Flores al abuelo recobrado

I.P.
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La familia de Francisco Báscones recupera sus restos, que desde 2007 reposaban en el cementerio de Villadiego tras exhumarse de la fosa común de Fuentarrero, donde le arrojaron junto a otros siete vecinos de la comarca

Francisco Javier, con los restos de su abuelo en el regazo, escucha el poema con el que se cerró el acto. Junto a él, su hija Irati y su mujer, y Soledad Benito, presidenta de la Coordinadora. - Foto: Alberto Rodrigo

Los versos del poeta jerezano Carlos Álvarez ponían el punto y final ayer a la entrega de los restos de Francisco Báscones, asesinado en septiembre de 1936 y arrojado a la fosa común de Fuentarrero, en Villanueva de Odra, junto a otros 7 vecinos de la comarca, de donde fueron exhumados en 2007. 

Desde entonces permanecían en un nicho en el cementerio de Villadiego. La caja número 6 era la que correspondía a Báscones y casi temploroso la recogía su nieto, Francisco Javier, de manos de Soledad Benito, presidenta de la Coordinadora por la Recuperación de la Memoria Histórica. Durante unos instantes la apretó contra sí en un gesto, quizás inconsciente, de posesión. No era para menos, la familia recuperaba al abuelo, ese hombre sencillo, que se dedicaba a cultivar la tierra para sacar a sus 5 vástagos adelante -cuatro hijas y un varón, Longinos, el padre de Francisco Javier- y que acabó fusilado sin saber por qué, como en tantos otros casos. Junto a los restos, se entregó a la familia el dossier y un album de fotografías de los trabajos de exhumación. 

Con la entrega de los restos se cumple el objetivo final de la Coordinadora, aseguraba satisfecha Soledad Benito. Para la familia, ese reencuentro es un comienzo «que nos da tranquilidad, respiro y paz», afirmaban. Apenas unas horas después, esos restos fueron incinerados en Burgos y hoy la urna con las cenizas está ya en Bilbao, donde reside el nieto y parte de la familia Báscones. Su destino final será Orduña, donde hace años se esparcieron las cenizas de su hijo Longinos y su nuera. «Es el homenaje que hago a mi padre porque Orduña era un lugar que le gustaba mucho», asegura Francisco Javier, ante la mirada de orgullo de su hija Irati. Esta no ha permanecido ajena a los deseos de su progenitor y en casa, dice, el tema de los fusilamientos y la memoria histórica ha estado siempre presente. No fue así en casa de Longinos, reconoce Francisco Javier. Su padre nunca quiso hablar del fusilamiento; pero quizás ese silencio sirvió para alimentar la curiosidad de éste, que supo del destino de su abuelo por un buen amigo de Álava, sacerdote natural de Villanueva de Odra. «Fue un sin sentido, yo creo que mi abuelo no tenía ideas políticas, parece ser que votó a un amigo que se presentó por el Partido Republicano», asegura, recordando que a su abuela le quitaron todo y quedó en la indigencia, y que no fue hasta muchos años después cuando le reconocieron una pensión como viuda de un fusilado del franquismo. 

Por su parte, ha sido hace unos mes, tras jubilarse, cuando ha comenzado a investigar lo que le pasó a su abuelo, tanto en Villanueva como en Villadiego desde donde le remitieron a la Coordinadora. Después, todo ha sido fácil hasta llegar al emotivo día de ayer. Francisco Javier y su familia no tienen más que palabras de agradecimiento para Soledad Benito y el resto de miembros de la entidad, de los que alaba la seriedad del trabajo que llevan a cabo.

En el nicho del cementerio de Villadiego aún quedan los restos de otros 4 asesinados y arrojados a la fosa de Fuentarrero. A todos ellos iban dirigidos los versos de Carlos Álvarez: Mejor se entierra el plomo tras el pecho de un árbol que entre las jóvenes ramas del hombre, y mejor todavía en la corteza muda de la tierra, en las minas...».