Remanso de paz en la cuna de Santo Domingo

J.Á.G.
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Caleruega lo tiene casi todo. Piedras y esculturas del monacato que rezuman espiritualidad y magnífcos paisajes, llenos de avifauna.

Remanso de paz en la cuna de Santo Domingo - Foto: Patricia

Estoy con el profesor José Antonio Casillas, doctor en humanidades y especialista en historia y arte dominicanos, en que Caleruega es un pueblo entrañable, que te gana el corazón y es cierto. La villa ribereña, cuna de Santo Domingo de Guzmán, impresiona nada más llegar y, cuando la conoces, cuesta irse. Por eso, lo mejor es hacer una escapada con tiempo y aprovecharlo porque hay mucho que admirar en su monumental casco urbano y más de lo que disfrutar en su privilegiado entorno natural. No en vano es uno de esos pueblos más bonitos de España y un auténtico remanso de paz. Calaroga, cuyo nombre de origen vasco hace honor a esa abundante caliza dispersa por su término, es desde luego una villa afortunada, bien lo dijo Dante Aligheri en La Divina Comedia y lo remarcó Gonzalo de Berceo, pero para mí que el más venturoso, sin duda, es el visitante que recorre sus calles y plazas con Leticia Marina, una guía que conoce al dedillo toda la historia y leyendas de este antiguo señorío monacal vinculado a los Guzmán, impulsado por un rey sabio, Alfonso X, emparentado con la linajuda y pía familia formada por Félix de Guzmán y Juana de Aza y sus tres hijos, aunque fue Domingo quien sobresalió como predicador global e influencer religioso medieval. Azote de herejes y fiel defensor de la Iglesia, este calerogano universal sigue siendo hoy referente espiritual, pero también potente activo turístico para Caleruega.

Bajo su manto protector ha continuado progresando esta hermosa y dinámica villa. El tiempo se ha encargado de fusionar en la trama urbana esa torre, el monasterio y convento, con la iglesia fortaleza de San Sebastián y ese caserío bien conservado y disciplinadamente rehabilitado, se alza a la sombra de la peña de San Jorge y su colorista cruz. A mil metros es te paraje es un estupendo mirador, donde se pueden además ver los cimientos de una primigenia ermita y necrópolis rupestre rodeada de vides.

Pero hay que poner pie en esa 'milla' turística y cultural dominicana, que es también centro de espiritualidad, para disfrutar en toda su extensión de la monumentalidad de la villa. Bien es cierto que la secularización está haciendo estragos en las órdenes religiosas, pero hoy diez monjas y algo más de media docena de frailes dominicos cuidan por separado de estos santos lugares, y, sobre todo, mantienen vivo el mensaje del fundador de la Orden de Predicadores y, a la sazón, patrono de la provincia. Aunque sus restos descansan en Bolonia, Caleruega es lugar principal de esa peregrinación dominicana. No es Lourdes o Fátima, pero no son pocos los visitantes que llegan también movidos por ese cada vez más potente turismo religioso.

De ese señorío político y eclesiástico hoy se conserva un real y bello monasterio, de obligada visita, empezando por su majestuosa iglesia, que exhibe unos magníficos lienzos en el altar mayor en los que Blas de Cervera relata la vida del santo, rematado por ello por un calvario. Desde la sacristía se accede a una cripta. Impresiona el monumento funerario de granito y alabastro de Lapayese y en el que se guardan los restos del padre Manuel Suárez, entre otros.

El pocito, sin duda, es un atractivo singular. Situado donde nació el santo, los visitantes se apiñan alrededor de su brocal para pedir un deseo y beber un vasito de agua o llenar la cantimplora. Dicen, es milagrera para preñeces y además curativa. Otro de los hitos de la visita es sin duda el sepulcro de la infanta Leonor, una de las hijas del monarca sabio. En la misma sala se exhibe la camisa, el sayal y el tocado del ajuar funerario de la infortunada infanta.

En las galerías del claustro de disponen distintas salas en las que se muestran algunos de los tesoros artísticos, entre las que figuran dos soberbias esculturas de la Virgen embarazada y con cinturón de castidad, nada habituales en las representaciones marianas. Arriba, un museo, instalado en una bonita sala gótica, que está siendo objeto de reforma, muestra numerosas esculturas, tallas, pinturas, muebles, orfebrería así como facsímiles, aunque es el archivo monacal donde se conservan bulas papales, cartas, privilegios de reyes, documentos rodados, cartas de San Raimundo de Peñafort... El claustro es impresionante por arquitectura, pero también por su luz, su amplitud y lo bien cuidado que está.

