al cabo se le tiene miedo, te coge y te quita la vida; pero está también el miedo al fracaso, a que no salgan las cosas, el miedo a defraudar a quienes confían en ti; y el miedo a no ser tú mismo. Creo que es importante que existan esos miedos para ser capaz de superarlos».

Un abuelo torero, un tío torero, un padre torero. Jarocho valora tenerlos cerca. «Es un privilegio. Las personas que conocen este mundo lo viven, y tengo la suerte de que en casa han vivido la profesión por dentro y la viven. Conocen su dureza, los ratos buenos y los amargos. Desde el primer día me dijeron las cosas como son, no como las quería escuchar: esta es una profesión de verdad y es un arte; pero a diferencia de otras artes, en esta está presente la muerte. Y que si se está en esta profesión, es para estar de verdad, para dedicarle las 24 horas al toro, para sacrificarse. Para darlo todo por el toro». Es valiente Jarocho: «La muerte no me da miedo. Los toreros estamos tan mentalizados con ella que pierde el sentido, es algo natural. Forma parte de este mundo: muere el toro, puede morir el torero. Hay que afrontarlo con naturalidad porque es a lo que nos exponemos. ¿Miedo? Miedo no me da la muerte; miedo me da la gente que me quiere si yo muriera, su sufrimiento. No tengo miedo a morirme. Para ser torero hay que asumir que la muerte está presente, y que hay que entregar la vida toreando», subraya.

Un camino difícil. Tiene Jarocho los pies en la tierra (en la arena). Y es humilde. «Posiblemente no llegue a nada, porque esto es muy difícil, pero voy a disfrutar el camino. Si no se llega donde uno quiere, que sea porque no ha tenido las suficientes condiciones, no porque no haya entrenado lo suficiente o se haya sacrificado lo suficiente». No será por esfuerzo: dedica muchas horas, cada día, a dibujar ensoñaciones con la muleta y el capote. Sueña Jarocho. Y sueña en grande, por derecho y por su sitio, con ambición y altura. Su próxima cita en una plaza será en mayo, en San Pedro Regalado. Sueña Jarocho con ser figura del toreo. «Sueño con ser el mejor. Con que los chavales que empiezan quieran ser como yo. Sueño con que la gente se emocione con mi toreo. Sueño con expresar todo lo que llevo dentro. Y que algún día me recuerden como un pedazo de torero. Un torero de toreros. Un figurón del toreo. Eso es lo máximo». 

No deja de fijar Jarocho la mirada; es una mirada intensa, expresiva, por momentos insondable, como si se estuviera perdiendo en algún lugar recóndito, que sólo está a la vista para él. Quizás se esté mirando hacia adentro, soñando despierto con la intimidad compartida con un toro, que también tiene la mirada imponente. Y con realizar con él una danza atávica, llena de belleza y de verdad, de peligro y emoción. Un baile único. Eterno.