Tras la pista más dulce

A.S.R.
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Benjamín Redondo invita a chuparse los dedos con 'Ruta por el chocolate de Castilla y León. De ayer a hoy', con referencias a las burgalesas Casa Quintanilla, Pinedo, Merino o las Clarisas

Tras la pista más dulce

Un trabajo de campo sobre el patrimonio industrial harinero de Castilla y León puso delante de las narices de Benjamín Redondo Marugán, gestor cultural jubilado oriundo de Segovia y residente en Guadalajara, la noticia de que en 1868 Segovia contaba con 14 molinos de cacao. Despertó su curiosidad y dos años después la ha saciado con el libro Ruta por el chocolate de Castilla y León. De ayer a hoy, editado en la colección de Publicaciones Digitales de la Fundación Joaquín Díaz, disponible de forma gratuita en la web. 

Aquella primera pista coincidió en el tiempo con el confinamiento. «Comíamos más chocolate que nunca, pero no sabíamos nada acerca de él». Ese dulce olor le llevó hasta el depósito de la Biblioteca Nacional, a apenas cuatro kilómetros de su casa. Cuando concluyó su misión entre legajos, con un buen puñado de anuncios publicitarios sobre las fábricas y los maestros chocolateros en el equipaje, se puso en camino para recabar testimonios y trazar una cartografía de la presencia en Castilla y León de este producto que a (casi) nadie amarga. 

«Me parecía muy interesante echar una vista general sobre lo que ha supuesto y sigue suponiendo el chocolate en muchos sitios», introduce el autor, que, tras un sucinto boceto histórico, dedica un capítulo a cada una de las provincias. 

A Burgos entra por la capital. Casa Quintanilla y Pinedo son sus paradas. De la primera cuenta que es el comercio más antiguo de la ciudad, abierto en 1885 por Baldomero Quintanilla, al lado de la fábrica de chocolate. «Más tarde, su hijo Antonio amplió la gama de productos y modernizó e impulsó el comercio por toda Castilla y León. Se publicitó en todos los medios disponibles incluyendo la colección de cromos El Quijote y eslóganes populares (página 94)». Casa Quintanilla se mantiene. Pero el chocolate que vende, aunque conserva el envoltorio, se elabora en Zaragoza. 

Hasta 1950 viaja para asistir a la fundación de Pinedo, que, observa, se popularizaría por su calidad y por sus cajas de latón con los Gigantillos y el Arco de Santa María con las agujas de la Catedral impresas. «En 1947 registraron la marca Menta Se Respira, de gran éxito, lo que los llevó a abrir una nueva factoría en la calle Miranda de Burgos. Extendieron los chocolates, bombones, galletas y la nueva marca de caramelos Cubalibre, más los sabores de menta, anises o frutales que les llevó a la expansión por todo el mercado nacional con gran reconocimiento (pág. 95)». La obra da cuenta igualmente de su devenir hasta el año 2009, que pasó a llamarse Caramelos de Burgos S.L., formada por antiguos trabajadores de Pinedo. 
La ruta se escapa a la provincia. Se recrea en Castildelgado, cuna de Chocolates Merino, nacida en 1880, asociada al Hostal El Chocolatero, al pie de la N-120, que acaba de echar la persiana. «De momento están paradas las máquinas y guardada la fórmula secreta familiar que transmitió su abuela a su padre y que solo variaron para cambiar la harina de trigo por la de arroz para favorecer a las personas celíacas (pág. 96)». Fructífera resultó la charla del escritor con Fernando Merino, que tiró de memoria y, además de su propia historia, le ayudó a completar la nómina de fábricas burgalesas ya cerradas: Fermín Urrutia, Viuda de Urturi, Calleja Núñez y Cía, en la capital, Desiderio Alonso (Briviesca), La Fidelidad (Medina de Pomar), Jesús Aparicio Rica (Salas de los Infantes)... 
Amor y cariño. He ahí el secreto del éxito de los productos de chocolate que salen del Monasterio de Santa Clara de Belorado, a los que el autor dedica un buen espacio y de cuya calidad da fe. 

Redondo advierte el importante motor que el chocolate ha sido y es para la economía de algunas zonas de Castilla y León, tanto que hasta le han dedicado museos en Astorga, Castrocontigo, El Cubero en Valladolid... «Tiene un potencial impresionante. Aquí contábamos con los arrieros maragatos y el Canal de Castilla para la distribución, además de que esta comunidad tiene muchos monasterios, tanto de frailes como de monjas, que lo han manejado mucho», concluye y conmina a echar una tableta a la mochila y seguir esta dulce estela (y deja el mapa abierto).