La pandemia de hace un siglo

H.J.
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La gravísima 'gripe española' de 1918, que dejó 200 fallecidos solo en Burgos capital, también se desarrolló entre el miedo de la población, la incongruencia de los políticos y la restricción de actos públicos como en la crisis actual

la pandemia de hace un siglo

No hicieron caso a las autoridades y pagaron las consecuencias. El Gobierno Civil de Burgos intentó parar la epidemia prohibiendo las fiestas de finales de septiembre de 1918 pero algunos pueblos ignoraron la recomendación y la desobediencia fue letal. En Valluércanes (La Bureba) apenas había casos de gripe y tras las celebraciones tuvieron que llorar 50 muertos, "el 11 por ciento de la población", entre ellos el médico y la maestra nacional. En Los Balbases unos mozos se fueron a divertir a Villaquirán y acabaron contagiados 800 de sus 1.200 habitantes.

La gravísima y mal llamada ‘gripe española’ dejó hace más de un siglo algunas de las enseñanzas que hoy en día todavía se aplican en crisis sanitarias como la actual del coronavirus. Entre ellas la limpieza, que deben seguirse las instrucciones oficiales y que es mejor evitar la aglomeración de personas para frenar los contagios.

Aquella epidemia mundial no surgió en España pero acabó bautizada con ese nombre por ser la prensa de este país la que más difusión mediática le otorgó, en un momento en el que la mayoría de naciones europeas estaban en plena Guerra Mundial y la censura frenaba cualquier noticia que pudiese perjudicar los intereses bélicos.

Solo en la capital burgalesa, según ha calculado el intensivista jubilado Martín de Frutos en un estudio que pronto verá la luz en forma de libro, murieron más de 200 personas durante la gran crisis del otoño de 1918. Desesperado con una situación que se le iba de las manos, el gobernador Andrés Alonso advertía en un Boletín Extraordinario que estaba "resuelto a castigar duramente, como ya se ha hecho en algún caso, a los incumplidores" de su disposición  preventiva contra las grandes concentraciones de vecinos.

La ciencia de la época no tenía conocimientos sobre el virus, pero ya deducía que había que ventilar lugares cerrados, extremar la pulcritud de las casas y se apuntaba incluso que "el aire libre, el agua y la luz son los mejores desinfectantes en esta ocasión", según rezan documentos custodiados por el Archivo Municipal de Burgos.

Asusta leer la hemeroteca de Diario de Burgos de aquellas semanas. 5.000 infectados en San Sebastián y 19 muertos en un día. Cierre de escuelas, cines y teatros en Castellón. En pueblos de Almería fallece el 50% de la población.

No es de extrañar que cundiera el pánico, en algunas ocasiones infundado, y la clase política de entonces no se libró de peticiones peregrinas e incongruencias como las que hoy en día se repiten. Algunos como el alcalde de Lerma, Francisco Revilla, demostraban una notable sensatez al suspender la Feria de los Santos pero en el Pleno de la capital, mientras el concejal Santamaría reclamaba "desinfectar toda la correspondencia que a Burgos llega", el edil Echevarrieta solicitaba sacar al Santísimo Cristo de Burgos en procesión para rogar por el fin de la enfermedad, mientras el alcalde Gutiérrez Moliner tenía que recordarle la prohibición de actos públicos que había decretado el Gobierno Civil.

Tras unas semanas terribles en las que la prensa se llena de anuncios de presuntos remedios milagrosos como el Coñac Henri Garnier, el Zotal, el desinfectante Sanitas, el Algodón Furman y hasta colchones de "lana limpia", por fin el alcalde daba por terminada la epidemia el 9 de noviembre. 

Había dejado tras de sí un reguero de fallecidos y la experiencia de lucha contra un enemigo desconocido que de vez en cuando remueve los miedos más profundos.