La iglesia de Hierro, la última víctima de la despoblación

A.C. / Hierro
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El último vecino, Miguel López, se fue en 2016. Nadie oyó cómo cedía la nave central de la iglesia, pero su párroco, Lorenzo Carrillo, y Pedro Carlos López, natural de Hierro, la quieren levantar de nuevo

El párroco Lorenzo Carrillo, asomado en la espadaña, observa el estado en que ha quedado la iglesia tras hundirse el tejado de la nave central. - Foto: Patricia

Una pequeña arboleda salvaje y desordenada apenas deja un sendero para pasar hacia el pórtico de la iglesia de Hierro. La escalera al campanario está partida y hace falta ser muy ágil para subir a la espadaña. Las campanas las robaron igual que las imágenes del retablo nadie sabe cuándo. El expolio del templo fue la primera consecuencia de la soledad en la que se sume esta aldea de la Merindad de Cuesta Urria desde hace casi tres décadas. En 2016 se fue de ella su último poblador, Miguel López López, ya fallecido, pero ya llevaba muchos años siendo el único habitante que permanecía en Hierro. Este invierno, el olvido y la despoblación han terminado por convertir su iglesia en un montón de escombros, al ceder la viga principal y hundirse toda la techumbre.

Cuando avisaron a Lorenzo Carrillo, el responsable de las parroquias de Trespaderne y Cuesta Urria agrupadas, confiesa que pensó que se habría visto afectado el pórtico, la parte del coro o algún anexo. No imaginaba encontrarse todo el tejado de la nave central en el suelo. Por fortuna se mantiene en pie la cabecera y la bóveda románica, que da fe de la antigüedad de Hierro, cuyo nombre ya apareció escrito en 1068 en el Cartulario del monasterio de San Millán de la Cogolla.

«Se cae parte de la historia. Se cae algo por dentro cuando lo ves», relata Carrillo. «Estaba muy mal, pero no pensaba que se fuera a caer», admite el sacerdote, quien al mismo tiempo no se resigna y tratará por todos los medios de resucitar este templo con la ayuda de Pedro Carlos López y de todos los voluntarios que quieran echar una mano. Hace pocos días incluso llevó hasta allí al delegado de Patrimonio del Arzobispado, Juan Álvarez de Quevedo.

La vegetación conquista los alrededores de la iglesia sin remedio, pero la idea es adecentar todo su entorno.La vegetación conquista los alrededores de la iglesia sin remedio, pero la idea es adecentar todo su entorno. - Foto: Patricia

Se hace difícil imaginar que en 2008 se ofició el último entierro y con él la última ceremonia religiosa en el pequeño templo. La finada era Isidora López López, tía de Pedro Carlos, quien se crió hasta los 6 años en esta población  deshabitada y de la que tiene mil y una aventuras por contar a su hijo, que con 24 años le sigue pidiendo rememorar aquellas increíbles historias de un pasado reciente, pero a la vez inimaginable hoy. Pedro Carlos, de 60 años, iba andando a la antigua escuela de Lechedo, a unos dos kilómetros y medio, y el miedo le acompañaba muchos días, tantos que prefería dejar de comer el bocadillo y guardarlo para engañar a algún perro con sus pedazos para que le acompañara hasta Hierro. Pero no llegaba para todo el camino y cuando el pan se acababa, el animal retrocedía  sobre sus pasos y él se quedaba solo entre los tupidos bosques que flanquean la carretera de subida a Hierro. Solo acompañado del miedo.

Entorno espectacular. Cuando se asciende al pueblo, el paisaje es espectacular, pero no ha sido suficiente virtud para que la localidad alejara a la enfermedad del abandono. José Carlos vivió una infancia muy feliz en el pueblo con su hermana, sus abuelos Macario López Relloso y Casilda López Pereda (natural de Hierro)y sus padres, Pedro y Pilar, que eran ganaderos. Entonces había otras dos casas más habitadas. 

José Carlos sigue muy apegado al pueblo, es titular de su coto de caza con su cuadrilla y sigue yendo de forma regular a Hierro. Asegura haber metido muchas horas para tratar de mantener en jaque a la naturaleza que todo lo devora, pero lamenta no tener dinero para hacer todo lo que necesitaría esta localidad, donde los únicos servicios públicos son la carretera de acceso asfaltada, el abastecimiento de agua y las tres farolas del alumbrado público. También llega la señal de teléfono fijo.

Cuando José Carlos era pequeño se celebraba misa la mayoría de los fines de semana. Por la iglesia de Hierro pasaron Don Lucinio, Don Porfirio, Don Antonio y Don Ramiro antes de Lorenzo. El sacerdote lo tiene claro: «Hay que arreglar la iglesia como sea». A su lado, Pedro Carlos asiente: «A mi me gustaría». Ya tienen previsto en marzo o abril cuando el tiempo mejore y alarguen los días reunir a voluntarios para retirar todas las tejas y las vigas de madera que han sepultado la iglesia y casi su pila bautismal, una de las joyas que le quedan. Según los libros parroquiales, la última vez se utilizó en 1943 para bautizar a Eusebio Benito Antuñano López, primo de José Carlos.

Lorenzo Carrillo no quiere que el próximo invierno sorprenda a la iglesia de Hierro en su estado actual. «Si no actuamos terminará hundiéndose al completo y la devorará la vegetación», lamenta. El párroco mantiene que «con muy poco dinero se puede conseguir rehacer el tejado con apoyo de voluntarios». José Carlos, albañil de oficio, puede ser uno de ellos. El pueblo da un rendimiento anual al Ayuntamiento de la Merindad de Cuesta Urria por el coto de caza y se le pedirá colaboración. «No podemos esperar dos años al siguiente convenio de las goteras», señala Lorenzo, quien cree que en este proyecto «la ilusión es fundamental» y él desde luego la transmite.

Apenas cinco casas se mantienen en pie la que dejó Miguel López cerrada en 2016, otra a su lado, la de la familia de José Carlos y dos más, que hacen las veces de segunda residencia y tienen el tejado nuevo, un signo claro de que se conservarán. Las calles son de tierra. Lo que falta en Hierro es vida y lo que sobra es silencio.