Un pulmón verde en tierras de frontera

J.Á.G.
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HEMEROTECA| Desde los miradores y en los claros se puede observar el vuelo de águilas reales, milanos ratoneros o cernícalos junto con rapaces nocturnas con el ululante cárabo, lechuzas, mochuelos o búhos.

Un pulmón verde en tierras de frontera - Foto: Á. A.

El Alfoz de Santa Gadea, una lengua de terreno en el noroeste de la provincia que se incrusta en Cantabria, es tierra de frontera, de transición entre la paramera y la montaña cántabra y es ahí, a caballo del real valle de Valderredible y de la comarca de Merindades, a un tiro de piedra del embalse del Ebro, donde se alza una extensa mancha que tiñe de verde bosque el mapa. Se trata del monte Hijedo, el robledal más extenso de Castilla y León y uno de los tres más grandes de España, solo detrás del de Garralda (Navarra), y el de Muniellos (Asturias). Pero sería injusto sí en este viaje no apreciamos otros atractivos de este municipio, que integran Santa Gadea de Alfoz, donde se sitúa la sede del concejo, junto con Quintanilla de Santa Gadea e Higón. Aguanta con un censo de cien habitantes y varios matrimonios jóvenes los embates de la despoblación del medio rural. La ganadería de vacuno extensiva y la caballar, que suman 1.200 cabezas, es hoy su principal riqueza. El alcalde, Ricardo Martín Rayón, como el resto de los vecinos, confían en el que turismo de interior, natural como la vida misma, sea también plataforma sobre la que pivote en parte ese desarrollo socioeconómico que necesita el municipio.

Santa Gadea de Alfoz, así, nada más llegar da la impresión de pisar territorio cántabro, no solo por el gran número de vacas y caballos que pastan en los prados, sino por ese disperso y pétreo caserío, bien conservado y blasonado, que conforman el trazado urbano de los dos barrios -el de arriba y el de abajo- que integran la localidad. La arquitectura popular, es claramente montañesa. Pasear por sus calles permite admirar esas casas solariegas de gruesos muros y balconadas corridas, algunas de madera y miradores orientados a la solana. Una de las más singulares es la de los Lucio de Villegas. Entre la iglesia de San Andrés, que resalta por su empaque, y la casa consistorial, es perfectamente visible una estela medieval es, por lo que cuentan, hito jurisdiccional entre dominio civil y el eclesiástico.

El templo, renacentista y con trabajada pila bautismal románica, no es la única evidencia de que en esta tierra -en la que hay vestigios de ocupaciones humana anteriores a los cántabros y romanos- habitaron cristianos viejos, porque además de un antiguo monasterio -que luce ventana de sillar- en la parte baja, en las proximidades del pueblo se levantan las ermitas de San Roque y Santa Águeda. También por doble, como sus barrios, exhibe sus humilladeros.

Pero de lo que presume el alfoz de Santa Gadea y, con razón, es de su tesoro verde, del monte Hijedo, un extenso y singular bosque en el que reina el roble albar junto a los quejigos y rebollos. En sus más de 3.000 hectáreas, algo más de más de la mitad pertenecientes a Burgos, hay también notables hayedos, que se enseñorean de las zonas más umbrías del bosque. Junto a los coloristas acebales que motean esta 'selva interior' se levantan, como colosos, centenarios tejos -algunos superar los quinientos años-, cuyas raíces reptan por las gigantescas rocas para hundirse en la tierra. Del clareo autorizado de su ramaje salían, por la dureza de su madera, las estacas con las que los ganaderos tradicionalmente utilizaban en los cerramientos de los prados.

La tala de robles y hayas para el carbón vegetal que consumían las ferrerías castellanas y cántabras o los tablones que necesitaban las Reales Fábricas de Artillería de La Cavada y Liérganes o los astilleros de Guarnizo -de estos montes salió una ingente cantidad de madera para construir barcos de la Armada Invencible-, esquilmaron esta masa forestal. También se utilizó mucha madera para traviesas -entre ellas las de malogrado ferrocarril Santander-Mediterráneo- y vigas para entibar minas. Esa sobreexplotación acabó y hoy, no es reserva de la biosfera, pero sí está integrado con Lugar de Interés Comunitario (LIC) en la red Natura 2000 de la UE.

