El último fotoetnógrafo

R. PÉREZ BARREDO
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Pedro Antonio Díez lleva toda su vida recorriendo los pueblos y los campos de Burgos, retratando a sus gentes y sus tradiciones con una cámara. Su ingente archivo de imágenes constituye un patrimonio gráfico de primera magnitud

El fotógrafo, retratado en su estudio. - Foto: Alberto Rodrigo

No necesita definirse como un tipo inquieto: no para de moverse y cuando habla es como una metralleta. Es pura pasión Pedro Antonio Díez, fotógrafo de raza desde que a los doce años se colgó una cámara del cuello. Su estudio, ubicado en el número 43 de la calle Santa Clara (Studio 43, se llama), resume muy bien lo que es Pedro Antonio: además de los clásicos retratos que pueden verse en establecimientos como el suyo, está la esencia de lo que es: hay fotografías de paisajes y animales; hay collages artísticos ; y hay imágenes y evocaciones visuales que remiten a otro tiempo y a otro mundo: uno que ya se ha extinguido. El mundo de nuestros mayores. El Burgos rural que permanece en la memoria y en fotografías como las que él tomó hace cuarenta, treinta, veinte años. «Soy un fotoetnógrafo», dice con orgullo Pedro Antonio, que ilustra todo lo afirmado con imágenes: el último herrador, el último cestero, la última hilandera... Son sólo ejemplos. Porque hay más, mucho más relacionado con las tradiciones, con los ritos de sociedad del hombre y su entorno.

Dice que se siente una suerte de Eduardo de Ontañón. Y a fe que lo emula: el tomo con los ejemplares de la revista Estampa en la que el periodista burgalés recogió infinidad de artículos etnográficos está abierto de par en par, marcado por sus hojas, como una guía para este curioso fotógrafo. Tiene 58 años pero la energía intacta. Cada rato de que dispone (o que le deja su trabajo en la tienda) lo utiliza para escaparse al campo, para perderse detrás de unas tenadas, un encinar, de algún pueblo en el que muere la carretera por la que se accede a él. Ha tomado parte en la confección de libros sobre el Camino de Santiago o el Canal de Castilla, y participado en proyectos entográficos con la Universidad de Burgos. Desde hace tiempo, forma parte del colectivo de artistas Entredessiguales con obras que conjugan la fotografía, la pintura y elementos que toma de la naturaleza e incrusta en ellas. Su archivo fotográfico es una mina. Un fondo espectacular porque son décadas de trabajo de campo, de interés por la tierra, por una provincia que no tiene ningún secreto para él.

«Siempre me gustó la luz. Y ninguna herramienta la capta mejor que una cámara de fotos», confiesa. Empezó así: fotografiando el campo, la luz, los colores, ese aroma... Se imbricaba en el paisaje, en su silencio mineral. Recuerda con nostalgia aquellas festivas excursiones con amigos en el Santander-Mediterráneo rumbo a cualquier zona de la provincia por la que perderse. Él siempre con su cámara. Ora un paisaje, ora un águila real. Y ahí comenzó todo. Dice que su trabajo es 'socioagrario'; porque pronto pasó a visitar también los pueblos, la arquitectura popular, a charlar con sus gentes, que le fueron mostrando todos los secretos seculares de oficios y folclore, de su manera de estar en el mundo. «Llevo toda la vida acumulando toda esa información. Es un gran proyecto etnográfico. Mi gran pasión es retratar a la gente en su lugar, en el mundo que la rodea, en su cotidianidad. Quiero que todas las fotografías tengan mensaje», sentencia.

Afirma que las gentes de los pueblos «se dan» si te acercas a ellas con respeto e interés. «Yo siempre hablo con la gente, y he trabado amistad con muchísimas personas. He hecho durante años seguimientos de muchas zonas, de muchas gentes, de muchas tradiciones». Buena parte de la evolución del trabajo del último fotoetnógrafo se encuentra en un blog, que recibe cientos de visitas semanales. «Considero que es una labor de rescate, un desván de recuerdos. Un banco de datos muy útil. Estoy muy orgulloso de esta labor, que he podido dar a conocer en distintos proyectos, también con la UBU. Yo siempre he tratado de transmitir, de dar un mensaje, como los periodistas», señala. No en vano, entre finales de los 80 y principios de los 90, Pedro Antonio colaboró con este periódico, ofreciendo imágenes para reportajes que trataban de contar cuestiones de un mundo que agonizaba. En su ir y venir, en su deambular por los pueblos y paisajes de la provincia, fue econtrándose con temas y asuntos que no iba buscando, lo que enriqueció su fondo. Con todo, siempre se ha documentado mucho para sus trabajos.

«La sociedad debe ser consciente de que el fotógrafo desempeña un papel muy importante. Creo que, de alguna forma, necesitamos protección», proclama. Asegura Pedro Antonio Díez que el mundo rural ha cambiado mucho desde que él empezó a habitarlo. «No tiene nada que ver. Tengo fotografías del arado romano, y ahora las cosechadoras van con GPS y todo. La despoblación es terrible. Ya se estaban despoblando los pueblos cuando empecé. Ahora es... Yo creo que los ayuntamientos de los pueblos deberían dar más valor a los tesoros que tienen, visibilizarlos. Las administraciones, con Junta y Diputación, se tienen que implicar más en este sentido», concluye.