Depuradoras a su máxima capacidad, ríos y arroyos a niveles mínimos (o secos), lluvias muy escasas durante muchas semanas continuadas, extremo calor y grifos abiertos a todo trapo para regar huertos, jardines y llenar piscinas... El ciclo del agua vive estos días de agosto los momentos de mayor estrés del año y todo hace indicar que los años venideros no se irá a mejor sino a peor. Son cada vez más las voces que alertan ante la enormidad de vertidos que generamos (directa o indirectamente) y las inasumibles exigencias medioambientales que esto supone, también en una provincia como Burgos.

Para hacerse una idea de la dimensión del problema, cada año se llena el equivalente a la capacidad de dos embalses como los de Úzquiza y Arlanzón con los vertidos de la capital, de los pueblos, de las urbanizaciones, de las industrias y de los polígonos de la provincia. Los sumideros residuales del sistema provincial reciben 96,3 millones de metros cúbicos de agua con diferentes niveles de contaminación, casi 65 de ellos urbanos y asimilables, agua que es tratada y devuelta a los cauces de los ríos de referencia en Burgos: el Duero, el Ebro y los que riegan el Valle de Mena, con el Cadagua a la cabeza, con destino final en el Cantábrico.

Las tres confederaciones gestionan y autorizan un total de 2.275 vertidos cada año, 1.023 de ellos urbanos y asimilables y otros 1.252 industriales. La cuenca del Duero recibe y trata el 59% de los mismos, 57,2 millones de m3, buena parte de los cuales (42,2 millones) corresponde al principal emisor de contaminantes de la provincia: su capital, Burgos.

(Más información, en la edición de papel de hoy de Diario de Burgos)