En la parte burgalesa cuenta desde 2004 con un plan de ordenación de aprovechamientos y usos sostenibles para mantener la biodiversidad y también en su valor ecológico. En sus bellos rincones las luces, sombras y brillos se entremezclan con los sonidos y los ecos en un bosque de ensueño. Es, sin duda, experiencia singular que, sin duda, cada año atrae a más andarines, deseosos de desconectar un fin de semana y disfrutar del aire puro y de otros muchos tesoros de esta 'selva' interior, llena de color. Primavera es la estación más propicia, pero también el verano o el otoño, en el que los tornasoles de las hojas y los arboles desnudos dan un toque singular. La nieve invernal puede ser un impedimento para caminar, pero su manto también aporta un bello cromatismo.

Es fácil perderse en la inmensidad y profundidad de este extenso bosque y a fe que, en algunas ocasiones, es casi recomendable. Cada paso, senda o vericueto permite al visitante descubrir esa enorme biodiversidad de la variada floresta, a la que se añaden alisos, abedules, cornejos, avellanos… y un rico sotobosque, compuesto por tojos, piornos, narcisos, biércol, botones de oro… Su riqueza micológica, acotada como la cinegética, es también proverbial. Las abejas han hecho también de estos bosques autóctonos su reino.

Fue territorio del oso, pero hoy el lobo es, junto al raposo y el gato montés, los depredadores. Corzos y jabalíes y jabalíes a veces comparte pastos con el ganado doméstico, vacas, caballos, ovejas o cabras. En sus arroyos y claros no es difícil divisar martas, garduñas, comadrejas, armiños, tejones e incluso algún exótico desmán de los Pirineos. Los amantes de las aves tienen no pocos alicientes para avistar arrendajos, sonoros pájaros carpinteros en plena labor o salatarines herrerillos, neverillos o carboneros, currucas, tarabillas… La sorda, una de las aves más buscada por los cazadores en temporada, tiene en estas umbrías boscosas uno de sus santuarios en el norte burgalés.

Desde los miradores y en los claros se puede observar el vuelo de águilas reales, milanos ratoneros o cernícalos junto con rapaces nocturnas con el ululante cárabo, lechuzas, mochuelos o búhos. Esos sonidos del bosque más profundo y salvaje ponen banda sonora a unas bellas vistas y panorámicas.

Visitar el monte Hijedo en sus vertientes cántabra y burgalesa, apunta el regidor, no es labor de un día porque hay mucho que ver y de lo que disfrutar en este alfoz que se suman al del Valle de Valderrible. El centro de interpretación del espacio natural, es cierto, se encuentra en una antigua torre defensiva en la localidad santanderina de Ríopanero y de ahí parten distintas rutas, pero es el sendero PR-BU-30 el que guía a los andarines y también cicloturistas por territorio burgalés. Es circular, ronda los 12 kilómetros y en su recorrido se vienen a emplear tres horas y media, aunque bien se puede echar toda la mañana -el día o un fin de semana- porque en el entorno del bosque hay otros muchos atractivos, en especial para los amantes de la geología e incluso del deporte de aventura en 'rocódromos' naturales.

