El arte tiene quien le mime

ALMUDENA SANZ
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El perfil del conservador restaurador es dispar, aunque a todos les unen sus desvelos por los bienes culturales. Pilar Fernández y Raquel Lorenzo capitanean este laboratorio en el Cenieh y Gerardo Rubia trabaja como autónomo en el CAB

El arte tiene quien le mime - Foto: Patricia

Raquel Lorenzo y Pilar Fernández  

«Nuestro trabajo es para todo el mundo. El patrimonio es de todos»

La primera mirada al laboratorio de Conservación y Restauración del Centro Nacional de Investigación sobre Evolución Humana (Cenieh), uno de los más grandes del edificio, devuelve un lugar inmaculado, luminoso, diáfano, ordenado. Algunas piezas aguantan el tipo en la mesa de quirófano. Sorprenden los aspiradores como grandes secadores de peluquería encima de cada tarima y cada microscopio donde se estudian e intervienen las piezas procedentes de distintos yacimientos arqueológicos. Martillos, pinceles, cinceles, gasas, vibraincisores... Un sinfín de herramientas, siempre a mano de Pilar Fernández y Raquel Lorenzo, las dos técnicas que trabajan en esta sala. La primera lleva 16 años, desde el inicio de este servicio, y la segunda ya cuenta tres. 

Reconocen que un departamento de este tipo sorprende en un centro de investigación, aunque avisan de que no es excepcional. «Sí es una rareza porque lo normal es que por nuestra profesión, somos conservadoras restauradoras especializadas en patrimonio cultural arqueológico, estuviéramos en un museo», admite Fernández y explica que su presencia es necesaria por las colecciones custodiadas en el Cenieh, con más de 150.000 piezas, que deben conservarse en el tiempo para facilitar su estudio en el presente y en el futuro, tanto a quienes trabajan en el inmueble como a quienes vienen de fuera. 

El arte tiene quien le mimeEl arte tiene quien le mime - Foto: Patricia

«Nuestro trabajo es para todo el mundo. El patrimonio es de todos. Nosotros conservamos en el tiempo no porque venga un científico a estudiar una pieza, sino para el público en general», enfatiza y afirma que el Cenieh es la sala de colecciones y el laboratorio de conservación del Museo de la Evolución Humana, donde se exponen unos 250 originales de Atapuerca. 

¿Y a qué se dedican expresamente? ¿Cuál es su día a día? 
Lorenzo, malagueña que anda acostumbrándose a los rigores burgaleses (su compañera, ferrolana, ya lo ha hecho), avisa de la diversidad de su trabajo y augura que el gran público desconoce que va más allá del martillo y el pincel. 

Enciende los focos hacia esa zona más oscura, donde se encuentra la conservación preventiva, una pata esencial, pero completamente invisible para el profano. «Se pretende conservar las colecciones normalmente en conjunto y en el tiempo sin actuar directamente. Se interviene sobre el entorno. Hablamos de, por ejemplo, si trabajamos in situ en un yacimiento, desde el diseño de sistemas de extracción, embalaje, transporte o traslado al laboratorio, y aquí, control del ambiente en el que están depositadas las colecciones, con parámetros climáticos, porque las fluctuaciones de humedad y temperatura siempre son uno de los mayores factores de degradación», desarrolla sobre ese trabajo invisible para el resto, pero muy, muy visible para ellas porque araña mucho de su tiempo. 

Su atención debe ir de más a menos, de lo general al detalle. De la estancia, con monitorización a tiempo real para ver qué pasa dentro, si hay variaciones y qué las provoca, al último recipiente donde duerme el fósil, con un diseño de embalaje que facilite la consulta del investigador con la menor manipulación posible. 

«Para conseguir esa doble función utilizamos materiales inertes, de calidad museo, ya testados en el tiempo», agrega mientras muestra una de estas cajas con una colección de dientes extraídos de Atapuerca perfectamente estudiables a simple vista, sin tocarlos. 

Más bombo y platillo acompaña a la otra gran pata de su trabajo: conservación curativa, que intenta frenar procesos de deterioro, y restauración, intervenciones directas como limpieza, reconstrucciones, consolidación, reintegraciones volumétricas. He ahí uno de los mandamientos del credo del conservador restaurador: toda acción llevada a cabo debe ser reversible. Y a este se uniría: intervendrás lo mínimo necesario. 

Y, pese a que siempre operan con piezas muertas, insisten en que su profesión está muy viva. Lo de sota, caballo y rey no entra en su vocabulario. «Siempre se está moviendo, no se ha estancado. Está en continua revisión, se hacen muchos ensayos y en condiciones de todo tipo», convienen ambas antes de volver a sus puestos.

