Aquí no se rinde nadie

R. PÉREZ BARREDO
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Estos días duros y terribles están dejando multitud de imágenes que quedarán grabadas en la memoria colectiva de una manera indeleble

Aquí no se rinde nadie - Foto: Alberto Rodrigo

La sensación está latente: en las calles ausentes, heridas por el silencio; en los ojos húmedos de quienes se emocionan hasta el escalofrío con una canción, o recordando a un ser querido cuya piel se añora hasta el tuétano del alma. Está en los aplausos sentidos, fuertes y tan altos que ondean como las banderas bordadas del pueblo y sus victorias; está en los gritos que resuenan en las ventanas con clamor de luz. Como un aullido interminable, interminable. Se percibe, incluso, en las miradas esquivas de quienes hacen largas filas en los supermercados, las farmacias, las panaderías; también en el arrebatador trino de las aves que festejan la primavera que se nos ha hurtado tan vilmente, tan a traición y por la espalda.

Puede notarse en cada gesto: en el pulgar levantado como un mástil de marfil; en la V con la que se escribe la palabra victoria, la palabra vida; en las manos alzadas en las que se tiende la esperanza como ropa al viento; en el puño cerrado y erguido en el que caben la rabia y la fe, la lucha y la confianza. En el que cabe el mundo.

Puede sentirse en las sonrisas que se dibujan en los rostros exhaustos y en las que se ocultan bajo las mascarillas de quienes velan por todos nosotros; también en el brillo feroz y casi acerado de algunas miradas que escrutan la ominosa realidad con desafío, prestar a seguir dando la batalla hasta el triunfo final. Está ahí la sensación. Está ahí la certeza. Está ahí, ahora, aquí, entre todos: casi puede tocarse, atravesar los muros invisibles que nos separan en esta hora malhadada. Es como un conjuro. Si cierra usted los ojos, podrá sentirlo. Es un mensaje potente, universal, que nace de lo más profundo de todos nosotros, que contiene el origen remoto de nuestra especie y que acaso está escrito con tinta de estrellas allá, arriba, donde nunca ha de habitar el olvido. Escúchenlo, ¿no lo oyen? 

Aquí no se rinde nadie.