Ignacio Camarero

Dibujos de Ciudad

Ignacio Camarero


Io sono...

14/06/2021

El rey está desnudo. Salvatore Garau vende en Milán una escultura invisible por quince mil euros. El señor Suárez, don Borja, inicia la renovación de los populares de Burgos sin cambiar a los bueyes viejos de su partido; tampoco a las hembras bovinas. Tejedores de un cuento de Andersen. Escultores contemporáneos nativos de Cerdeña. Delfines del señor Rico, don César. Pobrecitos. Cada vez cuesta más. Me refiero a ganarse la vida como decía Jaimito. Ya saben. Me voy a ayudar a Pepito que dice que está haciendo nada. Los sastres del emperador nunca fabricaron ninguna tela. Cierto. Pero en ningún momento dejaron de tejer. Minuciosamente. Quizá. Pero sobre todo de forma ostensible. Cada vez que el rey o algún miembro de su séquito se acercaban al telar vacío, comentaban las excelencias del color y del dibujo inexistente del falso paño. Demasiado trabajo. Puede. O demasiado poco para conseguir que se cobre y pague la pura nada a precio de hilo de oro. El artista plástico Salvatore Garau tampoco lo ha tenido fácil. Es cierto que ha logrado elevar la carencia absoluta de materia a la categoría de escultura. También de morro. Pero todo lo demás lo ha hecho. Y muy bien. La obra la ha titulado Io sono. Yo soy. Ha firmado y sellado un certificado que da fe de su existencia. Ha conseguido incluir dicho documento en el catálogo impreso de la casa de subastas de arte moderno Art-Rite de Milán. Y ha multiplicado casi por tres a los seis mil euros con los que inicialmente salió a la puja. Pero el primer doble salto mortal con triple giro de estos profesionales del parecer lo ha protagonizado en Burgos el señor Suárez, don Borja, la semana pasada. La criatura se ha presentado como candidato a la nómina vitalicia popular. Y ha prometido hacer vino nuevo con odres viejos. La misma ilusión y la misma materia prima que la de la de la tela de los sastres de Andersen y la de la escultura Io sono. Supongo que por eso no ha dudado en posar con ellos. Personajes rancios. Jóvenes personas. La señora Moneo, doña Sandra. El señor Lacalle, don Javier. El señor Mateu, don Jaime. Podría decirse que entre los cuatro suman más de dos siglos de experiencia. Lástima que solo sea la misma repetida doscientas veces. Mucha suerte don Borja...

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