En el corazón verde. Desde Sata Gadea de Alfoz, a un kilómetro por la carretera que va a Higón -un pueblo que también merece una visita- arranca una pista asfaltada que conduce a Los Riconchos, que es ya valle de Valderredible. Antes de llegar al dosel boscoso, se abren despejadas praderas de verdes pastos y un par de pasos canadienses, pontones que impiden el acceso paso del ganado. Llaman la atención las caprichosas formaciones rocosas, modeladas por la erosión y que hoy conforman abrigos, ojos, gráciles setas o simplemente bloques dispersos. Un aparcamiento, con señalización y cartelería y donde es obligado dejar los coches, marca el kilómetro cero del sendero. Dejando atrás la choza de Rumaldo, por Campo Cervero y el pinar de Pedromocho se llega al prado de la Capellanía, donde se levanta la almenada Cabaña de Hijedo, que en realidad es un conjunto palaciego montañés levantado en el siglo XIX por un acaudalado hijo de esta villa y mecenas, Manuel Fernández Fernández Navamuel, que fue teniente de alcalde de Madrid. El complejo, propiedad ahora de Javier Fernández, ganadero y exregidor del alfoz, suma al caserón una singular ermita adosada, dedicada a la Sagrada Familia, en la que hay una singular talla de la Virgen de la Esperanza, que, según se cuenta, fue robada y su ladrón, arrepentido de su robo sacrílego, la devolvió. Además de sus curiosas torres defensivas y solariega vivienda, de sus corrales emerge un centenario tejo. Varios mastines, por cierto, guardan la ganadería de los lobos que siguen andando por estas tierras.

Paralelo a la valla de piedra discurre el camino que se adentra ya en la espesura boscosa. Un poste con triple señalización marca la ruta y las opciones posibles para disfrutar de este majestuoso y umbrío robledal, que presenta además manchas de hayas y acebos así como imponentes tejos centenarios. Por la senda de la derecha se desciende para cruzar por un paso el arroyo de Hijedo, en el que confluyen las aguas rumorosas -si no hay sequía- de los arroyos de la Teja, la Corteza y La Varga. Hay que seguir por la margen izquierda hasta desembocar en una pista forestal, que se toma a la izquierda. Entre turberas y pastizales, con pilón añadido, la ruta acaba en sendero que penetra nuevamente en el bosque. Ganando altura se puede admirar más tejos y llegar a un mirador natural en el alto de Los Covachos desde el que se abren unas magníficas vistas. Cerca está ya el cruce de los tres indicadores, desde donde se accede de nuevo a la Cabaña de Hijedo.

De ruta por el alfoz. De Santa Gadea, a no más de diez minutos en coche por la carretera provincial BU-V-6423, se encuentra Quintanilla de Santa Gadea, otra de las localidades que conforma este norteño alfoz. Sobre su caserío, de corte montés y con la piedra y madera, como principales elementos constructivos, despunta la casa de los Arenas y Vallejo así como la iglesia renacentista de Nuestra Señora de la Purísima Concepción, con pórtico abierto y rejería. Junto a la carretera tampoco falta de sempiterno humilladero de ánimas. Un lugar de interés es sin duda la necrópolis altomedieval de San Pedro, en la que se pueden admirar unas tumbas antropomorfas talladas en blanda arenisca. Por cierto, para los amantes de la arqueología, señalar que en el alfoz también está Peña Castillo o Castigo, donde se ubica un yacimiento altomedieval cristiano.

Para contemplar el periplo nada mejor que cerrarlo, con una visita a Higón, la tercera población que conforma el municipio. Por la misma carretera que vertebra este alfoz, la BU-V-6423, hay que regresar a Santa Gadea y seguir unos minutos hasta divisar el indicador. El pueblo, situado a orillas del río Nava, tiene también su atractivo, una iglesia de San Julián y Santa Basilisa. A las afueras del pueblo existe una curiosa fuente lavadero.

El municipio logró en 2014 el premio provincial de Gestión Sostenible de Recursos Naturales, y una de sus pedanías y capital del alfoz, Santa Gadea de Alfoz, el de Conservación del Patrimonio Urbano Rural y es que autoridades municipales y los vecinos están convencidos de que además de recuperar el pasado hay que cuidar el futuro y en eso están, contribuyendo y mucho además a luchar contra el cambio climático.

*Este reportaje se publicó en el suplemento Maneras de Vivir del 10 de abril de 2020.