Roberto Peral

Habas Contadas

Roberto Peral


'Biscotto'

16/01/2023

Si uno se para a pensarlo un poquitín, resulta que a los partidos minoritarios en el Parlamento les ocurre lo mismo que a las enfermedades raras: aunque la prevalencia de cada una de ellas sea reducida, resulta que, tomadas en su conjunto, afectan a un porcentaje significativo de la población, que en España se puede calcular en tres millones de almas. Algo similar, decíamos, ocurre con las fuerzas políticas no adscritas al bipartidismo de toda la vida de Dios, que, por modestas que puedan parecernos, en las últimas elecciones generales sumaron prácticamente la mitad de los votos que se emitieron.

Es a todos esos ciudadanos que no respaldan -a quién se le ocurre- ni al PP ni al PSOE a los que el señor Núñez Feijóo quiere condenar a la intrascendencia con esa manía que le ha entrado de exigir que gobierne automáticamente la lista más votada, sin necesidad de concitar mayoría parlamentaria alguna. Ni que decir tiene que a la flamante candidata conservadora a la Alcaldía de Burgos, Cristina Ayala, le ha faltado tiempo para trasladar la misma ocurrencia a nuestro suelo bendito, por considerar «razonable» que los partidos grandes, aunque no les salgan del todo los números, se vean excusados de acordar pactos con otras fuerzas políticas para amparar los intereses de la mayoría de los votantes.

El problema, ya señalado de antiguo, reside en que la fórmula de marras se cisca en nuestra Constitución, que establece claramente que formará gobierno aquella fuerza que obtenga los apoyos suficientes para ello en el Parlamento, y también en todos esos millones de españoles que no pensamos votar por Sánchez ni por Feijóo y que, de prosperar la fórmula planteada del PP, llegaremos a sentirnos afectados por el síndrome de Apert o la enfermedad de Wilson.

Por escribirlo en pocas palabras, entregar sin más el gobierno a la lista más votada, por mucho que se pretenda defender apelando a expresiones tan campanudas como la 'tranquilidad institucional', constituye en realidad un pasteleo de padre y muy señor mío. O, como dicen los italianos cuando se malician que el resultado de un partido de fútbol ha sido convenientemente amañado, un biscotto de mucho cuidado.