Da la impresión que todo el conjunto dominicano es una especie de tottus revolutus, pero no se preocupen que hay orden y concierto en las visitas. Todo está perfectamente hilado en un discurso museístico, que también pasa por la torre de los Guzmán, vestigio de esa Caleruega medieval y fortificada para defender la línea del Duero de la razzias musulmanas. A su singularidad arquitectónica, en las tres plantas se articula, a través de textos, documentos, fotografías, facsímiles, vídeos… el relato de la vida y obra del santo y de como Caleruega ha llegado a ser ese centro de peregrinación dominicana mundial. En la última planta, un patio almenado y protegido, se abre un mirador con unas estupendas vistas panorámicas de las peñas de Cervera y de la comarca ribereña.

Junto a la torre y en lo que fue la casa solariega y palacio de los Guzmán, el convento de Santo Domingo, construido en 1952 como centro de espiritualidad para los frailes dominicos, es respetuoso con la traza arquitectónica del conjunto monacal. Centro de pensamiento y reflexión, es también una auténtica pinacoteca y centro artístico dominicano con varias áreas museísticas en las que se pone de manifiesto la desbordante creatividad de frailes de esta orden, entre ellos el padre Salas, dominico que suma más de 70 exposiciones y cuyas esculturas son para ver y, sobre todo, tocar.

Otro de los referentes en la visita es, sin duda, el subterráneo oratorio de la beata Juana de Aza está empotrado en la antigua bodega de la casa solariega. Según la tradición, aquí tuvo lugar el milagro de la multiplicación del vino que la madre de Domingo distribuía entre los pobres. Un relieve de alabastro del escultor Andrés M. Abelenda recuerda esta leyenda. En la capilla conventual llama la atención su graderío y un artístico crucifijo gótico, cuya cruz y travesaños son románicos. El techo está decorado con vidrieras que representan los nueve modos de orar de Santo Domingo, realizados por el padre Iturgaiz.

Una pila 'viajera'. Sin ir muy lejos, presidiendo la Plaza Mayor, sobre la llamativa fuente, en un alto se erige la iglesia de San Sebastián, románica, aunque de su estructura primitiva solo queda la torre -que formaba línea defensiva con el torreón de los Guzmán- y alguna arquería en la puerta de entrada. En el pequeño baptisterio fue bautizado el santo. La pila bautismal ha 'viajado' mucho. Fue trasladada en primera instancia al monasterio calerogano, pero ahora se encuentra en el madrileño de Santo Domingo el Real y en ella se siguen bautizando a los miembros de la familia real española

La sombra de los Guzmán y del santo es muy alargada en el casco urbano, pero en Caleruega hay una villa 'laica' en la que se rinde culto a esas gentes que también hicieron grande la tradición agrícola y vitivinícola. Un sencillo monumento, un carro y un bajorrelieve, homenajea en un espacio ajardinado a los labradores que fueron y serán. La cultura de la viña ha estado también muy vinculada a Caleruega, no es vano está dentro de la Ruta del Vino Ribera del Duero. Para preservar esos oficios, se abrió el museo-lagar de Valdepinos. Este espacio comunitario es pura y atractiva etnografía. Claro que si se quieren ver esas bodegas tradicionales hay que acercarse a las laderas del monte de San Pedro, a la peña de San Jorge, al pico de la Horca o al Tallar, donde horadadas en la montaña hay varias bodegas particulares. Las viñas más altas, por encima de los 1.000 metros, de la Ribera del Duero se cultivan en este municipio.

De bien nacidos es ser agradecidos, y los caleroganos lo son. El Museo de Ricardo Santamaría es el homenaje a un escultor. Tallas costumbristas, una veintena de piezas y una colección de 40 bastones, figuras de animales y recreaciones en madera de canecillos románicos se muestran en la colección donada por la familia a Caleruega.

Por cierto, en la Cava Abajo destaca la escultura ecuestre de el Cid, obra del escultor Ángel Gil y que remarca que la villa está inserta en la ruta cidiana. Históricamente no está acreditado, pero la leyenda dice que el de Vivar salvó a los caleroganos de perecer en una incursión árabe. Además está el monolito donde se posa la corneja, símbolo de buena suerte en la ruta cidiana si se pone la mano diestra sobre el azulejo.

Son algunas pinceladas, se queda mucho en el tintero, por eso lo mejor es que visiten Caleruega. No quedarán defraudados porque además la hospitalidad y la campechanía de los caleroganos es de ley, como la de todos ribereños.

 

*Este reportaje se publicó en el suplemento Maneras de Vivir el día 27 de junio de 2020.