El factor humano

ANGÉLICA GONZÁLEZ
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Eran un puñado de profesionales de veintipocos años cuando pusieron entre todos 500.000 pesetas para montar la Fundación Lesmes. Hoy, un cuarto de siglo más tarde, siguen al pie del cañón en una entidad que tiene a más de 200 personas en plantilla

Los creadores de la Fundación Lesmes, la semana pasada. Miguel Santos, su director (agachado, con camisa blanca) sostiene una foto parecida hecha hace más de 25 años. - Foto: Jesús J. Matías

Hasta prácticamente finales de los años ochenta del siglo pasado la atención a las personas excluidas que se ofrecía en la ciudad era asistencialista, caritativa y más voluntariosa que profesional. El denominado albergue de transeúntes era un buen ejemplo de ello: a quienes no tenían casa e iban de un lugar a otro se les ofrecía comida, cama y un sitio donde asearse. Nada más. Pero como Burgos era especialmente frecuentada por este perfil de usuarios al ser un lugar de paso, en 1987 el Ayuntamiento y Cáritas deciden dar un paso más allá y establecen las bases de lo que sería el Centro de Integración Social (CEIS). Este pequeño cambio, que le daría la vuelta a los servicios sociales, es el antecedente más lejano de la Fundación Lesmes, que el año pasado cumplió sus bodas de plata y que este jueves, 17, lo celebra en una gala de aniversario en la Casa del Cordón.

En un espacio junto al viejo hospital provincial de la calle Madrid comienzan a trabajar dos personas, asistidas por una voluntaria, que se ocupaban de las necesidades básicas y del tiempo libre de aquellos transeúntes. A este pequeño equipo se incorporó enseguida el educador social Isaac González, que tenía 26 años, para hacerse cargo de la orientación laboral de aquella gente: "Y empezamos a prepararles para el trabajo con la apertura de un taller ocupacional. Enseguida empezó a creer el número de usuarios y se vio la necesidad de contratar más técnicos y de invertir más dinero, una demanda que el Ayuntamiento entendió".

Miguel Santos, el ahora presidente de la Fundación, era un joven psicólogo recién licenciado que trabajaba en el Ayuntamiento como animador comunitario cuando recibió una oferta de Cáritas para sumarse al CEIS, que aceptó sin demasiado entusiasmo y con la idea de estar un par de años para formarse: "Ahí comenzó la aventura. Porque al poco de entrar nos vimos en la necesidad de seleccionar una psicóloga, una trabajadora social y dos educadores. El área de Servicios Sociales, con Germán Pérez Ojeda a la cabeza, apostó mucho por este proyecto y aprobó un presupuesto importante. Nosotros, además, tuvimos claro desde el principio que teníamos que hacer algo por la inserción laboral de aquellas personas ya que veíamos que era la única manera de que pudieran salir adelante".

Enseguida se hacen centro colaborador del INEM y comienzan a dar cursos "porque aquella gente no accedía a la formación oficial" en las antiguas escuelas de la entonces denominada Barriada Illera, que aprovecharon para reformar. Eran los primeros años 90, hacía muy poco que España había entrado en la Unión Europea y las comunidades autónomas se beneficiaban de grandes ayudas económicas que pudieran mejorar su PIB. "Cáritas y el Ayuntamiento presentaron una candidatura a un proyecto Horizon para la creación de un centro de formación y empleo y de empresas de inserción, que apenas se conocían en España, y contra todo pronóstico se concedió: 355 millones de pesetas (unos dos millones de euros), una pasada. Cuando nos enteramos nos empezó a temblar todo, pero a Cáritas, ni te imaginas, porque esa cantidad multiplicaba por diez su presupuesto total", recuerda Santos. Por dar un poco de contexto, eran tiempos en los que comprar un ordenador para trabajar en el ámbito social era considerado una extravagancia y un gasto poco útil.

