¿Se salvará el Cid de la ira iconoclasta?

R.P.B.
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La estatuafobia desatada en EEUU ha puesto en la diana a personajes como Cervantes o Colón, ilustres relacionados con el papel de España en la historia de América. Nueva York, San Francisco y San Diego cuentan con estatuas del Cid. ¿Se salvarán?

En EEUU hay tres esculturas como ésta, obra de Anna Hungtinton.

Las primeras víctimas de la ira iconoclasta, de la estatuafobia que se ha desatado en Estados Unidos, son de primer nivel: Colón, Fray Junípero y el mismísimo Cervantes han sido descabalgados de sus peanas, mutilados o mancillados. ¿Se salvará de esta ola revisionista el Cid Campeador? No en vano, el héroe castellano tiene tres estatuas en tierras yanquis: una en Nueva York, otra en San Francisco y una tercera en San Diego, obra de la escultora Anna Hyatt Huntington. De momento, parece a salvo. Pero hay quienes no se fían un pelo: el Cid batalló contra los moros y ya se sabe: bla, bla, bla, que lo mismo argumentan un caso claro de islamofobia para pedir su cabeza. Sí. Puede que él sea el siguiente. Hasta el momento, las estatuas ecuestres del que en buena hora nació no han sufrido ataque ninguno.

"Es difícil de averiguar si van a salvarse porque estamos hablando de acciones de una masa ignorante en lo que a historia respecta, como demuestran ya sus vandálicas acciones contra estatuas de Colón, fruto de una leyenda negra (sí, ‘negra’, irónicamente) que han creído a pies juntillas. Es lo que sucede con estas marabuntas manipulables y acríticas: que no puedes esperar acciones lógicas o con sentido común", reflexiona Alfonso Boix historiador cidiano. Para el historiador, la figura del Cid está muy lejos de ser reinterpretada en clave negativa: "El Cid, desde nuestros días, sólo puede considerarse como un símbolo de convivencia, de fusión de culturas, de esa España mestiza que tan bien (y también) representan Mudarra, la mora Zaida o el arte mudéjar. España es incomprensible sin esa mezcla maravillosa de sangre, cultura y sensibilidades que el Cid representa en su Camino, desde la Burgos cristiana de la meseta a la luminosa Valencia mediterránea y mora".

Para Boix, eso es el Cid: un hombre que representó al convulso siglo XI como nadie, "y cuya imagen refleja ante todo respeto hacia otras culturas y razas, pues sólo combatió con fiereza a quienes no mostraban tal respeto: los intolerantes almorávides, algo así como lo que hoy sería al Qaeda, y que atacaban tanto a los cristianos como a los reinos islámicos de taifas. El Cid es la encarnación de ese cruce de culturas, él en sí es un personaje histórico que jamás habría existido, que sería imposible sin entenderlo como resultado de ese crisol de culturas que fue nuestra España medieval en la que nadie sobrevivía si no aprendía a convivir y a respetar".

En este sentido, el historiador sostiene que el Cid no sólo sobrevivió, sino que triunfó "porque entendió su sociedad y su tiempo como nadie. Pero, claro, ahora vete tú a explicarle esto a una gente que cree que John Wayne descubrió América, y no es broma. La mejor lección que podemos sacar de esto es que la ignorancia crea monstruos manipulables y, si queremos tener criterio propio y comprender el verdadero respeto, debemos no sólo leer y documentarnos, sino tener la mente abierta y no dejar de aprender de las culturas maravillosas que conviven en nuestro país, como el Cid hizo y de lo que tanto se enriqueció".

La artista enamorada del cid. Anna Vaughn Hyatt ya era una prestigiosa escultora norteamericana cuando se casó con Archer Milton Huntington, un millonario y filántropo neoyorquino fascinado con la cultura española. Fue a través de él que Anna conoció y se prendó de la historia de Rodrigo Díaz, ese héroe medieval al que se dedicó uno de los poemas más hermosos de la historia de la literatura. Con la ambición de crear un día un gran museo, Archer Milton Huntington había pasado muchos años de su juventud estudiando en la vieja piel de toro, empapándose de sus costumbres y su idioma, llegando a financiar una hermosa edición del Cantar de Mio Cid.

Entre finales del siglo XIX y principios del XX se instaló en Sevilla, desde donde fue haciendo acopio de obras de arte y libros. Elementos con los que fundaría, en 1904, la Hispanic Society of America, institución con sede en el barrio de Broadway, en la ciudad de Nueva York, que hoy es museo y biblioteca para la investigación y el estudio de las artes y cultura de España, Latinoamérica y Portugal y que acoge más de 800 pinturas, 600 acuarelas, 1.000 esculturas, y 6.000 objetos decorativos así como 15.000 libros, entre los que hay más de 250 incunables y primeras ediciones de obras inmortales como La Celestina, impresa en Burgos en 1499.

En 1923 Huntington se casó con la escultora. El matrimonio norteamericano estrechó aún más sus lazos con España, pasado mucho tiempo de sus vidas en Sevilla. Así fue como la artista se empapó de la literatura española y especialmente la medieval hasta ser conquistada por el Cid. Convertidos en verdaderos benefactores, fueron declarados hijos adoptivos de la ciudad andaluza.

En esos años, la artista realizó varias esculturas ecuestres del Cid en mármol y bronce, todas idénticas. Anna regaló la primera a la ciudad de Sevilla en 1927, con motivo de la Exposición Iberoamericana, que hoy se encuentra en el Prado de San Sebastián, cerca de la fuente de las Cuatro Estaciones, y que se conoce como ‘El caballo’. Otra de ellas, como no podía ser de otra manera, ocupa un lugar privilegiado en la Hispanic Society of America de la capital neoyorkina. En este mismo país hay otras dos, ambas en California: una en el Museo de la Legión de Honor de la ciudad de San Francisco y otra en San Diego, en Balboa Park. También fueron donaciones. (En España existe una segunda, en la plaza de España de la ciudad de Valencia, también regalada por la escultora. Y, por último, hay una séptima obra ecuestre de Rodrigo Díaz firmada por Anna Huntington: está en Buenos Aires, la capital de Argentina, en el barrio de Caballito, precisamente como se conoce popularmente a la obra de Anna Hyatt Huntington, la escultora enamorada del Cid.