Conrado no tiene quien siga sus pasos en el campo

LETICIA NÚÑEZ
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Tras 22 años como pastor -antes fue carnicero-, el arandino lamenta que nadie quiere desempeñar este oficio. Ni siquiera le recogen la lana de sus ovejas. Y eso que la regala. No hay relevo en la tierra del lechazo

Conrado Romaniega posa con un lechazo recién nacido en una parcela junto a su finca, La Enebrada, en Aranda. - Foto: Jesús J. Matías

Paradojas de la vida, en la tierra donde el lechazo asado 'ejerce' como rey de la gastronomía, cada vez quedan menos ovejas. No hay relevo a la vista. Conrado Romaniega es uno de los cuatro pastores que resisten en Aranda de Duero. Cuenta que entre todos no llegan ni a 2.000 animales, «como mucho». Lejos quedan unos tiempos en los que había 30 rebaños, de los cuales cuatro se ubicaban en la misma zona donde él tiene su nave, cerca de la Colonia de la Enebrada, al sur del monte de La Calabaza, junto al río Duero. 

Suma 22 años como pastor. Antes trabajó como carnicero. A raíz de una dolencia cardiaca le recomendaron llevar una vida más tranquila... pero él mismo admite que no lo ha logrado del todo. Mientras observa de cerca el parto de una de sus ovejas ojaladas, confiesa que ahora tiene «más complicaciones». A escasos metros, Ani, quien labora mano a mano con Conrado desde hace 15 años, se prepara para llevarse a los otros 650 animales al campo. Lo hace acompañado por dos 'escoltas' de lujo, los perros Armando y Ucera.

Ani se ocupa del rebaño por las mañanas, hasta las cuatro de la tarde, y después Conrado le toma el testigo, hasta las ocho. Se pasan prácticamente todo el día en el monte. La suya es una fórmula que el pastor arandino, con raíces en Quemada, define como «campo, campo y más campo, igual que hace 100 años». La tierra ofrece a sus ovejas la comida que necesitan. En invierno, pastan en La Calabaza. Y, en verano, por las rastrojeras. Mientras, el Arandilla las surte de agua. Cuando llega la hora de volver a la nave,  descansan sin luz, «en plan natural». Así día tras día. A su juicio, «es la única forma de aguantar» económicamente y más en una época en la que el sector no atraviesa por su mejor momento.   

«Si tuviera que comprar forraje, no sacaría para ello», explica Conrado, mientras insiste en su método a base de campo:«Cuando todo son problemas y gastos, sólo así se puede salir adelante». Al menos, continúa, hasta que le llegue la jubilación. Apenas le quedan tres años. Poco y mucho al mismo tiempo. Casi una inmensidad si se tiene en cuenta que obtiene una escasa rentabilidad. Basta un dato que él mismo se encarga de aportar:«Cuando empezamos con el euro, me pagaban los lechazos a 72 euros. Ahora rondan los 50». Con excepciones, claro. En octubre y noviembre, como apenas había, su precio subió hasta los 80 euros. En cualquier caso, el pastor detalla que cuando nace un cordero a él ya le cuesta unos 40 euros. 

Se los vende vivos a un carnicero de Aranda cuando tienen entre tres y cuatro semanas. Un tiempo en el que se alimentan de lo que maman. Como sus primeros días de vida «son delicados», los pasan en la nave «para que beban el calostro y cojan fuerza». Luego ya salen al campo. Al finalizar la paridera de febrero, Romaniega se juntó con cerca de 130 lechazos, una buena cifra gracias a que muchas ovejas paren mellizos. Eso en parte le salva. Pero tampoco le libra de «vender perdiendo dinero». Porque este año ni siquiera le han recogido la lana. «Y eso que se la daba gratis», lamenta, tras recordar que suele pagar 1,5 euros por esquilar a cada una de sus ovejas. 

Aparte de los lechazos, suele vender las ojaladas viejas, de entre ocho y diez años, que le pagan a mejor precio, unos 70 euros. 

«Esto desaparece». En estas circunstancias, no le augura un buen futuro a su sector. Romaniega es consciente de que el suyo es un «oficio duro» que conlleva «una vida sacrificada». Ya lo había advertido al principio con aquello de las «complicaciones». Por eso tampoco le extraña demasiado que «nadie lo quiera desempeñar». Él mismo lo ha sufrido en sus propias carnes con trabajadores que apenas duraban unos meses hasta que encontraban «algo mejor». 

En lo inmediato, tendrá que afrontar la jubilación de Ani en verano. Para aguantar hasta que él también pueda retirarse, reducirá a la mitad el rebaño y se quedará con 300 ovejas. «En seis años, esto desaparece, aquí no va a quedar nadie», concluye resignado.