El presidente de Estados Unidos, Donald Trump ha demostrado que aprende rápido. Lástima que ese aprendizaje no le vaya a servir más, porque en cualquier caso era su última oportunidad, o que haya sido una pose inducida por su mala posición en las encuestas. El segundo debate que ha mantenido con el candidato demócrata a la Casa Blanca, Joe Biden, transcurrió por derroteros bien distintos a los del primero de ellos, en los que la política espectáculo, los insultos e interrupciones se impusieron a la exposición de las ideas.

En términos deportivos, como suele hacerse en este tipo de debates, el resultado del encuentro puede afirmarse que fue un empate. O al menos no puede decirse que no tuvo un vencedor claro. Eso no quiere decir que fuera un debate de guante blanco, en el que cada uno de los candidatos no tratara de enviar al otro a la lona con un golpe en el mentón, sino que guardaron las formas. Así, los líderes republicanos pudieron respirar con alivio porque una repetición del primer encontronazo terminaría por ahuyentar a los votantes más moderados o a los indecisos, repitiendo con otras formas los golpes que le ha propinado a lo largo de la campaña, mientras que los demócratas vieron a un Biden solvente, con reflejos, que no se amilanó ante las acusaciones de corrupción y que mostró dureza con Trump en sus puntos débiles, la gestión de la pandemia del covid-19, el racismo institucional, su empecinamiento en no presentar las declaraciones de impuestos o sus relaciones con Corea del Norte, Rusia y China. Y sobre todo consiguió su objetivo de no cometer errores de bulto que pudieran perjudicarle en los últimos diez días de la campaña electoral.

A lo que no se ha resistido el presidente de Estados Unidos ha sido a utilizar la mentira, los datos tergiversados o las medias verdades para defender su proyecto, con la pandemia como telón de fondo. Trump sigue cifrando todas sus esperanzas que haya una vacuna antes de final de año y en anteponer la economía a la salud en un país en el que han muerto 230.000 personas por el coronavirus. Donde Trump vio que los estadounidenses “han aprendido a convivir con el virus”, Biden opuso que “han aprendido a morir con él”. Otro tanto hizo con datos relacionados con la inmigración, otro de sus mantras en los que se adentra en posiciones racistas, no dudó en calificar como 'socialista' el plan de instaurar un seguro médico público y asequible, el 'Bidencare', y pincho en hueso con las acusaciones de corrupción de la familia Biden de las que el demócrata salió con soltura.

Las encuestas de última hora dirán si el debate sirvió para convencer a los indecisos, o para mover su voto. Quizá el último intento de Trump por revertir el signo de las encuestas llega tarde, entre otros motivos porque ya han votado 45 millones de estadounidenses. Pero todavía hay estados determinantes en los que la ventaja de Biden es muy corta y su decisión puede ser más relevante que el voto popular.