Ha estado cerrado apenas dos meses, pero los fieles a El Patillas han echado en falta esas paredes llenas de fotos y la música espontánea. Y aunque algunos rumores insistían en presagiar lo peor, la taberna que regentaron tres generaciones de la familia Quintano vuelve a echar a andar este sábado tras un cambio en la gerencia.

El relevo al frente de la taberna protegida por la Junta y el Ayuntamiento de Burgos como espacio singular lo encara Javier Ibáñez Velasco, un burgalés vinculado a la hostelería y asiduo cliente del bar de Amando. «El sábado me lanzo a la aventura. Tengo afición por la guitarra y siempre me ha gustado El Patillas. Así que cuando me enteré de que estaba disponible es como si se alinearan los astros. Cerré los ojos y me dije: 'para adelante'», asegura quien ha trabajado en La Tesorera y en estos momentos está al frente de una cafetería universitaria que deberá combinar con su nuevo proyecto durante unos pocos meses.

Su propósito con el bar más mítico de la ciudad es «mantener el espíritu de Amando y el de la música a sota, caballo y rey», añade. Y como novedades, le gustaría ofrecer alguna tapa para los vermús dominicales, aunque esta idea no podrá llevarla a cabo hasta que termine con el otro trabajo (lo que sucederá en verano) y siempre y cuando tenga el visto bueno de Sanidad.

Javier Ibáñez se pone al frente de la taberna de la calle Trinas un año después de que Valentín Fernández, el propietario del establecimiento, lo pusiera otra vez en marcha tras obtener las protecciones y licencias oportunas y modernizarlo el espacio un poco. Ese acondicionamiento lo llevó a cabo desde 2018, cuando compró un Patillas cerrado desde finales del año anterior a Amando Quintano. Y en diciembre de 2021 se reinauguró el local con Rubén de Velasco como gerente.