Después de pasado el primer 'susto' hubo que decidir la forma jurídica para llevar a cabo la creación de ese centro de formación y esas empresas de inserción y enseguida se vio que lo más práctico era una fundación. Cáritas no quiso sumarse y el Ayuntamiento no lo vio viable, así que aquel grupo de 15 veinteañeros -la mayoría de los cuales habían llegado a trabajar apenas unos meses antes para poner en marcha el proyecto europeo- decidió tirar por la calle de en medio y juntar entre todos 500.000 pesetas. Bromean ahora diciendo que la cosa fue más o menos en plan 'sujétame el cubata'. Santos recuerda que les pidió a todos que le firmaran un papel en blanco y con eso, los estatutos y el capital inicial se marchó a la notaría un 16 de agosto. Había nacido la Fundación Lesmes.

"El vértigo era lo que nos hacía avanzar", comenta el educador social Aitor Erizmendi, y la trabajadora social Cristina Martín rememora, entre risas, la reacción de su padre -entre el estupor, la extrañeza y el temor- cuando le dijo que se marchaba de Cáritas para ir a una fundación que había montado con otros compañeros: "¿Cómo dices que se llama?, me preguntaba".

Enseguida encontraron un espacio para el centro de empleo. Las instalaciones del antiguo colegio Juan Yagüe, cerradas una década antes, se caían de viejas y estaban embargadas. La Fundación le pidió al Ayuntamiento que negociara con la Seguridad Social y fue Pérez Ojeda -su nombre sale varias veces en la conversación, todos afirman que fue una figura fundamental y, de hecho, le nombraron hace unos años patrono de honor- quien las permutó por el terreno en el que el Insalud levantó los centros de salud Cristóbal Acosta y López Saez. Ya tenían sede.

A partir de ahí fue todo rodado. Comentan que probablemente se trató de la positiva inercia en la que se embarcaron la que hizo que cada vez se pusieran en marcha más empresas y se dieran más servicios. La sensación que tenían era la de que no podían parar. Tampoco querían. E iban todos a una con el mismo objetivo de mejorar la vida de las personas a las que la sociedad ha dejado a un lado. Hubo dos compañeras que se marcharon por un tiempo y volvieron "por morriña", según cuentan. De hecho, hoy, 25 años y unos meses después, siguen todos al pie del cañón en el mismo lugar salvo Isabel Manzano, que ya se ha jubilado, y Ana Llanera, que aprobó una oposición como trabajadora social y se marchó a Madrid.

Pero no todo fue bien. Hubo momentos muy duros. El primero tuvo que ver con una promesa electoral. Era 1999 y Ángel Olivares, el candidato a la Alcaldía por el PSOE. Se había anunciado poco antes la construcción de la nueva sede del CEIS en el Parque de los Poetas y el vecindario -en un gesto insolidario e incívico- se opuso a esa ubicación alegando una serie de razones que tenían que ver con el racismo y el rechazo al pobre. Olivares, en una mala tarde, les prometió que si gobernaba cambiaría la ubicación. Y no le quedó otro remedio que hacerlo con el consiguiente enfado de los habitantes de Casa la Vega, que fue el nuevo espacio elegido, que se opusieron airada e incluso a veces, violentamente. Fue en vano. "Fue una cosa completamente irracional -explica la psicóloga Pilar Martínez- hasta el punto de que llevábamos ya dos años trabajando y nos preguntaban que cuándo abríamos porque nunca pasó absolutamente nada".

También sufrieron mucho en la crisis del 2008. Las subvenciones se recortaron y las ayudas municipales tardaban siglos en llegar. Tal es así que decidieron durante un tiempo quedarse sin cobrar para que el resto de los trabajadores pudiera hacerlo. Hoy, la Fundación Lesmes tiene una plantilla de más de 200 personas y vive un momento de entusiasmo: "Nos gusta nuestro trabajo, creemos en él y es muy motivador ver cómo cambia la vida de las personas".