Castillos

MARTÍN G. BARBADILLO
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"Además de dar nombre al territorio, forman parte de su alma. Es curioso, porque no importa el estado en el que se encuentren, siempre parecen pertenecer a esta tierra"

Alcázar de Medina de Pomar. - Foto: Patricia

¿Qué son? Se trata de construcciones militares de carácter defensivo.

Edad. La afición de los humanos por la guerra viene de antiguo. Ya existían fortificaciones en el Neolítico; los romanos, como en tantas otras cosas, las llevaron a otro nivel. Pero los castillos fetén son medievales y europeos. Por tanto, más de un milenio contempla a algunos.

Esto es Castilla, y el nombre será por algo. Supongo que habrá cantidad y variedad. Hay cosas, sí. Castilla se formó como entidad política en esa guerra infinita que, por simplificar, nos han contado que se llamó Reconquista. Durante siglos fue un campo de batalla intermitente contra musulmanes y también de todos contra todos. El escenario bélico dejó fortificaciones por doquier. Algunas desaparecieron y otras han llegado a hoy, después de una travesía de siglos, como han podido. Hay muchas en ruina, lo que hace que sean espacios sugerentes en los que la imaginación se torna más poderosa que cualquier otro sentido si queremos trasladarnos a la época en la que estaban en activo.

¿Por dónde empezamos? Pues por clasificarlos. Se puede decir que hay tres tipos de fortificaciones por aquí: los torreones, los castillos propiamente dichos y los castillos-palacio. Cada grupo corresponde a una época y un uso, y en todos hay ejemplos que merecen una visita y, de paso, conocer el pueblo o el entorno en el que se ubican. Como de costumbre, solo te hablaré de lo que conozco.

¿Qué hay de los torreones? Son los más antiguos y muchos remiten a tiempos en los que la línea del Arlanza y el Duero eran territorios de frontera en los que se repartían mamporros a mansalva. Estéticamente no hacen ninguna concesión a la galería; eran para lo que eran y eso es lo que parecen: auténticas moles con aspecto inexpugnable y aire a búnkeres. Personalmente, me encantan. El torreón de los Guzmanes en Caleruega y el de Covarrubias no te decepcionarán. En el patio de este último se han instalado réplicas de artefactos militares de asedio como catapultas o ballestas, que te meten en el pasado de cabeza. Allí es fácil imaginar la atmósfera claustrofóbica de un ataque, con esas ventanas diminutas y el enemigo a las puertas.

¡Nos defenderemos como gato panza arriba! Esa es la actitud.

Según tu clasificación lo siguiente son los castillos-castillos, que no suena muy científico como categoría. Ya sabes que no soy experto en nada. Me refiero a los castillos completos, los que serían escenario de una superproducción cinematográfica de época: coronando un monte, con su patio de armas, su torre del homenaje, sus murallas... De este tipo puedes encontrar varios con toneladas de historia en sus piedras. El de Poza de la Sal, por ejemplo, está en un lugar espectacular, a una altura casi en la vertical del pueblo que provoca vértigo. Desde allí se otean kilómetros y kilómetros de territorio, en un balcón infinito en el que, supongo, se hicieron muchas guardias en las almenas divisando el horizonte. Cuando yo estuve, el viento azotaba de manera atroz; no me quiero imaginar en las noches medievales de invierno. Tiene su origen en el siglo IX, en el XIV fue ampliado y en el XIX reconstruido por las tropas napoleónicas que lo usaron militarmente y recibieron allí lo suyo. Tiene trote y no queda mucho de él.

Eso sí es un castillo. De una onda parecida es el de Castrojeriz: sobre el pueblo, en lo alto de una cuesta endiablada y con una panorámica de 360 grados que deja mudo. En ese lugar hubo fortalezas romanas, visigodas y árabes; en 1755 el terremoto de Lisboa causó importantes destrozos en su estructura. En 2013 fue restaurado y ahora tiene un visita interesante: te puedes dar un garbeo por el patio de armas, subir a su torre del homenaje por escaleras desgastadas, acceder a las almenas. Te sientes en un castillo. Y hay más.

Como siempre. Obviamente está el castillo de Burgos, del que no vamos a decir nada porque le dedicamos ya en su día una conversación entera. El castillo de Peñaranda de Duero es también completito, está muy bien conservado y acoge en su interior un centro de interpretación de ese tipo de construcciones. Recomendable. Pero quizás el más famoso de la provincia sea el de Frías, situado en un extremo de la localidad, sobre una roca. No es muy grande pero parece fundirse con la piedra, o surgir de ella de forma natural, en lo que ahora llamarían arquitectura orgánica. Parece que está puesto ahí para ser fotografiado; es sugerente, evocador, tiene un punto mágico como de castillo de cuento o de sueño.

Me has convencido. Pasamos al último grupo, los castillos-palacio. Por explicarlo a lo bruto, en los siglos XIV y XV la nobleza castellana se construyó residencias con aspecto de torres y castillos para demostrar poderío, aunque ya no ejercían esa función porque no era necesaria. Olvídate, por tanto, de alturas y montes a los que escalar, suelen estar en terrenos más llanos. Son el equivalente a las casas minimalistas que se hacen construir los futbolistas en la actualidad, un signo de estatus. Las hay por doquier, y en los estados de conservación más variados: en Valdenoceda, Olmillos de Sasamón, Arenillas y Mazuelo de Muñó, Sotopalacios o Espinosa de los Monteros puedes ver buenos ejemplos. El más espectacular, probablemente, es el Alcázar de Medina: un edificio descomunal con dos torreones inmensos. Impresiona. El interior está completamente habilitado porque acoge al Museo Histórico de las Merindades. No te lo pierdas.

Pues ya hay castillos en Castilla. Por supuesto. Además de dar nombre al territorio, forman parte de su alma. Es curioso, porque no importa el estado en el que se encuentren, siempre parecen pertenecer a esta tierra. Cuando circulas por carretera y divisas uno bien conservado te transportas al pasado medieval. Y cuando ves las ruinas de unas murallas o los últimos restos de una torre sobre una loma te ves empujado a esa Castilla retratada por Azorín, "solitaria y melancólica" llena "de campiñas llanas, rasas, yermas y polvorientas"; y de dignidad, añadiría yo.

Si quieres parecer integrado... Cuando visites uno, haz fotos sin parar, aunque todos sabemos que no las vas a volver a mirar jamás.

Nunca, nunca, nunca... Te asomes demasiado desde según qué alturas. Eso no tendría que hacer falta decirlo.