Gerardo Rubia 

«En un centro de creación contemporánea hay que tener más amplitud de miras»

Si la presencia de una sección de conservación y restauración sorprende en un centro de investigación por no ser este el lugar habitual, también choca unir esta labor a la del arte contemporáneo. Se presupone que estas obras no han vivido el suficiente tiempo para sufrir un deterioro y que en caso de accidente o vandalismo, el artista, en la mayoría de los casos, está vivo y puede hacer frente a esas heridas. De nuevo, el imaginario colectivo dispone de un dibujo inexacto de esta realidad. El Centro de Arte Caja de Burgos (CAB) no dispone de un departamento para estos menesteres, pero sí cuenta con un profesional de referencia: Gerardo Rubia. 

Celebró el Día Internacional del Conservador Restaurador en el espacio de la calle Saldaña, en el montaje de la nueva temporada expositiva, otro de sus quehaceres, mano a mano con, entre otros, Julián Valle. Ambos comparten vecindario en Campillo de Aranda, aunque Rubia nació en 1961 en Madrid. Es una de esas raras avis que han hecho el camino inverso. De la gran ciudad al pueblo. Se cansó de la vorágine de la capital y sus estudios, Bellas Artes con especialización en Restauración, se erige como la excusa perfecta para moverse por toda España de campaña en campaña. Pasó por Sevilla, Granada, Salamanca... Tras un primer tanteo en la Ribera del Duero en 1988, volvió a mediados de los noventa, y se quedó con distintos frentes abiertos.

Uno de ellos lo tiene en el CAB. Es su conservador restaurador de cabecera. Y el arte contemporáneo, el receptor de sus atenciones. Diferencias con el patrimonio histórico, haylas. 

«El trabajo en cuanto a la técnica y los materiales es muy diferente. El arte tradicional hasta principios del siglo XX era sota, caballo y rey. Acuarela, óleos, mural, fresco, escultura, policromía... A partir del mundo sintético de los acrílicos, de las técnicas mixtas, de utilizar cualquier tipo de material, la cosa se complica porque no son materiales contrastados, hay poco tiempo para saber cómo reaccionan, tienes que ir sobre la marcha y cuando el artista está vivo, cuando se trata de reintegración, cuando hay partes que hay que reponer, el criterio depende de él porque es su obra, incluso a veces la hace él», perfila y concluye que el consenso es un bien preciado en estas ocasiones. 

A la vista salta que el tiempo no resulta uno de los mayores enemigos de las creaciones contemporáneas. Las actuaciones de Rubia se han centrado en piezas que sufren daños a causa de humedades por filtraciones cuando ha llovido mucho y en otras que se deterioran durante el transporte o llegan ya así y se restauran para la exposición, siempre con el visto bueno del conservador que viaja con la obra o del propio autor. 

¿Qué disciplina suele pedir auxilio en un centro de creación contemporánea? No se lo piensa: «Todas». Pintura, fotografía, escultura... Eso sí, advierte, ya no se trata de meter mano en la típica pieza de mármol o madera policromada. Ahora el abanico de materiales se antoja infinito. Poliespán, vidrio, aluminio... Cada material pide unos mimos diferentes. Y valórese que en el arte actual lo más normal será que ese enfermo que pasa por quirófano forme parte de una propuesta multidisciplinar. «Muchas veces son montajes en los que hay piezas dañadas, no es la obra en sí, puede ser solo una parte». 

Ese colorido carácter obliga al profesional a ser casi en sí mismo un laboratorio de investigación para ver qué aplicar en cada caso. Imposible poner puertas al campo del arte. 

«Hay que tener amplitud de miras y, sobre todo, estar al día de todas las técnicas nuevas y disciplinas porque, aunque a veces sí, cada vez menos te encuentras con el óleo o acuarela tradicional. Y tienes que estar al tanto de qué tipo de producto se puede utilizar porque son sintéticos, técnicas mixtas...», se explaya y confiesa que su naturaleza inquieta y curiosa ha sido una gran aliada en su oficio. 

Más allá de Bellas Artes y de aprender técnicas tradicionales al lado de grandes nombres como Mariano Nieto, director del Museo de Escultura de Valladolid, se especializó en restauración de muebles, ha rehabilitado casas antiguas, está familiarizado con la soldadura de metal, la carpintería... «Me son muy útiles hoy porque a veces se presentan montajes en los que hay de todo», desvela este nómada en un mundo cambiante.