«En Nicaragua se han perdido todos los escrúpulos»

I.L.H.
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ENTREVISTA | Premio Cervantes 2017, fue miembro de la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional que se creó tras el triunfo de la Revolución Sandinista. El nicaragüense repasa este viernes en Burgos su último libro, 'Tongolele no sabía bailar'

Sergio Ramírez, escritor, periodista y exvicepresidente de Nicaragua. - Foto: Francisco Guasco (EFE)

Llega el viernes por primera vez a Burgos y aquí se quedará al menos el sábado para tener una pequeña toma de contacto con una tierra «que conozco por las referencias históricas, por su importancia en la configuración de Castilla y España, y que me hace mucha ilusión visitar». El Premio Cervantes 2017 Sergio Ramírez (Masatepe, Nicaragua, 1942), que fue miembro de la Revolución Sandinista, vive hoy exiliado en Madrid ante la amenaza del régimen de su excompañero Daniel Ortega, quien además ha censurado el libro Tongolele no sabía bailar (Alfaguara) precisamente por narrar dentro de la ficción de esta novela negra sucesos que tuvieron lugar durante las revueltas de 2018. De su libro y de lo que lo rodea charla mañana viernes a las 19.30 horas, dentro del ciclo Círculo Creativo, en el salón de actos de la Fundación Cajacírculo (plaza España).

Quería saber cómo vive en Madrid su exilio, cómo se siente y si le condiciona mucho en su cotidianidad.
El hombre es un animal de costumbres y no queda otra que buscar el modo de atemperar las cuestiones difíciles acostumbrándose. El exilio siempre es muy duro porque no depende de la bondad del país donde viva (yo me siento muy bien aquí), sino de la imposibilidad de regresar donde uno quiere. Y lo que queda en la mitad de ese muro entre este país y el otro que no puedo franquear. Esa pesadumbre por la tierra perdida es lo que buscas atemperar acogiéndose a las bondades del país de asilo. Pero, bueno, no estoy en la peor de las situaciones. Solo el año pasado 40.000 nicaragüense buscaron la frontera con Estados Unidos y solicitaron asilo y otros miles huyeron a Costa Rica por caminos clandestinos. Nicaragua es una cárcel de tres círculos: en el primero estamos los que logramos salir, luego están los que no pueden salir y han de buscar vías clandestinas, y el peor de todos,  los que están presos por delitos inexistentes o incluso han muerto allí, como el caso reciente del comandante Hugo Torres. 

¿Teme por su vida?
En un país donde se han perdido todos los escrúpulos y la lógica, cualquier cosa se puede esperar. No podemos atenernos a ninguna regla de respeto a la vida. Esa amenaza pende sobre todos los que adversan al régimen.

Supongo que teme por Nicaragua.
Es el momento más oscuro de la situación. Espero que un día cambie todo. Pero mientras tanto las puertas de hierro de la dictadura maneja cerrojos cada vez más gruesos: el aislamiento internacional, el poco eco que tienen fuera los sucesos de Nicaragua, la represión, los juicios contra los prisioneros políticos... 

Los episodios reales ¿calan más en la novela que en un informativo, que por otro lado ya no recuerdo?
En el mundo instantáneo que vivimos, las noticias relampaguean un momento y desaparecen. Y la memoria colectiva tiende a olvidarlo. En cambio la novela preserva los hechos a largo plazo. Quizá no va a un público tan amplio, pero sin duda cala más profundamente y puede crear conciencia.

Relata tres episodios atroces, como la quema de la fábrica de colchones con la familia dentro. ¿Por qué los eligió?
De una multitud escogí estos porque son representativos de lo que estaba viviendo mi país entonces. Lo único que yo los he comprimido en el tiempo para darles más trascendencia dramática. Pero ocurrieron tal y como está en la novela: querían colocar francotiradores en la fábrica de colchones, el dueño se negó y tomaron la represalia contra él de quemarlo con la mayoría de la familia dentro; el asalto a la iglesia de la Divina Misericordia, vecina al campus de la Universidad Nacional, que fue tiroteada toda la noche porque se habían refugiado los que huían de la toma de la universidad, y la tercera es la muerte de los jóvenes por francotiradores con fusiles de precisión y largo alcance.

Dolores Morales, protagonista de la trilogía, tiene un nombre precioso. ¿Qué dolor moral le aprieta?
Yo creo que el país y el hecho de que hace 40 años intentáramos hacer un cambio profundo y que haya acabado en una dictadura más. Eso es un dolor muy grande que comparto con el personaje, que piensa y siente como yo. Tenemos la misma pesadumbre por lo que no pudo ser. 

¿Con la vida de Dolores Morales podemos hacernos una idea de la intrahistoria o la historia reciente de Nicaragua?
Sí, porque es un personaje contemporáneo y se cuenta desde el triunfo de la revolución en 1979 hasta la dictadura de Ortega hoy día. Como es una saga, ya es un hombre viejo, pobre, que se dedica a investigar de una manera precaria y tiene una visión amarga y crítica de lo que está ocurriendo, con la impotencia de no poder cambiarlo porque el tiempo de acción para él ya pasó.

¿Es más peligroso un Tongolele que sigue las directrices ciegamente o un Leónidas que lo hace adaptándose al mejor postor?
Los dos son provisionales. Este tipo de poder elimina periódicamente a algunos de sus colaboradores más íntimos porque desconfían de todo el mundo. Usan fichas y las eliminan cuando no son útiles o las creen peligrosas. En este sentido Tongolele es una pieza trágica que justifica el crimen, y Leónidas es un alter ego suyo que ve el mundo desde el otro lado. Pero también le llegará su hora. Y la suma de los dos es lo que hace terrible un régimen dictatorial porque son usadas de la peor manera: o para la demagogia o para la represión.

¿Volvería a participar en la Revolución Sandinista?
Si tuviera la misma edad y estuviese Somoza, volvería. 

¿Hasta qué punto le ha marcado?
Fue un hecho decisivo en mi vida. El tiempo que invertí en la revolución es un tiempo ganado, no perdido.  Yo atesoro esos días intensos, llenos de entusiasmo, de proyectos, sueños, de conflicto, amargura, guerra... Es todo parte del proceso vivido.

¿Es usted supersticioso?
-Ríe-. Trato de no serlo.Pero todos en América Latina tenemos algo de formación mágica.