La irónica historia de una bolsa de plástico

ALMUDENA SANZ
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Andrea Keynox funde su trabajo con el desnudo y la sensibilización sobre el uso de plásticos en 'Todo vuelve', una colección de 10 fotografías en blanco y negro realizadas en analógico

Andrea Keynox, junto a una de las imágenes que componen la muestra, que utilizan como soporte maderas salvadas de la escombrera. - Foto: Jesús J. Matías

Una bolsa de plástico blanca, insulsa y simple se queda atascada en el contenedor de la basura. Un golpe de aire la voltea. Vuela. Se pierde por el extrarradio de la ciudad, asfixia a sus habitantes. Sin rumbo, se arrastra hasta una poza, se ahoga en la orilla rocosa, atrapa al ser humano en un remolino que da vueltas sobre sí mismo. Se deja llevar por el destino y se reboza en la fina arena de una playa, se aleja hacia el horizonte en un mar embravecido, las olas la devoran, la hacen trizas y esas minúsculas partículas se convierten en el más suculento manjar para los peces del fondo del mar. Saciados y lustrosos caerán en la red, se subastarán en la lonja, se tumbarán al hielo en la pescadería y se dorarán en el plato, escoltados por cuchillo y tenedor. Y a empezar de nuevo. Esta cíclica, paradójica e irónica historia se cuenta en Todo vuelve, la colección de 10 fotografías que Andrea Keynox expone en la Sala Código UBU hasta el 17 de marzo. 

El cuerpo desnudo, línea de investigación de la fotógrafa burgalesa, y la sensibilización sobre la necesidad de cuidar el medio ambiente para proteger la salud de las personas se funden en este proyecto que elige el blanco y negro como paleta de expresión y mantiene la magia del trabajo analógico. Dispone de una colección de cámaras antiguas que va probando. 

Una Lubitel II, una de esas máquinas que obligan al operador a mirar desde arriba, tornó en la fiel compañera de Keynox, Andrea Andrés Gómez en el DNI, en esta aventura. La bolsa la tenía. Necesitaba una modelo sin remilgos. Su hermana Saray aceptó una vez más ser su cómplice. La confianza es un grado. 

Cargadas con todos los bártulos, sin mapa de carreteras en la guantera y dejándose llevar por el viento como la protagonista de su relato, completaron el proceso. Todo ocurrió antes de la pandemia. A las dos les cuesta ubicar cada una de las localizaciones elegidas, pero, convienen ambas en medio del espacio expositivo, sí recuerdan que la experiencia valió la pena (un vídeo comparte algunos momentos). 

«Hemos trazado el recorrido que nosotros creíamos que podía seguir una bolsa de plástico, que se tira sin pensar en dónde puede acabar», introduce. Y la siguieron hasta una tubería en medio de un paraje verde turbio que bien podría ser un entorno industrial, y hasta un riachuelo con gigantes cantos rodados, y hasta una poza, y hasta una playa rodeada de acantilados, y hasta una nueva bolsa de plástico que, sin sospecharlo, porta al pez con las entrañas contaminadas con los restos de otra como ella. 

El blanco y negro impide que el color despiste a la mirada de la verdadera protagonista, esa insulsa bolsa de plástico, y la elección del analógico obliga a pensar mucho cada instantánea, con sorpresas inesperadas en el revelado, que hizo ella misma.  

El mensaje verde de Todo vuelve se completa con el uso de tablas recicladas como marcos y la exposición como si de esculturas se tratara de desperdicios recogidos en su periplo tras la estela de esa bolsa de plástico. Un bote abollado, fragmentos de plástico, un alambre roñoso... La naturaleza no se mima.