Los ratones invaden la casa de la abuela

S.F.L.
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La familia de María Ángeles Peña posee una vivienda en Cantabrana invadida por el olor que desprenden los excrementos de roedores y el gallinero contiguo, que la hacen inhabitable

Una de las persianas de un dormitorio no puede ni subir ni bajar por la cantidad de excrementos que acumula. - Foto: S.F.L.

No es plato de buen gusto acostarse por las noches y, en medio del silencio, escuchar cómo varios pares de patas de roedores raspan por las paredes. Tampoco lo es el insufrible olor que desprenden el cúmulo de sus excrementos en distintas dependencias de la casa y  que incluso impiden subir y bajar una persiana de un dormitorio.

María Ángeles Peña está desesperada al ver que no puede hacer nada contra el problema que genera en la casa de su abuela un gallinero situado en la vivienda de al lado. En el inmueble familiar actualmente no reside nadie pero en el caso de que los ratones no camparan a sus anchas podría estar perfectamente habitado. Hasta hace unos años sus tíos vivían allí y eran ellos los que tenían que limpiar y desinfectar, porque «el aroma que entraba del corral junto con el de los ratones que se colaban era insufrible», manifiesta la vecina. Ahora lo hace ella pero ya se ha cansado. «No puede ser que tenga la casa llena de animales por culpa de un vecino que no mantiene limpio su gallinero desde que lo instaló, de manera ilegal, hace más de veinte años», declara.

En 2017 tomó cartas en el asunto y el Ayuntamiento de Cantabrana presentó un escrito a la Junta pero nunca fue contestado. El año pasado lo intentó de nuevo. En el documento, la mujer expresó su malestar debido a los fétidos olores procedentes de las dos viviendas lindantes -situadas en la calle Oña del municipio del Valle de Caderechas- y solicitó la realización de una inspección y una solución al problema ya que considera que «no es un lugar apropiado para tener un corral ya que la vivienda está rodeada de casas habitadas y es un foco de suciedad y posibles infecciones», manifiesta Peña.

La administración regional contactó con el Consistorio para comunicar que son ellos quienes tienen que gestionar el asunto. «Este municipio no dispone de un servicio de veterinario por lo que le remitimos esa información de nuevo a la Junta. Hace días nos han avisado de que el gallinero se ha legalizado por lo que nosotros no podemos hacer más», expone Consuelo García, la regidora del pueblo.

María Ángeles no comprende como es posible que en una calle donde hay casas habitadas esté permitido tener un criadero de animales. «Me han comentado que hace unos días vinieron dos veterinarios de Briviesca para comprobar el estado de la vivienda. Me he puesto en contacto con ellos y me han respondido que estaba todo en orden. Normal, al citarse con el propietario ha tenido tiempo suficiente de dejarlo todo bien limpio», aclara la vecina afectada.

Esta mujer de origen vasco solo quiere que se resuelva el contratiempo y ruega a los veterinarios que vean en qué condiciones se encuentra su propiedad. «Hasta ahora no había tenido ninguna discusión pero el otro día, a cuenta de dejar en mi puerta comida para los gatos, recibí por parte de este hombre un buen listado de insultos», apunta. La situación se complica para Peña y su familia.